¿Dónde están los niños de las Grandes Llanuras?

20/02/2020
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Después de recorrer un tramo de la carretera 36 cerca del límite con Nebraska, se llega por largos caminos polvorientos a un pequeño poblado que, curiosamente, lleva el nombre de la isla mayor de las Antillas. Cuba, en el estado de Kansas, surgió poco después de la Guerra Civil estadounidense alrededor de una posta de correos. Cuenta la tradición local, que un viajero misterioso que venía de la isla del Caribe contaba entusiasmado las hazañas que realizaban los mambises en su lucha en contra del colonialismo español y sus relatos despertaron la simpatía de los habitantes del lugar, sobre todo de un grupo de inmigrantes checos que, procedentes de Bohemia, habían sufrido la opresión del imperio austro-húngaro. El nombre del poblado fue, por tanto, un homenaje a la valentía y resistencia de los cubanos. 

 

Lamentablemente, después de un período de cierta prosperidad, Cuba de Kansas fue decayendo paulatinamente, hasta el punto de que solo cuenta en la actualidad con 146 habitantes. A pesar de su ubicación en el borde oriental de las Grandes Llanuras, donde las precipitaciones son algo mayores que en las zonas situadas más al oeste, el destino de Cuba (Ks) tiende a ser el mismo que el de los numerosos pueblos fantasmas (“ghost towns”) o semifantasmas de las Grandes Llanuras, región que se extiende desde las Montañas Rocosas en el oeste hasta un límite arbitrario en el este, situado cerca del meridiano 97, formado por la línea que une los puntos de 25 pulgadas de lluvia anual (isoyeta). Al oeste de esta línea, en dirección a las Montañas Rocosas, los promedios de precipitación disminuyen hasta valores menores de 10 pulgadas. Las Grandes Llanuras abarcan más de medio millón de kilómetros cuadrados, que incluyen más de 400 condados pertenecientes a una docena de estados, en una amplia franja de territorio que se prolonga por Canadá y México. 

 

Exceptuando algunas en el sur petrolero, como Austin (Tx); o en la periferia, como Denver (Co) en el oeste, y Oklahoma City (Ok) y Omaha (Ne) en el este, no existen grandes ciudades en las Llanuras. Al disminuir la población rural, los pequeños pueblos desaparecen o en ellos solo queda una población envejecida en vías de extinción. David C. Fitzgerald, autor del libro “Faded Dreams” (1994)`, estima que hay unos 6,000 pueblos fantasmas solamente en Kansas. El área que abarca las reservaciones indias de Dakota del Sur y la zona de Sand Hills, en Nebraska, se incluye entre las de mayor pobreza en los Estados Unidos. En el condado de Republic, al que pertenece Cuba (Ks), la población disminuyó en un 72.7 % entre 1900 y el censo de 2010. Los condados vecinos de Jewell, Washington y Smith, perdieron 84.2 %, 73.6 % y 76.5 % respectivamente en el mismo período. Pérdidas similares han sufrido más de un centenar de otros condados de las Grandes Llanuras. 

 

En pocos lugares de Estados Unidos se ha maltratado tanto la naturaleza como en esta región. De las inmensas praderas donde pastaban millones de búfalos que ofrecían alimento, techo y abrigo a numerosas tribus de indios que vivieron durante siglos en armonía con su entorno natural, no quedó practicamente nada: los búfalos fueron exterminados, los indios masacrados (Wounded Knee queda como una de las grandes manchas en la historia militar de Estados Unidos), y la cubierta herbácea protectora fue sustituida por cultivos agrícolas y alfalfa y otras plantas forrajeras para el desarrollo de la ganadería. 

 

Año tras año, el arado rompía la capa vegetal y, cuando en la década de 1930 se combinaron varios factores, entre ellos varios años de intensa sequía, el suelo, desprovisto de las raíces de las hierbas que lo fijaban, comenzó a ceder a la erosión de los fuertes vientos que arrastraban la tierra pulverizada. La electricidad estática generada entre el suelo y las nubes de polvo actuó como un imán que atraía cada vez mayores cantidades de polvo, hasta crear gigantescas y monstruosas nubes negras que sepultaron campos y poblados. 

 

Este período de cataclismos ecológicos recibe en Estados Unidos el nombre de “Dust Bowl days” (los días del tazón de polvo) y se conoce también como “The Dirty Thirties” (los sucios treintas). No se sabe a ciencia cierta, pero se estima que varios miles de personas murieron durante o a consecuencia de las tormentas de polvo o “black blizzards” y dos y medio millones fueron desplazadas dando lugar a la mayor migración interna ocurrida en el país. Después de perder todo lo que poseían, huyeron con sus niños desnutridos y asustados por la “U.S. Route 66”, un nuevo “sendero de las lágrimas”, la carretera de la desesperación descrita por John Steinbecck en “The Grapes of Wrath” (Las Uvas de la Ira). Discriminados y trabajando (cuando podían) por salarios de hambre, los “okies”, los “arkies”, los texies”, como eran llamados despectivamente, se vieron obligados a vivir hacinados en condiciones infrahumanas en los suburbios de los centros urbanos. Solamente de Oklahoma, migraron 440,000 habitantes, de lo cual surgió el apelativo de “okie” que terminó aplicándose a todos los refugiados del “Dust Bowl”, independientemente del estado de donde provenían. Esta migración blanca hacia el oeste fue aún mayor que la migración hacia el norte de afroamericanos al terminar la Guerra Civil. Discriminados por el color de la piel unos, y por la pobreza los otros, fueron todos a parar a los guetos insalubres de las grandes ciudades. 

 

Las tormentas de polvo de las Grandes Llanuras nos ofrecen un ejemplo muy ilustrador de como el sistema económico capitalista contribuye y con frecuencia determina en las catástrofes ecológicas. En el origen del desastre y los desplazamientos humanos del “Dust Bowl” actuaron fuerzas económicas que no es posible soslayar. El proceso, en realidad, comenzó cuando, durante los años de la Primera Guerra Mundial, decenas de millones de acres de las praderas fueron convertidos en tierras agrícolas para la siembra de trigo, algodón y otros cultivos. Luego, cuando al final de los años 20 cayeron los precios de estos productos, decenas de miles de familias campesinas se arruinaron, perdieron la propiedad de sus tierras y se convirtieron en arrendatarios, simples trabajadores del campo o desempleados. 

 

En un intento por compensar las pérdidas debidas al descenso en los precios de los productos agrícolas, los granjeros araron y sembraron más y más extensiones de suelos, incluyendo tierras marginales. Se instaló entonces un círculo vicioso: la pérdida de cosechas condujo al mal uso y al abandono de tierras; esto a su vez facilitó la erosión de los suelos y provocó nuevas y mayores pérdidas en las cosechas. El proceso se aceleró con la siguiente crisis capitalista, la Gran Depresión de los años 30, al combinarse ésta con los siete años de intensa sequía que tuvieron lugar entre 1931 y 1938. La catástrofe tuvo pues una dimensión ecológica pero también una, no menos importante, dimensión económica. 

 

En la década de 1940, con el regreso de las lluvias y el alza de los precios, comenzó un período de recuperación, aprovechado por especuladores financieros y grandes empresas agrícolas y ganaderas para comprar las tierras por unos pocos dólares. En las siguientes décadas, más de cuatro millones de acres adicionales de praderas naturales fueron arados, dando comienzo a una nueva etapa que dejó muy atrás en el tiempo la época en que un granjero solo necesitaba una mula, un arado y semillas para hacer producir la tierra. Era necesaria ahora una inversión inicial no menor de medio millón de dólares en maquinaria agrícola: grandes máquinas segadoras, potentes tractores, sofisticados sistemas de irrigación, plantas de fabricación de etanol, las altas torres de los elevadores de granos y, en las zonas ganaderas, los cebaderos, los mataderos y las plantas procesadoras de carne. 

 

 En una inmensa región de características semiáridas, se implantó un sistema de explotación dependiente de alta tecnología, con amplio uso de fertilizantes, plaguicidas, herbicidas, semillas híbridas, combustibles fósiles, y cultivos que requerían para su desarrollo de enormes y crecientes cantidades de agua. 

 

Obviamente, las precipitaciones anuales de las Grandes Llanuras no permiten este tipo de explotación agrícola ni ganadera. Se hace viable (temporalmente) gracias a la existencia en el subsuelo de una de las mayores reservas subterráneas de agua del mundo, el Acuífero de las Grandes Llanuras. Está formado éste en realidad por varios acuíferos que se extienden bajo la superficie de la tierra desde Texas hasta Dakota del Sur (174,000 millas cuadradas), pero el 80 % de todos ellos está constituido por el Acuífero de Ogallala, por lo que ambos nombres se utilizan indistintamente. No son ríos ni lagos subterráneos, como muchos pudieran imaginar, sino algo que se compara con enormes esponjas formadas por millones de toneladas de sedimentos provenientes de la erosión de las Montañas Rocosas durante antiguas eras geológicas, saturadas por un cuatrillón (mil millones de millones) de galones de agua. Los mayores volúmenes se encuentran bajo el suelo de Nebraska. 

 

La extracción masiva de agua del Acuífero de Ogallala comenzó tan tempranamente como la década de 1950. Cada año se perforaban decenas de miles de pozos para la irrigación. Finalizando el siglo, después de décadas de bombeo intensivo, en muchos lugares los pozos estaban secos, el manto freático había descendido decenas de pies, y era más que evidente que continuar extrayendo mayores cantidades de agua que las que podían reponer las lluvias solo podía conducir al agotamiento de reservorios que la naturaleza había tardado millones de años en formar. A la amenaza de la sequía atmosférica se unía ahora la amenaza, aún peor, de la sequía subterránea. No obstante, centenares de miles de pozos continuaron y continúan extrayendo volúmenes de agua que la naturaleza no puede reponer. Muchos pozos bombean más de mil galones por minuto las 24 horas del día durante todo el período de crecimiento de los cultivos. 

 

El estereotipo del ideal agrario Jeffersoniano es hace mucho tiempo ya un anacronismo en las Grandes Llanuras. La imagen idílica de familias campesinas trabajando en pequeñas granjas ha sido sustituida por la realidad de poderosos empresarios agro-industriales sin vínculos emocionales con la tierra, que trajeron consigo la cultura del consumismo y la fiebre codiciosa de una obtención rápida de cada vez mayores ganancias, así como una mayor polarización social entre propietarios ricos (con frecuencia ausentistas), y campesinos sin tierra.

 

La agricultura de trabajo-intensivo fue sustituida por la de capital-intensivo con dos grandes perdedores: el granjero obligado a vender su tierra y emigrar, y el medio natural contaminado, expoliado y destruido. La consolidación de las pequeñas unidades agrarias en grandes empresas reduce sustancialmente tanto el número de pequeños propietarios y arrendatarios como el de trabajadores agrícolas. La juventud emigra por falta de horizontes y, en consecuencia, la población disminuye y envejece. En los pueblos desaparecen los pequeños negocios: la farmacia, las tiendas de ropa y de comestibles, la ferretería, el consultorio del médico, la gasolinera; la iglesia se queda vacía por falta de feligreses; y cuando cierra la escuela porque no hay alumnos suficientes, y alguien se pregunta ¿dónde están los niños?, ya es seguro que engrosarán la lista de los pueblos-fantasmas.

 

De génesis distinta, pero con igual distorsión estructural, es el fenómeno que ocurre en los lugares donde han fabricado plantas procesadoras de carne, fábricas de etanol u otras instalaciones agro-industriales, pues allí la avidez de mano de obra barata atrae inmigrantes de todo el Terer Mundo, como ha sucedido, por ejemplo, en Garden City (Ks) donde ya la población blanca no hispana es minoritaria con apenas el 18 % y, sorprendentemente (cifras de 2016), la población india vuelve a ser, como hace dos siglos, mayoritaria, con un 32 %. El resto son hispanos, asiáticos y africanos, con decenas de culturas y lenguas maternas diferentes. 

 

Numerosas instituciones y activistas realizan esfuerzos muy meritorios por lograr una producción agrícola y ganadera sostenible, en armonía con la naturaleza, en las Grandes Llanuras; y presumo que la gran mayoría de los granjeros y rancheros que permanecen aferrados al terruño, han tomado conciencia de la necesidad vital de un manejo racional de los suelos y de conservar el uso del Ogallala para que puedan disfrutarlo también futuras generaciones. Sin embargo, mientras el dinero y el lucro continúen siendo los factores más importantes en la producción, todos los esfuerzos que se realicen no pasarán de un mero confundir la realidad con los deseos (“wishful thinking”). 

 

La producción agrícola y ganadera actual, altamente tecnificada, requiere de grandes inversiones que son financiadas por los bancos, y éstos, para recuperar con altos intereses el dinero prestado, exigen a los inversionistas la explotación al máximo de los recursos naturales y de los trabajadores, única forma de pagar gastos, hipotecas y líneas de crédito y, por supuesto, obtener ganancias. El que recibe préstamos bancarios se convierte de este modo, al mismo tiempo, en explotador y explotado, mientras la preocupación por el daño ambiental se traslada para un futuro incierto.

 

En otras palabras, bajo el sistema económico capitalista no existe esperanza alguna. Es un sistema que no ha sido capaz de resolver ni uno solo de los graves problemas globales de los cuales depende el futuro de la humanidad. Inmersos en este círculo vicioso es posible que un día veamos como el país que parecía tener riquezas naturales infinitas, muere de sed, se lo lleva el viento, o se convierte en un inmenso tazón de polvo. 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/204864
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