Socialismo, China y los demás países

31/07/2011
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Con la desaparición de la URSS terminó el mundo bipolar que vivimos desde el comienzo de la Revolución Bolchevique en 1917.
 
Desde entonces y hasta el derrumbamiento del Bloque Socialista, existió ese balance que sirvió, en alguna medida, para proteger los excesos tanto de unos como de otros. En los años posteriores a esa época, Estados Unidos se convirtió en la fuerza rectora, capaz de aplastar por las armas y la coerción, a aquellas naciones consideradas contrarias a sus intereses económicos y políticos. La única nación del orbe que asume como un desafío el surgimiento de una idea sociopolítica contraria a sus postulados, es Estados Unidos.  
 
La bipolaridad no está dada porque otra potencia de gran poderío económico, exista como fuerza retadora o contenedora del poderío militar de Estados Unidos. Su definición está dada por la existencia de una nación que, además de poseer un fuerte poderío militar, posea valores sociopolíticos diferentes respecto a la función del Estado. Ese era el caso de la URSS versus Estados Unidos. La Rusia de hoy, aun si llegara a un distanciamiento beligerante con el país del Norte no representaría jamás la bipolaridad de aquella época. Sería un enemigo más, pero no causaría una preocupación, del tipo que significó en aquellos años la presencia soviética. Las diferencias sociopolíticas son para Washington una amenaza a largo plazo, incapaz de ser controladas fácilmente por las armas.
 
China comenzó a convertirse en la otra cara del mundo político, cuando su enorme desarrollo y crecimiento, colocaron su economía al punto de competir, tanto en el mercado como en lo militar. En este último aspecto su crecimiento ha sido callado, pertinaz y bien administrado. Ya en los últimos dos años, Estados Unidos no puede hablar de China, sin considerarla una contrapartida, imposible de evadir a la hora de tomar decisiones que puedan dañar algunos de sus intereses, supuestos o reales.
 
Como consecuencia de la actitud guerrera asumida por Estados Unidos, desde que debutó en la arena internacional, luego de la injustificada guerra declarada a España en 1898, es prácticamente imposible desarrollar un Estado de nuevo tipo, orientado a la defensa efectiva del cuerpo social que representa.
 
El desarrollo posterior a la caída del Bloque Soviético, dejó manos libres a la nación del Norte para darle forma a políticas corruptas nacidas de prácticas económicas no reguladas. El proceso de liberalización, facilitado por el vertiginoso crecimiento de la economía, permitió delegar aún más el manejo de las leyes económicas a grupos particulares, con un carácter y propósito puramente individual, permitiendo a determinadas personas legislar e imponer géneros productivos y estilos de vida, en contradicción con la disponibilidad de recursos. Las leyes económicas no fueron administradas por su sociedad a través de la representación del Estado, sino de forma individual. El desarrollo de esa práctica llevó a la corrupción y eventualmente colocó el mundo al borde del colapso económico.
 
Frente a la política agresiva de Estados Unidos, no es concebible organizar un Estado socialista. Dicha conducta representaría un gran obstáculo. Sin embargo, la emergencia de China hace posible pensarlo nuevamente. Esta vez contamos también con la experiencia de aciertos y errores acumulados en los últimos cien años y de hecho sus probabilidades son totalmente factibles.
 
No sabemos cómo China podrá eventualmente arribar a la concepción de un Estado socialista, siguiendo el camino actual que ha escogido. La experiencia demuestra que las riquezas individuales terminan por imponer las condiciones y estilos del Estado, el cual por definición es un mero instrumento político, cuya función esencial es imponer y administrar las leyes jurídicas y económicas, en función de las necesidades sociales, con un mínimo de interferencia en las actividades individuales. Ecuación ésta muy difícil de resolver, pero que definitivamente no es imposible de realizar, a la luz de los nuevos mecanismos de dirección y administración.
 
China optó por lograr una acumulación acelerada de capital, para lo cual tuvo que recurrir a procedimientos similares a los empleados por los Estados que practican las políticas económicas bautizadas por Marx con el nombre de capitalismo.
 
Sin dudas que de otra manera China no hubiese llegado al desarrollo de hoy, porque la lucha con las burocracias estatales u otras de naturaleza colectiva, influenciadas por un mundo que brinda ejemplos desorientadores sobre estilos de vida no aplicables socialmente, hubiera conducido a las mismas trabas que hicieron colapsar a la URSS. No es que la dirección colectiva no pueda llegar a ser efectiva, es que los patrones de pensamiento, condicionados por un mundo que presenta ejemplos deslumbrantes de estilos de vida, dificultan prácticas económicas distintas. Entonces todo el proceso se convierte en una lucha interminable por imponer, corregir y sancionar a cuanta persona es encargada de la tarea económica y el proceso de producción y la acumulación de capital nunca se logran. No sabemos si China pensó en todo esto cuando optó por su modelo actual.
 
El socialismo no se hace con hombres buenos o malos, sino con las realidades sociales, las condiciones materiales y los fenómenos de conducta y procedimientos cambiarios originados en su devenir. La idea no es fabricar un hombre nuevo, sino administrar las condiciones que lo han llevado a su dimensión actual. En el beneficio de esa gestión, nuevos patrones de conducta lo transformarán con el tiempo. En la medida que el beneficio tenga un contenido colectivo, se alejará más de las ilusiones que, hasta los días de hoy, son resultado de particulares beneficios individuales, dimensionados como ganancias colectivas.
 
La decisión China, de acelerar el proceso acumulativo, pudiera crear problemas futuros para organizar un Estado socialista, pero su realidad de hoy, permite que el mundo pueda continuar moviéndose con mayores facilidades hacia esos objetivos, sin enfrentar una irremediable agresión de Estados Unidos. La práctica política de Washington es un peligro potencial, pero no una realidad absoluta mientras existan balances que desafíen su poderío. En este caso China se ha convertido en ese balance.
 
Mientras este fenómeno internacional existe como consecuencia de la decisión china de acelerar la acumulación de capital y desarrollar una política armamentista no perturbada por intervenciones que no requiere, otros países, como Cuba y algunos suramericanos, avanzan en la adecuación de sus estados, con el propósito de alcanzar un balance socialista.
 
 
Quizás estos países, que no tienen que atravesar por la experiencia amarga de una profunda asimetría nacional en la distribución de sus riquezas, como es el caso chino, puedan servir de ejemplo al Gigante Asiático cuando esté en condiciones de orientarse hacia políticas socioeconómicas de un mayor carácter social. Decimos esto pensando en la disciplina milenaria china y en la confianza que sus dirigentes sean consientes, que la estabilidad del país solamente estará garantizada, si logra una paz social interna sostenida, para la cual las grandes asimetrías son malas consejeras.
 
Sin China no habría camino al socialismo actualmente, pero su política económica también puede abrir el camino hacia un mundo tecnocrático. Hasta hoy no existen síntomas y al parecer sus decisiones no son para la complacencia de sectores internos particulares, como ocurre con Estados Unidos, donde el Estado está secuestrado por grandes capitales, controlados y administrados individualmente. Hasta hoy la corrupción china parece existir solamente en sus esferas económicas, pero sus decisiones políticas brindan la impresión de estar protegidas de esas aberraciones.
 
Para que el socialismo pueda instrumentarse en los países que no tienen que recurrir a una competencia feroz con Estados Unidos como única modo de subsistir, deberán encontrar fórmulas que les permitan convivir en un mundo con valores muy distantes a sus propósitos socialistas.
 
Las inversiones extranjeras serán necesarias, inversiones de carácter privado nacional tendrán que ser favorecidas a través de fórmulas realistas, no condicionadas ideológicamente y el reconocimiento de iniciativas administrativas, compensadas a la altura de expectativas que respondan a nuestro mundo y no a uno imaginario, deberán ser valoradas e implementadas.
 
El socialismo consiste en la formación de un Estado, donde las decisiones puedan dimanar de la participación mayoritaria de la sociedad y la influencia política del elemento económico sea erradicada.
 
Esto no es una aseveración, sino una reflexión que escribimos en pocas líneas, pero que requiere de mucho debate y sobre todo, la posibilidad de implementarse sin interrumpir por defecto, la continuidad del desarrollo económico. Las interrupciones económicas en la instauración de un Estado socialista han sido hasta hoy, de una magnitud superior a las causadas por las aberraciones de las naciones capitalistas.
 
De no realizarse el esfuerzo dentro de esa ponderación y realismo, volveremos a los tiempos de las muchas ilusiones y poco caldo.
 
- Lorenzo Gonzalo, es periodista cubano residente en los EEUU y subdirector de Radio Miami 
 
Fuente original: enviado por el autor a MARTIANOS-HERMES-CUBAINFORMACIÓN
 
Miami, 29 de julio del 2011
https://www.alainet.org/es/articulo/151580
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