Devolverles su voz
24/02/2006
- Opinión
Según expertos de la ONU, una de las principales razones por las que crece la pobreza en América Latina y en África es las limitaciones que tienen los gobiernos para escoger sus políticas económicas y sociales.
Aunque a estos dos continentes los compongan casi un centenar de realidades distintas, de diferentes países y miles de pueblos, se parecen en sus estructuras gubernamentales y económicas. La pobreza, la desigualdad, la falta de educación y el valor del tener por encima del ser en los sistemas neoliberales agudizan los estragos de la corrupción generalizada, el nepotismo y el favoritismo que, en mayor o menor medida, padecen estos pueblos.
Hay quienes culpan a los gobiernos locales de estas situaciones ("se dedican a robar el dinero que otros países les prestan mientras endeudan a sus pueblos"). Otros culpan a la población civil ("Tienen su merecido por votar por gobernantes irresponsables"), a la Iglesia por hundir en la ignorancia a los pueblos, al vecino del Norte ("Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos") o a las multinacionales. Todos son partes que componen un modelo fallido y caduco que es preciso transformar.
La responsabilidad que tengan los pueblos empobrecidos y sus gobernantes por su situación no exime a los gobiernos del "Primer Mundo" que prestan de dinero, de manera consciente, que termina en el mercado de las armas. Ni a las multinacionales que exageran pronósticos para que les permitan construir redes hidroeléctricas, carreteras y presas, enriquecerse y dejar endeudados a gobiernos que no pagarán las deudas y pasarán la factura a sus pueblos.
¿A qué se reduce el papel de los organismos internacionales? En teoría, tanto el Banco Mundial del Desarrollo, como la Organización Mundial del Comercio y el Fondo Monetario Internacional se crearon para reforzar las economías debilitadas y promover el desarrollo. Sin embargo, obedecen a las necesidades que dictan los grupos de presión de los países del G-8, los principales financiadores de dichos organismos. ¿Sería posible revisar las políticas que éstos imponen? Sí, porque es necesario, pero implicaría un esfuerzo global de la sociedad civil. Para que ésta despierte es necesario gritar y denunciar las estructuras injustas.
Cuando el hambre devasta más que un tsunami cuyas imágenes aún tenemos grabadas en la mente queda claro que tanto los Estados más fuertes como los organismos internacionales pueden esforzarse más en erradicar la pobreza si pretenden alcanzar los Objetivos del Milenio que ellos mismos se pusieron para que se cumplieran antes del 2015. Para pedir que se condone la deuda a cambio de proyectos educativos, es necesario primero asumir que algunos países tiran la mitad de su PIB para pagar los intereses de esa deuda por lo que les resultará imposible salir del pantano en el que se han hundido con la complicidad de sus gobernantes, de multinacionales y de países extranjeros. Los gobiernos pueden trabajar juntos para canalizar ese dinero hacia proyectos de salud y de educación, los pilares sobre los que se sostiene cualquier sociedad de bienestar, cualquier desarrollo equilibrado y endógeno.
"En los últimos diez años se han desacelerado los avances en las áreas sociales. Es como si alguien hubiera puesto el pie en el freno", declaró Roberto Bissio, director ejecutivo del Instituto del Tercer Mundo. No cabe argumentar, como lo hacen el FMI y el Banco Mundial, que los programas sociales pueden amenazar la estabilidad económica del mundo. Algo va mal cuando por "estabilidad económica" entendemos un mundo en el que el 20% de la población mundial acapara el 80% de las riquezas del planeta, en el que una tercera parte de la humanidad vive en condiciones de pobreza extrema. Así fermentan el crimen, las mafias, las violaciones de derechos humanos, la inseguridad y la esclavitud en las sociedades.
Los organismos internacionales podrían dar más flexibilidad a los países del llamado "Tercer Mundo" para que desarrollen sus propias políticas económicas, adaptándolas a su realidad. Es preciso restituir la soberanía amenazada de los Estados, cuyos lobbies multinacionales dictan sus políticas. Tal es el caso de la industria armamentística y la farmacéutica. Porque así como estos grupos presionan a los gobiernos de sus países, también coaccionan a pueblos que tienen poco espacio para decidir qué es lo mejor para levantar cabeza. Ellos lo saben mejor.
- Carlos Mígueles, periodista, Centro de Colaboraciones Solidarias
https://www.alainet.org/es/articulo/114439?language=en
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