Se busca respeto a la voluntad de los palestinos
02/03/2007
- Opinión
El pasado 8 de febrero, el presidente palestino, Mahmud Abás, el primer ministro, Ismael Haniye, y el líder político de Hamás, Haled Meshal, exiliado en Siria, acordaron en la ciudad saudí de La Meca la formación de un Gobierno de unidad nacional que pusiera fin a los enfrentamientos entre partidarios del movimiento nacionalista Al Fatah y del islamista Hamás y sacara a la administración palestina del impasse provocado por la victoria de este último en las elecciones legislativas de enero de 2006.
Tras la toma de poder en marzo de 2006 del Ejecutivo liderado por Hamas, Estados Unidos y la UE iniciaron un bloqueo a este Gobierno que ha tenido gravísimas consecuencias para el pueblo palestino. Desde el pasado mes de junio, los más de 160.000 funcionarios públicos palestinos no reciben sus salarios de forma regular, y apenas unos cuantos lo hacen por medio de un fondo temporal compensatorio, lo que ha generado una grave crisis económica en la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Esto se une a la terrible situación de Gaza, donde entre un 40% y un 60%, según la fuente, del 1,4 millones de habitantes de la franja vive en condiciones de pobreza. Este bloqueo viene provocado por la negativa de Hamas a cumplir las condiciones del denominado Cuarteto de Madrid (ONU, UE, EEUU y Rusia): reconocer a Israel, los acuerdos firmados con este Estado y renunciar a la violencia.
Buenos y malos
El citado acuerdo para la formación de un Gobierno de unidad nacional ha vuelto a interrogar a los dirigentes occidentales sobre la simplona división entre los “buenos” de Al Fatah y los “malos” de Hamas a la que se han dedicado con denuedo en el último año. Esta diferenciación, de momento, sitúa ante la opinión pública árabe al presidente palestino, de Fatah, como un “colaboracionista” con Israel y Estados Unidos (se ha reunido con líderes de ambos países) y a Hamas como los auténticos luchadores por la causa palestina, lo que hace un flaco favor a la paz en la región.
Además, revela un concepto de “democracia a la carta” precisamente por parte de países que se jactan de ser los más respetuosos con la voluntad popular. Al igual que cuando Israel y Estados Unidos aseguraban sin ambages que Yassir Arafat ya no era un “interlocutor válido” para la paz (e incluso el ejército israelí llegó a sitiarle con tanques en la sede de la presidencia palestina, la Muqata, en la localidad cisjordana de Ramala), los países occidentales detienen ahora su ayuda al pueblo palestino porque el Gobierno que éste ha elegido no cumple unas condiciones fundamentalmente decididas por ellos mismos.
Una historia embarazosa
En esta ocasión no hace falta remitirse a los habituales ejemplos de doble rasero de las potencias occidentales (China, Pakistán, Arabia Saudí,...) ante la exigencia de cumplimiento de condiciones en función de si son o no importantes socios comerciales o estratégicos, sino que basta con mirar a la historia de Israel y Palestina. Hasta dos primeros ministros de Israel pertenecieron en su momento a grupos terroristas contra una presencia colonial en Palestina, la británica: Menájem Beguin, en el movimiento Irgun, e Isaac Shamir, en Stern, que fundó y dirigió. Como terrorista es el adjetivo que recibió Arafat al frente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). A esto cabría añadir un Ariel Sharon al tanto de las matanzas de Sabra y Chatila en Líbano y hasta la “paloma” Isaac Rabin, quien no dudó en asegurar cuando era ministro de Defensa que aplacaría la primera Intifada, a finales de 1987, con “fuego, fuerza y palos”. Tampoco está de más recordar la famosa frase de Golda Meir: “El pueblo palestino no existe”, que no parece muy diferente a no reconocer el derecho a existir del Estado de Israel. Ninguna potencia occidental se planteó establecer un bloqueo al Gobierno de este país.
La discusión sobre el reconocimiento del derecho de Israel a existir plantea dos problemas, ya no teóricos, sino prácticos. El primero es que, como defiende Meshal, “el conflicto entre palestinos e israelíes es mucho más complejo que el reconocimiento de Israel. Para empezar, antes Israel debe poner fin a la ocupación” de los territorios palestinos. El segundo es que los propios dirigentes de Hamas saben que cualquier solución viable pasa por el establecimiento de dos Estados (la propuesta de uno solo multicultural ha quedado sepultada por tantos años de enfrentamiento) y tarde o temprano lo acabarán haciendo si quieren ser relevantes en unas futuras negociaciones de paz.
Este doble rasero de la comunidad internacional tampoco debe ocultar la inaceptable impregnación de religión y política que propone Hamas, ni sus discursos con claros tintes antisemitas ni su atávica concepción de los derechos humanos o del papel de la mujer en la sociedad. Ni, por supuesto, su recurso al terrorismo.
El hartazgo palestino
La victoria de Hamas no debe ser interpretada, por tanto, como una muestra de radicalismo de la sociedad palestina (y de así serlo, se habría llegado a este punto principalmente a causa de la constante política israelí de humillaciones, anexiones, asentamientos y hostigamiento), sino como una señal, expresada democráticamente, de hartazgo de la inoperancia y corrupción en el seno de la ANP y de la constante cesión de derechos del pueblo palestino, reconocidos en diversas resoluciones de Naciones Unidas, en cada una de las negociaciones de paz en nombre de un malentendido “realismo”, que no es sino la aceptación de la política israelí de hechos consumados.
Por ello, la formación del nuevo gobierno de coalición, probablemente el próximo sábado, sería un buen momento para que las cancillerías occidentales abandonasen la cómoda demonización sistemática de Hamas y aceptasen que, guste o no, es un legítimo representante del pueblo palestino. Tanto como lo han sido los doce primeros ministros de la historia de Israel.
Paula Lego
Periodista
Fuente: Agencia de Información Solidaria (España)
http://www.infosolidaria.org
Tras la toma de poder en marzo de 2006 del Ejecutivo liderado por Hamas, Estados Unidos y la UE iniciaron un bloqueo a este Gobierno que ha tenido gravísimas consecuencias para el pueblo palestino. Desde el pasado mes de junio, los más de 160.000 funcionarios públicos palestinos no reciben sus salarios de forma regular, y apenas unos cuantos lo hacen por medio de un fondo temporal compensatorio, lo que ha generado una grave crisis económica en la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Esto se une a la terrible situación de Gaza, donde entre un 40% y un 60%, según la fuente, del 1,4 millones de habitantes de la franja vive en condiciones de pobreza. Este bloqueo viene provocado por la negativa de Hamas a cumplir las condiciones del denominado Cuarteto de Madrid (ONU, UE, EEUU y Rusia): reconocer a Israel, los acuerdos firmados con este Estado y renunciar a la violencia.
Buenos y malos
El citado acuerdo para la formación de un Gobierno de unidad nacional ha vuelto a interrogar a los dirigentes occidentales sobre la simplona división entre los “buenos” de Al Fatah y los “malos” de Hamas a la que se han dedicado con denuedo en el último año. Esta diferenciación, de momento, sitúa ante la opinión pública árabe al presidente palestino, de Fatah, como un “colaboracionista” con Israel y Estados Unidos (se ha reunido con líderes de ambos países) y a Hamas como los auténticos luchadores por la causa palestina, lo que hace un flaco favor a la paz en la región.
Además, revela un concepto de “democracia a la carta” precisamente por parte de países que se jactan de ser los más respetuosos con la voluntad popular. Al igual que cuando Israel y Estados Unidos aseguraban sin ambages que Yassir Arafat ya no era un “interlocutor válido” para la paz (e incluso el ejército israelí llegó a sitiarle con tanques en la sede de la presidencia palestina, la Muqata, en la localidad cisjordana de Ramala), los países occidentales detienen ahora su ayuda al pueblo palestino porque el Gobierno que éste ha elegido no cumple unas condiciones fundamentalmente decididas por ellos mismos.
Una historia embarazosa
En esta ocasión no hace falta remitirse a los habituales ejemplos de doble rasero de las potencias occidentales (China, Pakistán, Arabia Saudí,...) ante la exigencia de cumplimiento de condiciones en función de si son o no importantes socios comerciales o estratégicos, sino que basta con mirar a la historia de Israel y Palestina. Hasta dos primeros ministros de Israel pertenecieron en su momento a grupos terroristas contra una presencia colonial en Palestina, la británica: Menájem Beguin, en el movimiento Irgun, e Isaac Shamir, en Stern, que fundó y dirigió. Como terrorista es el adjetivo que recibió Arafat al frente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). A esto cabría añadir un Ariel Sharon al tanto de las matanzas de Sabra y Chatila en Líbano y hasta la “paloma” Isaac Rabin, quien no dudó en asegurar cuando era ministro de Defensa que aplacaría la primera Intifada, a finales de 1987, con “fuego, fuerza y palos”. Tampoco está de más recordar la famosa frase de Golda Meir: “El pueblo palestino no existe”, que no parece muy diferente a no reconocer el derecho a existir del Estado de Israel. Ninguna potencia occidental se planteó establecer un bloqueo al Gobierno de este país.
La discusión sobre el reconocimiento del derecho de Israel a existir plantea dos problemas, ya no teóricos, sino prácticos. El primero es que, como defiende Meshal, “el conflicto entre palestinos e israelíes es mucho más complejo que el reconocimiento de Israel. Para empezar, antes Israel debe poner fin a la ocupación” de los territorios palestinos. El segundo es que los propios dirigentes de Hamas saben que cualquier solución viable pasa por el establecimiento de dos Estados (la propuesta de uno solo multicultural ha quedado sepultada por tantos años de enfrentamiento) y tarde o temprano lo acabarán haciendo si quieren ser relevantes en unas futuras negociaciones de paz.
Este doble rasero de la comunidad internacional tampoco debe ocultar la inaceptable impregnación de religión y política que propone Hamas, ni sus discursos con claros tintes antisemitas ni su atávica concepción de los derechos humanos o del papel de la mujer en la sociedad. Ni, por supuesto, su recurso al terrorismo.
El hartazgo palestino
La victoria de Hamas no debe ser interpretada, por tanto, como una muestra de radicalismo de la sociedad palestina (y de así serlo, se habría llegado a este punto principalmente a causa de la constante política israelí de humillaciones, anexiones, asentamientos y hostigamiento), sino como una señal, expresada democráticamente, de hartazgo de la inoperancia y corrupción en el seno de la ANP y de la constante cesión de derechos del pueblo palestino, reconocidos en diversas resoluciones de Naciones Unidas, en cada una de las negociaciones de paz en nombre de un malentendido “realismo”, que no es sino la aceptación de la política israelí de hechos consumados.
Por ello, la formación del nuevo gobierno de coalición, probablemente el próximo sábado, sería un buen momento para que las cancillerías occidentales abandonasen la cómoda demonización sistemática de Hamas y aceptasen que, guste o no, es un legítimo representante del pueblo palestino. Tanto como lo han sido los doce primeros ministros de la historia de Israel.
Paula Lego
Periodista
Fuente: Agencia de Información Solidaria (España)
http://www.infosolidaria.org
https://www.alainet.org/es/articulo/119783
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