Que paguen lo que nos deben

20/01/2009
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Mucho se habla de crisis en estos días, y no es para menos.  Crisis financiera, crisis económica, crisis alimentaria, crisis climática, crisis energética, crisis cíclica, crisis sistémica, crisis del capitalismo, crisis civilizatoria…. Muchos están convencidos que es la crisis más grande desde la gran crisis de hace 70 años, mientras otros y otras todavía juran que apenas nos va a tocar, a pesar de que todo indica que se está iniciando un período de crisis grave que será largo y de consecuencias que aún no logramos vislumbrar del todo. En fin, hay que seguir debatiendo si ésta es la crisis de todas las crisis, o sólo una más, como quien dice, de la crisis nuestra de todos los días.
 
Sea cual sea, en medio de tanta incertidumbre lo que es seguro es que son pocos quienes hablan de la relación entre esta crisis financiera-económica, con su epicentro en el corazón mismo del sistema capitalista, y la crisis de endeudamiento de hace apenas 30 años que tuvo, y de hecho sigue teniendo, al Sur como protagonista principal. Una crisis que dejó a los pueblos de América Latina, el Caribe y todo el Sur, a su patrimonio, derechos, industrias, agricultura, recursos, territorio, servicios públicos, agua, en fin todo de nuestros países, a merced del mismo proceso de especulación, acumulación, globalización y concentración de la economía mundial que hoy, cual casa de naipes, parece tumbarse sobre lo que queda de nosotros.  Y que son todavía menos, quienes están prestando atención a los vínculos insoslayables entre el modelo de dominación impuesto a través de ese sistema de endeudamiento y las demás crisis alimentaria, climática y energética, sobre todo.
 
Pero la venta de valores en bolsas de todo tamaño y color, los rescates multibillonarios de los pasadores de riesgo y organizadores criminales de esquemas piramidales, la conversión del maíz y del trigo en fichas de casino y las reservas de aire puro en derivados a la caza de un buen comprador, síntomas y causas todas de las variopintas crisis que sin duda están convergiendo sobre nosotros con un ritmo y gravedad inusitados, son  una continuidad tal cual de la crisis de endeudamiento gatillada en agosto de 1982 cuando el gobierno mexicano anunció la suspensión de sus pagos. De ahí a la firma del primer tratado de libre comercio en la región, sólo pasó la tristemente denominada década pérdida.
 
En realidad, la convergencia de las crisis que desde el Norte mismo se viene expandiendo mundialmente como fuego sobre la pampa resecada, viene a ser como la otra cara de la moneda que desde entonces el Sur viene tributando al Norte en concepto de servicio de esas deudas.  Conlleva un costo enorme en vidas humanas, en destrucción de la naturaleza  así como también de nuestras sociedades, culturas, instituciones, prácticas políticas y todo lo que hace al buen vivir de nuestras comunidades y las generaciones futuras. La cara de la moneda que nunca vimos pero igual pagamos, o, parafraseando a Galeano, lo que de tanto más pagar, más quedamos debiendo y menos teniendo.
 
Porque la deuda de aquellos años fue, al igual que la acumulación incendiaria ahora de créditos hipotecarios “subprime” ofertados por chupasangres sedientos e inescrupulosos, mascarándose como inversionistas, banqueros ilustres u otros ciudadanos de primera, una deuda que creció al ritmo de los intereses de los prestamistas y no de las posibilidades o, en muchos casos, siquiera de las necesidades de los prestatarios. Una deuda ilegítima y en muchos aspectos ilegal, las más de las veces ofertada en condiciones estupendamente favorables, con períodos de gracia amplios, tasas de interés flexible y hasta negativas en términos reales.  ¿Por qué?  Porque abundaba la liquidez en los bolsillos de quienes ya venían, desde hace varios años, impulsando todas las medidas necesarias para derribar los muros que estorbaban la libertad de movimiento de sus capitales y bienes y servirse del mundo entero para lograr las tasas de ganancias que ya no encontraban en otros lares.
 
Cuando después EE.UU. necesitaban de esos capitales para reponer su economía de tanta guerra y subversión militarizada, aumentaron las tasas de interés y lo lógico sucedió. Los países tomadores de crédito que ya no podían pagar los créditos tomados, fueron forzados a entregar no sólo lo que habían ofrecido en garantía, sino todo lo poco o mucho que habían logrado en todos los años de la independencia y el período pos-guerra.  Pocas fueron las excepciones.  Pueblos enteros quedaron en la calle, desalojados, sin trabajo ni acceso a la tierra, la vivienda, la educación o la salud, mientras sus verdugos fueron también “rescatados” con Planes Brady y Bonos Global, jugosas privatizaciones y concesiones sin límite.  Y de esa bonanza en manos ajenas se nutrió el crecimiento de la economía-casino mundial que hoy gira y gira, fuera, prácticamente, de cualquier control.
 
 La deuda que continúa creciendo
 
En las tres décadas de múltiples crisis que han significado el pago continuo de una deuda que ya en 1985 fue definida por el Comandante Fidel Castro como una deuda “impagable, en términos matemáticos, humanos, y políticos”, además ha quedado patente que cada crisis trae perdedores, así como también ganadores.  Sin mirar más lejos, es bueno recordar que de los Comités de Bancos que en los años ochentas reunían decenas cuando no centenares de bancos e instituciones financieras para decidir sobre los procesos de remate en los países de la región, hoy quedan sólo una pequeña manada de caras, cada una hinchada por los procesos de compras, fusiones, diversificaciones y concentración que han protagonizado. Desde quienes provocan las crisis a su medida, hasta quienes pescan en río revuelto, es otra manera de ver las similitudes y continuidades entre la crisis de endeudamiento de ayer para hoy, y las crisis de hoy para mañana.
 
Según el World Economic Outlook (FMI, 2006 y 2008), entre 1986 y 2006 los países de América Latina y el Caribe pagaron más de US$ 2,4 millones de millones en concepto de servicio de la deuda externa, mientras la deuda reclamada no hacía más que incrementarse. Para fines de 2007, las deudas externas exigidas a la región sumaban ya 824 mil millones de dólares, y se proyectaban aumentos hasta 898 mil millones (fines de 2008) y 936 mil millones (fines de 2009).
 
Si bien estas cifras sólo señalan una parte de la realidad, combinando los niveles de endeudamiento público con lo privado y escondiendo el proceso de conversión de deuda multilateral y bilateral, en emisión de bonos u otros tipos de endeudamiento en los mercados comerciales –generalmente a un precio más elevado y plazos más cortos- , más significativa aún ha sido la acelerada conversión de deuda externa en deuda interna, alcanzando ya niveles mayores en varios países de la región y vinculado estrechamente no solo a la privatización de los sistemas de seguridad social, impulsada desde el Banco Mundial, sino también al crecimiento de las reservas internacionales experimentado en los últimos años.
 
Así tampoco reflejan esas cifras la pérdida neta de patrimonio social, cultural, físico y ecológico que ha caracterizado este período como resultado, en gran medida, de las políticas neoliberales impuestas al calor del abultado endeudamiento financiero y las presiones ejercidas contra las víctimas de las estafas, para que además salden las cuentas de los paquetes de rescate.
 
Contabilizar estas nuevas deudas continúa siendo una asignatura pendiente, y más aún la necesidad de sumar este cúmulo de endeudamiento financiero, social, y ecológico a la ya abundante deuda colonial, acumulada tras 517 años de sometimiento y expoliación que sentaron las bases de opresión y saqueo que perpetúa el presente sistema y que juntas exigen una respuesta integral de memoria, verdad, castigo y reparaciones. Lo que sí queda claro, aún sin la necesaria sistematización, es que la deuda con los pueblos de América Latina y el Caribe, que en todos estos años no ha cesado de crecer, apunta ahora, ante el panorama de crisis convergentes abierto, a un recrudecimiento importante tanto en términos financieros como sociales, políticos, culturales y ecológicos, a menos que los pueblos y los gobiernos logren unirse en un cambio de rumbo profundo y acelerado.
 
Esperanza de cambios
 
En ese sentido, sin duda van surgiendo señales positivas. Una de ellas es el hecho que instituciones y actores de la talla del Banco Mundial, el Club de París, la CNUCED (Conferencia de las Naciones Unidas sobre el comercio y el desarrollo) y el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, han sido forzados finalmente a iniciar su propio abordaje de las problemáticas de deuda odiosa e ilegítima.
 
Mientras todavía distan mucho de tener algún impacto concreto en el panorama de endeudamiento en la región, junto con las acciones tomadas recientemente por los gobiernos de algunos países prestadores, como por ejemplo la decisión de Noruega de anular algunos reclamos de deuda surgidos de una política que declaró “fallida”, de prestar para que países del Sur les comprara barcos, abren nuevas posibilidades.
 
Pero ciertamente de mayor esperanza, sobre todo en América Latina y el Caribe, es el camino abierto por los movimientos ecuatorianos que lograron que el Presidente Correa instalara la primera experiencia de auditoría integral de las deudas reclamadas a su país, a fin de determinar su legitimidad y posibilitar medidas tendientes a lograr justicia y el pleno reconocimiento, como durante años lo habían denunciado los movimientos populares del país, que Ecuador “no debe nada, la deuda ya está pagada”. El informe de la Comisión para la Auditoria Integral del Crédito Público, que investigó durante más de un año los pormenores de la deuda acumulada a partir de 1976, fue presentado públicamente el 20 de noviembre y en poco tiempo ha desencadenado una serie de acciones, incluyendo la suspensión de algunos pagos, que si bien no llegan a colmar todas las expectativas tan justamente levantadas, marcan un antes y un después de fuerte repercusión.
 
Algunos gobiernos de la región, entre ellos los de Fernando Lugo en Paraguay, de Evo Morales en Bolivia y de Hugo Chávez en Venezuela, comprometieron de inmediato su apoyo y a seguir el ejemplo. Junto con la concurrencia de Cuba y otros países integrantes del ALBA-TCP, también anunciaron medidas para seguir avanzando en el diseño y puesta en funcionamiento de una nueva arquitectura regional; sumando a la realidad del Banco del ALBA y la creación estancada del Banco del Sur, una propuesta de moneda única -el SUCRE- y de un fondo de estabilización regional que podrían contribuir al fortalecimiento y a la construcción de alternativas de financiamiento soberanas y solidarias, junto con la renuncia de Bolivia al Centro Internacional de Arreglo de Diferendos de Inversión (CIADI), dependiente del Banco Mundial.
 
Vale la pena mencionar,  además, la declaración de apoyo a la auditoría y a todas las acciones consecuentes del gobierno ecuatoriano, emitida en noviembre por el Sistema Integral Centroamericano con la firma de todos los presidentes del istmo. 
 
Desde entonces, Paraguay ha seguido avanzando al proponer a Brasil la realización conjunta de una auditoría integral de las deudas binacionales acumuladas en el marco del Tratado de Itaipú y en Brasil, la conjunción de la auditoría y sobre todo el cuestionamiento por parte del gobierno ecuatoriano a créditos otorgados por el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) de Brasil, a la empresa Odebrecht por una represa malograda, sin duda contribuyeron a la decisión del presidente del Congreso brasileño, anunciada la primera semana de diciembre después de meses de espera, de crear la Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) sobre la Deuda de Brasil.  Dos veces ya el movimiento de lucha contra la deuda había logrado reunir la cantidad de firmas parlamentarias necesarias para iniciar ese proceso, pero siempre otras prioridades políticas habían tomado la delantera.
 
Cada uno de estos pasos requiere de la movilización permanente de los movimientos y organizaciones de toda la región, para consolidarse frente a los obstáculos e intereses confrontados y lograr además los necesarios cambios en otras políticas que pueden seguir nutriendo la construcción de alternativas soberanas y solidarias.  Constituyen esperanzas de cambio, que podrían converger en otras medidas incluyendo un cuestionamiento profundo a las políticas de nuevos endeudamientos lanzadas por el Banco Mundial y el BID –con el pleno apoyo entre otros de Brasil, Argentina y México, entre el Grupo de los 20 frente a la crisis financiera– frente a la multiplicación de la crisis.
 
 La ocasión del 50º aniversario del BID,  a fines de marzo, cuya Asamblea de Gobernadores se encontrará en Medellín con una Asamblea de Damnificados como parte de la campaña lanzada ¡BID, 50 Años Basta!, sería un momento propicio para plantear el cierre de ese organismo y la creación ya de instituciones alternativas como el Banco del Sur, que bajo el mando de procesos controlados democrática y participativamente en la región, podría ofrecer una verdadera esperanza de cambio.
 
El Tribunal que proyectan los movimientos centroamericanos para Tegucigalpa en abril, para denunciar los casos de deuda histórica y ecológica en el marco de las negociaciones con la Unión Europea, será otra ocasión para avanzar en el fortalecimiento de iniciativas de resistencia a la dominación ejercida por medio de la deuda y sobre todo,  en medio de las crisis, reclamar justicia y la reparación de los crímenes de deuda cometidos. Es hora que se reconozcan quienes son los verdaderos acreedores, y empezar a saldar las deudas pendientes con los pueblos.
 

- Beverly Keene es Coordinadora global de Jubileo Sur 

https://www.alainet.org/es/articulo/141133
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