Canalizar la indignación
- Opinión
Es comprensible el dolor de las familias deportadas en los últimos días como parte de las medidas tomadas por el gobierno de Venezuela. Familias que huyen de las Violencias presentes en todo el planeta. Violencias que golpean sin distinto alguno de nacionalidad o credo.
Los medios de comunicación en Colombia registran este drama como una afrenta a los colombianos y al derecho internacional humanitario. Es absolutamente normal la indignación ante la difícil situación que enfrentan personas cuyos derechos al territorio y la vida digna le han sido negados una vez más. Territorio y vida digna a la luz de hoy han de ser derechos básicos fundamentales para la reproducción de la vida. Sin embargo esta indignación antes de conducirla a nacionalismos - en extremos vacíos- debe ser canalizada para repensar el enorme daño que constituye actualmente vivir dentro de la lógica de unas fronteras que niegan la existencia a millones de personas dentro del orden mundial actual. Este último declara en su práctica no tener límites a la hora de extraer recursos naturales y generar todo tipo de Violencias que le garantice territorios para más explotación.
La deportación de un significativo número de personas hacia territorio colombiano desde Venezuela - más allá de las múltiples polémicas-, han de recordar la forma en que hoy son echados a patadas con bombas y fusiles miles de niños y mujeres de la franja de gaza; al igual que en Colombia en los últimos años han sido sacada a empellones de sus casas, fincas y parcelas un número de personas que alcanza a superar la población entera de Noruega; y que hoy son miles las embarcaciones que huyen de la guerra y el hambre – o del hambre de la guerra- en Oriente Medio y África en el intento por alcanzar los suelos de una Europa en crisis.
En los últimos años han sido deportados y sacados de sus territorios miles de seres humanos. Ante esta Barbarie Humanitaria Mundial, la elite periodística y los “muy sabios analistas” han sabido muy bien vender su silencio.
Ahora bien, en este escenario existen historias que no pueden por ningún motivo pasar desapercibidas: Colombia y Venezuela poseen extensos territorios indispensables para que los países del centro puedan alivianar su crisis. En este sentido hay que pensar que cada territorio que sirva para este fin será ocupado.
Siguiendo la lógica actual de la guerra no podemos olvidar lo ocurrido en las fronteras de Libia y Siria años atrás. Todo comenzó con un inofensivo despliegue de mercenarios en sus fronteras. El resultado de ello es que la mayor parte de la población de ambos países, deambula por el mundo ante el silencio cómplice de quienes armaron una guerra, dejaron estos países bajo los escombros y le dijeron a la gente simple y llanamente “Ustedes sobran”.
De tal manera que con el despliegue de la organización paramilitar en la frontera Colombo-Venezolana, la medida tomada por el gobierno de Venezuela es de legítima defensa. Sin embargo la idea de poner a las personas más vulnerables como moneda de cambio no es una buena estrategia en momentos en que los que el factor humano debería estar en el centro.
Hasta aquí es posible comprender el conflicto. Lo que si se sale de toda cordura es ver a Alvaro Uribe en defensa de las mismas personas que años atrás sacó de sus territorios, no con decretos y policías, sino apunta de plomo y motosierra en defensa de sus intereses él y de sus amigos.
- Johan Manuel Mosquera Góngora es Sociólogo, Colaborador Instituto de Filosofía de Cuba. Grupo América Latina; Filosofía Social y Axiología (GALFISA).
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