Más estado, menos gobierno
23/01/2012
- Opinión
“El gran ideal de la Ilustración, mitología de la
modernidad, Ilustración que culmina en el juego democrático,
está desembocando en el claroscuro de la política espectáculo”.
MICHEL MAFFESOLI: Iconologías: nuestras ideolatrías postmodernas, p.169
En las precarias democracias del Sur arrastramos una antigua confusión entre gobierno y Estado. Aquí esos conceptos son equivalentes; en parte porque la débil cultura democrática no logra cuajar en una plataforma jurídico-organizacional que funcione—casi—por sí sola, en parte también porque en vez de Estado lo que en verdad existe es un “estado de ánimo”, como sentenciaba brutalmente el amigo Miguel Ron Pedrique. Así la cosas, va quedando poco margen para jugar con la figura weberiana de la tecno-estructura que lograría una relativa autonomía en beneficio de los ciudadanos, más allá de las manipulaciones de los politiqueros profesionales. En ninguna parte esto se logra plenamente, pero compare usted el Estado noruego con cualquier “estado de ánimo” de los que tanto abundan por aquí y entonces quedará claro de qué estamos hablando.
La mezcolanza entre gestión gubernamental y funcionamiento del Estado (por ejemplo, en el campo de la salud, el transporte, las comunicaciones, la seguridad, la banca o la educación) genera una terrible opacidad que es fuente de arbitrariedad, corrupción e ineficiencia. En la medida que no existe el Estado (o existe en precarias condiciones) el gobierno es todo, ocupa todos los espacios, es ejecutor y árbitro. De ese modo la sociedad está a merced de una parcialidad (cualquiera sea su signo) y todo termina dependiendo de los azares y casuísticas de las decisiones climáticas: aquellas que se inspiran rigurosamente en “para donde sople el viento”.
Un país serio es aquel donde los trenes parten a la hora, donde las cosas funcionan, donde usted no sabe que partido está en el poder (pues es radicalmente irrelevante para conducir por buenas autopistas, para pasear en los parques sin pensar en maleantes, para estudiar, para ir al mercado, a un bar o al estadio de futbol) Un país serio es aquel donde la noción de respeto de la gente—por la gente--se respira en cada ezquina, donde la idea de solidaridad se traduce en que la gente deja el 65% de su renta, IVA incluido, en manos del Estado para atender la seguridad social y todo lo demás (Alto: no siga tan rápido, regrese brevemente a la cifra que acabo de mencionar: el 65% de los ingresos individuales de la gente pertenecen a todos. ¿Cómo le quedó el ojo?) ¿Sabe usted cuándo en Venezuela ocurrirá algo así? Bueno, un día que tengamos Estado, que los trenes partan a la hora, que se haya agotado el petróleo, que el oficio de malandro sea una raya, que la gente haya aprendido a saludar en cada acera, que las personas disfruten con ser amables y gentiles, que el hambre sea un lejano recuerdo y la exclusión también, que estemos a tope en educación y que los niveles culturales de la gente broten por los poros. Es probable que los ciudadanos no sepan muy bien cómo se llama el presidente, y desde luego, nadie podrá responder esa pregunta del pasado: ¿cómo se llama este sistema?
Note usted que hasta ahora no se me ha ocurrido hablar de “paraiso”, de “sociedad ideal” o cosas parecidas. Sólo nos ubicamos en la transición hacia algo mejor. La cuestión es saber por qué nos toca a nosotros lidiar con atrocidades sociales que otras sociedades han logrado resolver sin grandes terremotos ideológicos, sin epopeyas y heroicidades, sin proclamas salvadoras. No basta constatar que por estos lados las cosas son diferentes. Hace falta descifrar algunas claves para entender dónde está la diferencia. Es muy probable que en la constitución del Estado encontremos una de esas claves. Desde luego, sabiendo que un Estado no es un montón de empleados públicos revoloteando en un laberinto burocrático.
Por algún lado se empieza: ya sería bastante que la gente fuera construyendo nichos organizacionales de autogestión que se acumulen como plataformas de toda la sociedad. Ello minimiza la presencia de los gobiernos y posiciona el protagonismo de las personas.
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