Una crisis ambiental silenciosa en Panamá
- Opinión
En las últimas décadas, nuestro istmo ha estado plagado de concesiones extractivas, como también, de un pensamiento huérfano hacia la escena global que nos invoca mitigar las graves consecuencias que el cambio climático genera.
Miles de hectáreas de riqueza ecológica perdemos a raíz del mal llamado desarrollo importado, del nivel de conciencia socioambiental desarticulado de los programas educativos, y la poca o nula innovación de campañas ambientales que incida para transformar la inmovilidad ciudadana frente a otros impactos negativos del sector industrial.
Un sinnúmero de cuadros negativos que se repliegan en los medios de comunicación convencional y redes sociales, cuya acción despierta alarma e indignación, sin una herramienta pública que rompa con la tradicional forma de denuncia. Es actualmente, un desahogo coyuntural cibernético sin fundamento epistemológico ambiental, asimilado en el antropocentrismo.
He aquí un cuestionamiento a la ingobernabilidad ambiental, que recae sobre las funciones incoherentes del deber de cuidado, versus la antítesis de que la tecnología avanzada recompensará los daños ocasionados por el extractivismo. Un overshot, por la incapacidad de regenerar lo destruido, sin reconocer el peligro de sobreponernos a los bienes comunes irrenovables.
El Panamá que deseamos, por la urgente necesidad, nos conduce a crear un país bajo un sistema de valores a través de la Economía Ecológica, tal como lo expresa el economista ecólogo Joan Martínez Alier, cuya tesis transformaría los estándares de producción que la economía clásica nunca abordó. Es decir, la cuestión ambiental o sustentabilidad socioambiental debe ser considerada en la economía nacional; y no verla solamente como un objeto accesorio, academicista, inerte a la demanda de suplir el desequilibrio entre la materia prima y consumo irresponsable.
Todo por igual, (gobernados y gobernantes obedeciendo), tenemos el deber facultativo de emprender otro modelo de vida con las cualidades que nos ofrece nuestra soberanía ecológica; con la responsabilidad colectiva, más allá del rol empresarial, en donde superemos el síndrome de la coyuntura de los desastres naturales, de la degradación ambiental y del ciclo económico depredador. A propósito, en sus últimas décadas, ha fracasado por medio del discurso desarrollista.
No es abogar por otra ideología, sino es la descolonización de lo imperante e inoperante que no funcionó socialmente, que ha acumulado para una economía desigual, y cuyo aporte es ejercida por los impuestos de la gran mayoría, a cambio de poco beneficio. Es posible que pudiese incrementarse en otros modos de producción económica como la Agroecología.
Suena interesante y motivador, en algunos casos, como el romanticismo activista. Pero, ya es hora que todos los ciudadanos, además de la denuncia, innovemos nuestra forma de organizarnos, actuar y transformar la propuesta de sociedad ilusa que el mercado nos impone.
La cuestión ambiental no es un compromiso de la sociedad civil organizada, sino erga omnes, (igual para todas y todos). Constituyéndose en un sistema de contrapesos y consensos sociales para que nuestra biodiversidad panameña no sea usurpada por inequívocos dictámenes económicos que llevaría a nuestro país al colapso.
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