Secuelas de un mal diagnóstico de la crisis

12/06/2009
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El mal diagnóstico de la cuádruple crisis que asuela a México: económica (catarrito), política (desdén del descrédito, la desconfianza en los partidos y la clase política, las campañas sucias, la oleada de violencia criminal y contra los consumidores, inflingida por los monopolios), social (desprecio del agudo desempleo, el apogeo de la economía informal y negra-criminal y del cierre de la válvula de la emigración), y epidemiológica (inesperada y que desnudó el sistema de salud pública), puede prolongar y profundizar los males de la nación.

La mezquindad de la elite dirigente (políticos, empresarios e intelectuales) puede arrastrar al país a una espiral de violencia de la que nadie saldría ganador. Y su proverbial miopía impide vislumbrar los grandes cambios que se avecinan con sus consecuentes riesgos, que si se soslayan pueden condenar la viabilidad del país. También se corre el peligro de desaprovechar únicas y valiosas oportunidades. En el horizonte se dibujan grandes cambios en el sistema capitalista, que recompondrán la estructura del poder mundial y de cada país.

A este cúmulo de problemas se suman las anteojeras ideológicas que recortan más la visión de la clase gobernante, olvidando la máxima de Schumpeter de la perenne destrucción creativa del capitalismo. Así, ignora los grandes cambios ocurridos en el corazón del sistema (Estados Unidos) y la fuerza que propulsó esta fase de la globalización (la descomunal expansión financiera). Intentemos examinar el asunto: la creación sin parangón de dinero de Estados Unidos socava el órgano vital de su imperio: el dólar. Ignorar este hecho nubla la visión.

La disputa que se avecina sobre el papel global del dólar tendrá un gran impacto en el equilibrio mundial de fuerzas. Cuando esta moneda no sea medio de intercambio, medida de valor y medio de reserva, Estados Unidos se convertirá en una nación como cualquiera. Este simple suceso es ininteligible para Hacienda y el Banco de México.

Y si se desconoce un problema, no hay políticas preventivas.

La otra gran tendencia menospreciada es el fin del ciclo hegemónico del capital financiero. Cada cierto periodo las finanzas se convierten en el centro del sistema capitalista: la especulación es un doloroso mecanismo de destrucción creativa, que permite desplazar al viejo régimen económico y asentar los nuevos sistemas de producción guiados por la revolución tecnológica. La historia revela esta constante cíclica: 1797, 1847 1893, 1929 y 2008. Cada crisis es precedida de innovaciones tecnológicas: la hilandería, la propulsión a vapor, el petróleo y la producción en masa, y la revolución microelectrónica.

En la fase final de cada ciclo domina el capital financiero; después se invierte la ecuación: es sometido con reglas y se le asigna el papel de sirviente del capital industrial y hasta del hombre. En Revoluciones tecnológicas y capital financiero, Carlota Pérez dice que es en esa fase cuando el capitalismo tiene su cara amable porque los beneficios del sistema se “difunden hacia abajo y se instala una época de ‘bienestar’ y bonanza”. Coinciden el interés individual y el colectivo.

En su periodo hegemónico, el capital financiero erige intereses particulares en valores, y convierte casi todo en commodity: desde el ser humano hasta la religión. Al concluir este periodo aberrante surgen nuevas visiones y valores que dan santa sepultura al “capitalismo decadente”, y comienza el nuevo ciclo. No obstante, lo novedoso en esta ocasión es que coincide con el fin del periodo predominante de una nación, Estados Unidos –como sucedió a inicios del siglo pasado con Inglaterra– y la depredación del medio ambiente: aire, tierra y mar.

La conjunción de estas circunstancias traerá una renovación de los valores, las costumbres y los hábitos. Es posible que esta vez sí se erijan el hombre y su hábitat en eje del sistema: el desarrollo humano tendrá prioridad sobre el consumo y la acumulación de objetos. Si esto ocurre, la producción como instrumento de medir el progreso de un país se cambiará por mediciones y valores sustentables con la vida. Pero no hay que desdeñar los grandes riesgos: el reacomodo mundial de poder puede traer guerras y otras locuras. Mucho depende cómo se integre a los países emergentes a las estructuras de mando global. Por desgracia el gobierno ni por enterado se da de estas tendencias.

Fuente: Forum en línea
http://www.forumenlinea.com/

https://www.alainet.org/es/articulo/134294

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