Las falsas verdades
30/10/2011
- Opinión
“Quien sólo sueña, de algún modo está muerto;
quien despierta, al menos sabe que vive. En un mundo cruel
y difícil, real y miserable, pero vive. Sin intermediarios, sin
creencias, sin ensoñaciones. Sólo vive, que no es poco para
los tiempos que corren…hay que tener la temeridad de no
creer en nada”.
JUAN NUÑO: La escuela de la sospecha. P.20
Las hay en todos los ámbitos; en el palacio de la ciencia, en el mundo literario, en la diatriba política, en los sermones religiosos, en las declaraciones de amor. El mentado “sentido común” está repleto de medias verdades, que en cierto modo es la misma cosa. Las verdades, entre más solemnes, más sospechosas. Abundan las figuras paradojales que no son exactamente una manipulación (en las matemáticas o en la física), pero sobre las cuales se pueden montar grandes estafas del pensamiento. Son muchas también las verdades acomodadas por los artificios de la presentación (en el mundo jurídico, por ejemplo) o aquellas que sirven de mascarada a las estrategias publicitarias o la vulgata propagandística.
En el campo de la subcultura massmediática es donde el asunto se vuelve paroxístico. Aquí casi todo es falso pero amigablemente verdadero. Toda la trucología para vender se vale de la manipulación--brutal o sutil, poco importa--de suposiciones, dogmas, verdades establecidas por la tradición, afirmaciones tecno-científicas o caricaturas del diario acontecer. Agréguele el condimento de la seducción o la incitación que jorunga los fantasmas de la sexualidad, del miedo o cualquiera de esas “bajas pasiones” con las que se aliñan los formatos de la comunicación de masas. El “mercadeo” consiste precisamente en las habilidades desarrolladas por la industria cultural para confeccionar la subjetividad perfecta del “consumidor”: curioso espécimen que cree tener algún gusto, que asegura hacer alguna elección, que se cree el cuento de la autonomía individual, que cree que habla (cuando en verdad es hablado, Foucault-Bourdieau, dixit)
El mercado lingüístico de la política no se queda atrás. Desde la emblemática figura del demagogo (suerte de “Don Juan” del espacio público) hasta los laboratorios de guerra sucia, todo está montado en el tinglado de las falsificaciones. La equivalencia entre político y mentiroso no viene de ayer. Han transcurrido muchos siglos de experiencia acumulada en este pérfido oficio como para saber hoy por dónde van los tiros. Aquí se cumple de forma imperativa la máxima posmoderna de que la realidad es una construcción discursiva, la verdad es una transacción circunstancial que sólo sirve para ciertos usos, la verdad y su contrario (el que sea) tienen el mismo status ético-epistémico (la ciencia es otra forma de relato, como la literatura o el cine). Nada es “superior” o “inferior”. De allí esa fascinante fragilidad de cualquier concepto de verdad: De allí también la impunidad con la que se puede navegar en estas aguas de las triquiñuelas políticas, construcciones al gusto, interpretaciones acomodadas siempre a los intereses en juego (Anécdota: por allá en los años 70, teníamos a un querido amigo en la Dirección Nacional de MIR, que luego de alguna derrota en las elecciones universitarias, hacía este simpático análisis: “no fue que perdimos, lo que pasó fue que no ganamos”).
¿Cuántos científicos se encargaron en “probar” la superioridad de los blancos, la inferioridad de la mujer, las bondades de la bomba atómica o la bendición de las semillas transgénicas? Son en realidad miles las trampas discursivas en las que está montada la flamante civilización occidental. La eficacia ideológica de las verdades es lo que cuenta (poco importa si son o no falsedades). La legitimidad de las versiones que circulan es el asunto (es irrelevante si ello “se corresponde con los hechos” y cosillas así)
Nadie asegura que lo que vengo de decir sea verdad (tampoco me importa demasiado). Basta que usted, amigo lector, haya llegado hasta este punto… todo lo demás está sobrando.
Moraleja: si su manzana cae, es que la tierra está patas arriba... y usted no se ha puesto de cabeza (Newton lo sospechaba).
https://www.alainet.org/es/articulo/153699
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