Polarización social e incertidumbre en las vísperas de las elecciones mexicanas
- Opinión
A dos meses de que se efectúen las elecciones presidenciales, el clima de incertidumbre crece en medio de una cada vez mayor polarización política. Esta situación parece contradictoria con el panorama de una jornada electoral, supuestamente “democrática”, dominada en forma absoluta por los partidos y formaciones políticas de la derecha cuyos liderazgos son los únicos protagonistas de la justa electoral.
Además, el repudio del Instituto Nacional Electoral (INE) a registrar la candidatura presidencial de María de Jesús Patricio, llamada Marichuy, apoyada por el Concejo Nacional Indígena y las etnias mexicanas de todo el país impidió que hubiera una alternativa no oligárquica en las próximas elecciones.
Este inmovilismo político que no es alterado sustancialmente por la participación arrolladora del partido llamado Morena, que aglutina a grupos socialdemócratas. La Ministra de la Suprema Corte de Justicia Olga Sánchez Cordero, designada por el seguro presidente de la república Andrés Manuel López Obrador, para ocupar la secretaría de la Gobernación, es la que ha dado señales inequívocas de su profundo conocimiento de las precipitaciones entrópicas que dominan el país.
La más importante es sin duda el crimen organizado, que, sin embargo, es abordado con bondadosas intenciones por Morena, sino en una convulsionante confrontación internacional porque las entidades criminales, mafias o cárteles, son empresas trasnacionales. Sólo pueden ser entendidas en los términos del presidente Donald Trump.
La estrategia del Estado mexicano dependerá cierto tiempo aún de las negociaciones que en materia de seguridad decidan las agencias anglosajonas de inteligencia, mientras las mexicanas siguen bordando en el vacío. Sin embargo, la coordinación internacional de policías, milicias y agencias de monitoreo es inevitable. Es necesaria.
Ruptura política
Una profunda división se ha dado en las filas de los grupos gobernantes como consecuencia de las graves contradicciones sociales y políticas que afronta la nación después de más de tres décadas de padecer la devastadora política neoliberal impuesta por el Fondo Monetario Internacional y la parafernalia del “Consenso de Washington”. La expresión política más acabada de esta crisis ha sido el rompimiento de la alianza de los dos partidos burgueses principales, el PRI y el PAN. La crisis rompió al bipartidismo oligárquico y sus consecuencias se están presentando con toda su crudeza.
Esta ruptura es tan evidente que el candidato Ricardo Anaya de la coalición encabezada por el PAN, con el PRD de perro faldero, ha desbordado por mucho al candidato oficial de PRI, José Antonio Meade y se ha atrevido a declarar que si fuera elegido presidente metería a la cárcel al presidente Peña Nieto. Todo por lograr colocarse como un competidor fiable ante el candidato que, por mucho, absolutamente todas las encuestas, destacan como triunfador del 1 de julio próximo: Andrés Manuel López Obrador del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), quien en su tercer intento por llegar a la presidencia de la República al fin la alcanzará convertido en depositario de los deseos de cambio de millones de mexicanos.
La ruptura del bipartidismo oligárquico ha producido la cuestión central que determina la presente coyuntura ¿será el bloque alrededor de López Obrador el factor que ocupe el vacío dejado por el PRI- PAN? Los hechos que señalan el desprestigio inaudito del gobierno de la restauración priista de Peña Nieto así como la debilidad del dividido PAN, heredero de los nefastos gobiernos de Fox y Calderón.
En 2000 se dio una “transición pactada” por la cual el presidente Ernesto Zedillo (1994- 2000) del PRI, permitió a Vicente Fox, candidato del PAN, llegar a Los Pinos traicionando así al candidato presidencial del PRI Francisco Labastida para romper más de 70 años de dominio priista. Sin embargo, los dos nefastos sexenios panistas, el de Fox y el de Felipe Calderón (2006- 2012) permitieron en las elecciones de 2012 la restauración priista con Peña Nieto (2012- 2018).
Estos cambios han sido llevados a cabo con el acuerdo de un proyecto de “democratización” liberal puesto en marcha por la oligarquía de los dos partidos gobernantes principales con el aval del Partido de la Revolución Democrática (PRD), expresión minoritaria en México de la socialdemocracia latinoamericana. Este experimento de democracia contó con el apoyo de amplios sectores sociales: intelectuales, magisteriales, burocráticos e incluso de ciertas capas populares.
Fue un experimento de democracia neoliberal manca, tuerta y coja, cuyos resultados no han echado raíces en el suelo árido de un país dominado durante casi un siglo por la dictadura bonapartista del PRI y el PAN. Y el sexenio de Peña Nieto lo demostró con creces: la desigualdad se ha incrementado, la violencia oficial y delincuencial han alcanzado cuotas inauditas, la corrupción ha imperado sin freno entre los gobernantes priistas, panistas y perredistas por igual, las privatizaciones se dispararon e incluso las amenazas de Donald Trump al Tratado de Libre Comercio ha puesto en riesgo la privilegiada relación de socia menor de la burguesía mexicana en relación a la de Estados Unidos.
El jueves 3 de mayo López Obrador fue entrevistado por periodistas tradicionalmente servidores del PRI. Lo relevante fue que el candidato de Morena mencionó a la auténtica división de poderes, que sumada a la representación puesta en manos de los diputados por los ciudadanos electores, son constitutivos de la democracia real.
Los problemas del bloque anti AMLO
La incertidumbre se expresa no sólo por el disgusto de indignados que ven en Andrés Manuel su último recurso. Se expresa con un bloque anti-AMLO cuya violencia da lugar a la confusión, que se ha profundizado por la intervención de Peña Nieto en el proceso electoral. Ciertamente, es mucho lo que está en juego para él en estas jornadas electorales.
El destino de varios presidentes latinoamericanos es la sombra que amenaza a su destino siendo expresidente. Tal vez sea también el factor que lo obligue a reconocer su derrota y buscar la negociación, la cual, por otra parte, siempre la ha ofrecido López Obrador. Esta es una de las razones por las que no hay la menor duda que el nerviosismo en Los Pinos es una de las fuentes principales de incertidumbre en los grupos de presión y sus partidos.
Las dificultades y contradicciones del bloque contrario a Andrés Manuel son patentes. El propio Anaya, sin duda el mejor colocado por la intención de voto, es el candidato más joven pero hace apenas quince años era un completo desconocido. Es un personaje que carece de la suficiente solidez para enfrentarse al viejo zorro López Obrador. Su meteórico ascenso se ha debido a la habilidad que ha demostrado para orientarse en las altas cúpulas del PRI y el PAN.
De allí que su actual situación sea vista por muchos sectores de ambos partidos como la de un traidor. Su candidatura representó una división del PAN con la ruptura con la esposa de Felipe Calderón, Margarita Zavala, que aspiraba a ser la candidata presidencial del partido. Ha convocado muchas veces a los demás contrarios a Morena a unirse para presentarle un frente con posibilidades de triunfo pero la desconfianza que él inspira hace muy difícil formar el bloque. Conclusión: sin duda Anaya es el más cercano y probable competidor de AMLO pero ya las encuestas de intención de voto favorecen de manera definitiva a Obrador.
Por su parte, el caso de Meade, el candidato priista oficial que en realidad nunca fue priista sino “ciudadano independiente”, es la representación más palpable del patetismo de un personaje que a pesar de tener a la mano cuantiosos recursos puestos a su disposición por el gobierno de Peña Nieto, no ha podido remontar el tercer lugar que ocupa en las encuestas. El PRI está profundamente dividido y las presiones a un cambio de estrategia incluyendo el cambio de presidente del partido como realmente ocurrió el 3 de mayo. Pero será muy difícil lograr que decline la candidatura de Meade para apoyar a Anaya, entre otras cosas porque perdería su escaso prestigio ante sus militantes y porque la mayoría de los priístas inducidos a votar por el PAN lo harían realmente por Morena.
¿Cuál perspectiva?
La oligarquía del PRI- PAN tendrá pues que entregar el poder a Morena, que es el pronóstico más probable. Sólo un enorme desacierto de López Obrador en los próximos debates lo impediría. Los puntos cardinales de los grupos de presión apuntan hacia otras soluciones como es el carísimo y corruptísimo aparato electoral que se ha puesto en pie con el INE. Este "instituto" representa el proyecto político hegemónico en donde participan todas las fracciones empresariales. El horizonte de la situación actual se moverá bajo los parámetros de pugnas de tales sectores, en las cuales los militares y los sectores más oscuros (por ejemplo los ligados al negocio del narco) intervienen.
La intervención estadounidense en la política mexicana ha sido siempre fundamental. Es indudable que para Washington lo que sucede o no sucede en su vecino del sur es muy importante. Trump ha sido, dentro de su caótica política, muy claro con respecto a México: el muro, las amenazas de liquidar el TLC que es muy estimado por el clan del expresidente Carlos Salinas, las movilizaciones de la guardia nacional en la frontera, su hostilidad hacia nuestro país ha sido constante. Por su parte, Morena se ha mantenido dentro de su escrupulosa política nacionalista “juarista”, en la cual no se ha permitido ni el menor asomo antimperialista que permita a los políticos estadounidenses y sus medios informativos acusarlo de enemigo.
Numerosos grupos empresariales están aceptando que el cambio de tendencia en el gobierno es inevitable y el López Obrador intenta convencerles de que él no amenaza de ninguna manera sus privilegios. El caso de la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM) es emblemático.
En forma sorprendente. Andrés Manuel se declaró contrario a su construcción haciéndose eco de las informaciones abrumadoras que los científicos e ingenieros más destacados han hecho públicas desde hace años y que incluso fueron aceptadas por José Luis Luege, exdirector del poderoso ente del agua (Conagua) durante los gobiernos panistas (El Universal, 30 de abril de 2018). El suelo en el que se construye el aeropuerto es el de un antiguo lago y por lo tanto inseguro.
Para ellos los planes de la construcción del aeropuerto y la enorme urbanización "satelital" que lo rodeará en el espacio del lago de Texcoco, significa un ecocidio de gravísimas consecuencias no sólo para las poblaciones de la región, sino para toda la cuenca donde se asienta la Ciudad de México. Cambio de clima (calentamiento), desertización de enormes espacios, afectación decisiva de la flora y fauna del lugar y la propagación de factores dañinos para la salud de millones de personas entre otros efectos determinan que su construcción debe ser prohibida. Ante estas evidencias la postura de López Obrador ha sido muy respetable.
Pero cuando surgió la crítica de Carlos Slim, el hombre más rico de México y uno de los cinco más ricos de América Latina, cuyos diseños arquitectónicos son fundamentales en la construcción del NAICM, López Obrador retrocedió y aceptó que la construcción del aeropuerto es factible pero con inversiones privadas, no con dinero público. Es evidente que el candidato no es partidario de una política de protección al medio ambiente y que, en cambio, acepta la hegemonía del capital “privado”.
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