La fiesta de los corruptos
En febrero, Donald Trump otorgó el perdón presidencial a 11 personas encarceladas por delitos de corrupción, fraude y extorsión, lo cual ha provocado amplio rechazo de la opinión pública.
- Análisis
El pasado mes de febrero, Donald Trump otorgó el perdón presidencial a once personas encarceladas por delitos de corrupción, fraude y extorsión, lo cual ha provocado amplio rechazo de la opinión pública estadounidense, excepto en el sector más fanático de los partidarios del presidente que incluye, por supuesto, a la derecha anticubana de Miami.
Entre los periodistas que condenaron con mayor claridad y firmeza el perdón otorgado a este grupo de delincuentes se destaca la joven candidata al Congreso Yadira Escobar, quien mostró, además, un vídeo donde aparece una señora, sentenciada a 35 años de prisión por estafa millonaria a los seguros médicos MEDICARE y MEDICAIDE, cubano-americana perteneciente al grupo liberado por Trump, exhibiendo eufórica en Hialeah una gorra con la consigna electoral del presidente: “Hacer grande este país”. No veo cómo se puede hacer grande este país perdonando a corruptos de cuello blanco, sobre todo a los que, como en este caso, roban recursos destinados a los enfermos y a los pobres. Evidentemente, exhibirse con la propaganda electoral de Trump es una forma de pagar el favor inmenso recibido.
El vídeo presentado por Yadira en su programa “Moderna” me hizo ver la necesidad de señalar algunos aspectos importantes en el contexto del perdón presidencial. Comenzaré por dirigirme a la derecha anticubana de Miami para recordarle que uno de los suyos, Eduardo Arocena, lleva 36 años en prisión y, año tras año, le es negado el perdón presidencial. Yo mismo abogué, desde Radio Miami, no por su liberación, que no merece por los crímenes abominables que cometió, sino por su traslado, por razones humanitarias, a una prisión en Miami para que su familia, que de nada es culpable y ha sufrido demasiado, pudiera visitarlo, teniendo en cuenta sobre todo que ya está viejo y enfermo. Pero Trump perdonó a sus amigos corruptos, o a los amigos corruptos de sus amigos, e ignorándolos a ustedes, sus obcecados seguidores en Miami, se olvidó de Arocena. “Tomen nota” de esto antes de aplaudir los perdones presidenciales.
Pero lo que, en este contexto, es de mayor importancia y prioridad, si de verdad queremos hacer grande este país, es la existencia de 2.7 millones de niños estadounidenses cuyos padres o madres están encerrados en la red de prisiones que cubre todo el territorio nacional y que, en gran parte de los casos, están presos debido a un injusto, despiadado y discriminatorio sistema penitenciario. Esto significa cientos de miles de familias fracturadas, destruidas. Más de un millón de estos niños han tenido que vivir con alguien con problemas de adicción a las drogas, y cerca de 700,000 con alguien que padece de trastornos psiquiátricos. (1)
Desde 1980 hasta la fecha, el número de personas presas en cárceles de Estados Unidos se ha cuadruplicado hasta alcanzar en la actualidad la cifra de 2.3 millones, la mayor población penal del mundo. Otros 5 millones se encuentran en libertad condicional, probatoria o algún otro tipo de libertad restringida. El peso mayor de este crecimiento inusitado cae sobre los pobres y las minorías, sobre todo en la población negra. Los afroamericanos son encarcelados a una tasa seis veces mayor que la de los blancos. Cerca de un millón y medio de afroamericanos pobres están encerrados en las prisiones de Estados Unidos, más de 60,000 en el enloquecedor confinamiento solitario. Una crueldad adicional es la de mantener a los presos en instalaciones penitenciarias situadas a cientos o miles de millas de los lugares donde residen sus familias, lo que dificulta o hace imposibles las visitas. Con el encarcelamiento masivo se ha intentado controlar los problemas que surgen de la marginación reprimiendo, criminalizando y encarcelando a los marginados. Su principal pretexto es la guerra contra las drogas, que acumula ya más de cuatro décadas de fracasos.
El encarcelamiento masivo comenzó con el presidente Nixon, alcanzó su mayor intensidad con la administración Reagan y después de varias décadas de continuo crecimiento se estabilizó primero y comenzó a descender después durante la presidencia de Barack Obama, reanudando su crecimiento con la administración de Donald Trump.
El encarcelamiento masivo, de carácter racista y clasista, se agrava con la creciente privatización de las instituciones penitenciarias. El “Prison Industrial Complex” es un negocio multibillonario. El encarcelamiento masivo ha conducido a millones de personas a la pobreza. Los niños con padres encarcelados abandonan con frecuencia la escuela, adoptan actitudes antisociales y terminan ellos mismos en la cárcel. Mucho se ha hablado y escrito sobre este tema pero poco se ha resuelto. La magnitud del problema fue reconocida por el presidente Barack Obama en sus palabras a miembros del Congreso en 2015: “La encarcelación masiva destruye las familias, despuebla los vecindarios, perpetúa la pobreza”.
Lo peor es que, desde finales de 1980, comenzó un aumento exponencial en la población penal femenina, con impacto devastador e irreparable en la formación de los niños. Las mujeres se convirtieron en el segmento de la población penal en más rápido crecimiento. De 13,400 mujeres presas en 1980, la cifra subió a 84,400 en 1990 y continuó aumentando vertiginosamente. A mediados de 2006 el total ascendía a 200,745, espeluznante aumento de cerca de 1500 % en solo 25 años. En 2018 había subido a 219,000 y, en 2019, a 231,000, con más de un millón de mujeres en “probation” o “parole”; y tendríamos que añadir todavía las mujeres presas por inmigración (con la nueva modalidad de encerrar en jaulas a los niños y separarlos de sus madres) y las menores de edad en centros de juveniles. Cerca del 67 % de estas mujeres son negras o hispanas; si sumamos otras minorías, la proporción de mujeres no blancas se aproxima al 70 %. El 33% de todas las mujeres encarceladas en el mundo están encerradas en cárceles y prisiones de Estados Unidos, mientras que a este país corresponde solamente el 4 % de la población femenina del planeta. (2)
Para apreciar en su dimensión real esta tragedia hay que tomar en consideración que el 80 % de las mujeres encarceladas son madres y, por consiguiente, con el aumento de mujeres encarceladas aumenta también el número de niños criándose en las calles, sin padres y sin hogar, mal nutridos y ampliando el círculo vicioso de la delincuencia y el crimen. Para decenas de miles de estos niños la escuela y el maestro llegan demasiado tarde, porque se sabe ya a ciencia cierta que la malnutrición y la desnutrición crónica causan en los primeros años de la infancia secuelas neurofisiológicas que no son aparentes hasta que los daños son irreparables.
La tasa de encarcelación de las mujeres ha sido el doble que la de los hombres en las últimas décadas. Se señala como una de las causas principales el hecho de que las mujeres reciben por lo general salarios más bajos que los hombres o no reciben salarios y, en consecuencia, tienen menos dinero para pagar las fianzas, los servicios de un abogado competente, y los gastos (“fees”) cuando están en probatoria.
Otra causa, que vale también para los hombres, son las leyes draconianas que cambiaron el sistema de sentencias indeterminadas por el de mínimas obligatorias, eliminando así las circunstancias atenuantes y, por tanto, privando a los jueces de toda flexibilidad al imponer las condenas. Otros ponen el énfasis en el cambio que se produjo de la filosofía de la rehabilitación a la filosofía del castigo. Por último, y creo que no es la causa menos importante, tenemos el hecho de que las cárceles se han convertido en negocios altamente lucrativos, tanto para empresarios privados como para avispados políticos locales, y las cárceles vacías no producen ganancias.
Advierto que he mostrado apenas un pequeño fragmento del cuadro desolador del encarcelamiento masivo y, en especial, del encarcelamiento femenino, sistema que victimiza no solamente a las mujeres sino también a los niños y, por tanto, a toda la sociedad. Los corruptos están de fiesta porque el presidente (no la sociedad) los perdonó, tal vez por ganar el voto de los odiadores del Sur de la Florida. Pero en lugar de la hipocresía y demagogia de un mal utilizado perdón presidencial, lo que se necesita para cumplir con la consigna de “hacer grande este país”, es una reforma profunda del sistema judicial y penitenciario que mezcle la compasión con la justicia y permita que los niños, todos los niños, crezcan con el amor y al amparo de sus padres.
NOTAS
(1) Gabriela Bulisova: “Innocence”. Smithsonian, Jan.-Febr. 2017, pp. 98-109.
(2) Los datos acerca de la encarcelación masiva femenina fueron tomados de los informes anuales de Prison Policy Initiative, Mass Incarceration: The Whole Pie”.
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