Tres hablantes, un solo Espíritu

10/12/2020
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Políticas y poéticas de la crítica, así se titula el texto no escrito, o escrito en el aire, palabras al viento en un tiempo en que se enciende de nuevo aquel fuego que atizó Octavio Paz: se acabaron los nombres / nuestros cuerpos se han ido / estamos en el centro imantado / ¿de dónde...? Palabras libradas al viento de la crítica, esto es, de la reflexión. Se trata de una conversación que han sostenido Noé Jitrik, Horacio González y Facundo Giuliano y que ilustra el último número de la revista La Biblioteca. Lo que aquí se intenta sea tal vez propósito fuerte: saber, a partir de una atenta lectura, a qué atenernos en materia de futuro y de qué sustancia está hecha la esperanza, la de los niños y la más proteica de una humanidad con destino incierto.

 

Lucien Febvre, aquel ínclito fundador de los Annales, pretendió, un poco infatuadamente, que la Historia era la madre de todas las ciencias y que, en tanto tal, debía subordinar a todos los saberes, incluso a la Filosofía. Fue una pretensión temprana la suya. Una suerte de protoposmodernismo. Faltaban algunas décadas para que la posmodernidad -ese pensamiento "líquido"- se dispusiera a inducir en la Filosofía la convicción de su propia futilidad.

 

Los predicadores del fin de todo irrumpieron proclamando, sobre todo, el fin de las ideologías. El tiempo transcurrido y ciertas derrotas auspiciaban un clima de época propicio para arrollar y empujar al pensamiento reflexivo al otro lado del contorno, al espacio del mutismo. Sufrieron las humanidades. Pero, sobre todo, sufrió la Filosofía. Fue débil y medrosa la Filosofía, aun cuando -concedámosle- tal vez haya sido sabia pues dejó pasar el tiempo (ahora lo sabemos) a la espera de tiempos mejores.

 

Había ocurrido que autorrecluyéndose en ciertos ámbitos del conocimiento; renunciando a dar cuenta de lo esencial; abdicando de lo existencial para abordar sólo lo político, la Filosofía huyó del campo de batalla y le dejó el terreno franco y libre, sobre todo, a la religión.

 

Da la impresión de que, en aquellos años de cínico pragmatismo, a la Filosofía la convencieron de su propia sedicente inutilidad y así, ella sola, ruborizada y trémula, aceptó su patética condición de forjadora de abstracciones y huyó a esconderse de la policía que, en el caso, había trocado la gabardina azul por el turbante y la media luna, por la cruz y la sotana y por las siete velas del candelabro de Adonái. Y por las mefíticas formas del evangelismo.

 

La Filosofía devino, así, partícipe necesario de los delitos perpetrados por la religión, aun cuando sólo fuese porque no los denunciaba. La fe derrotó, sin atenuantes, a la razón, y el escenario quedó invertido como en un espejo: a las catacumbas corrieron a esconderse los paganos, mientras que el gesto destemplado y violento de la divinidad ganó el espacio público, nos arrebató la cultura de la antigüedad y reemplazó el amor por la guerra, el placer por la penitencia y -en Brasil y en un estertor tardío- a la virtud por Bolsonaro.

 

Nos ha faltado temple para defender todo lo bueno de la vida en nombre de la Filosofía. Pero, afortunadamente, no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. No hay tiento que no se corte ni alambre que no se oxide.

 

Las campanas han doblado ya por aquella posmodernidad cínica y soberbia y la Filosofía reemerge de aquellos barros en que se la quiso sumergir y comienza a encaminarse al centro de las tablas desde los márgenes en los que se la pretendió confinar. Vuelve a reclamar lo suyo. A la Filosofía, como al lugar del crimen, siempre se vuelve.

 

Ya Eduardo Grüner nos acaba de recordar que Levi-Strauss fue filósofo hasta que la Filosofía le dijo que las respuestas esenciales las tenía la Antropología, pero sólo para comprobar, al cabo, que esas respuestas que ofrecía la Antropología cuestionaban el sentido mismo de la Humanidad y postulaban su radical innecesariedad frente a una Naturaleza que hasta hoy tolera su insensata presencia con la indiferencia propia del que sabe que el final del juego depende sólo de su voluntad. La Antropología, así, le cedía la posta a la Filosofía para que, de nuevo, se hiciera cargo de las respuestas.

 

También Marx empezó siendo filósofo y también a él la reflexión le susurró al oído dónde estaba lo esencial, en su caso, en la Economía. El sujeto individual y la naturaleza son ontológicamente idénticos pues ambos son etapas en el despliegue del espíritu absoluto, supo -o creyó saber- el hombre de Treveris, pero sólo para sospechar, muy luego, que una bella metáfora del maestro de Jena, no por bella, iba a dejar de encontrar la refutación a su medida: el búho de Minerva no levantaba vuelo al atardecer sino –y esto parecía una retorsión perversa y subversiva de las leyes de la Naturaleza– en las frescas mañanas y a orillas del Rhin. Y acometió una dichosa rectificación de la dialéctica idealista, de la dialéctica de Hegel, y fue, así, el materialismo dialéctico.

 

Y Marx, así, siguió hablando. Habla hasta nuestros días. Habla de la realidad pero la gente está asustada de la realidad, por eso prefiere la literatura, el deporte o los arcanos de la fraternidad rosacruz. Y si el filósofo de la praxis (la expresión es de Gramsci) parece resucitar cada día un poco más, ello ocurre en los medios y en los libros de Piketty, porque de la realidad, al parecer, nunca se fue. Vive en Highgate, elegante camposanto de un no menos elegante barrio londinense. También en todas partes, como si, en realidad, él fuera el Aleph, el universo entero y todos los puntos del universo.

 

Al parecer -al módico parecer de este interpretante-, son éstas y muchas más las felicidades que están en la base del alado discurso que se comenta aquí. Señalamos una amalgama fecunda en el texto que han sabido perpetrar los tres hablantes de La Biblioteca y que pone de manifiesto el reverdecer de un saber humanístico que, sacudiéndose sus pesares y volviendo de sus crisis, brota en la forma predominante de la reflexión filosófica: disenso-crítica-conocimiento-reconocimiento-enseñanza-lenguaje devienen conceptos cuya resignificación se vuelve imperiosa cuando esta Humanidad se dispone a transitar la tercera década del siglo XXI.

 

Reparar el daño que hizo el neoliberalismo (Giuliano), tal la necesidad de la hora; y si el "progreso" mismo como noción se debate en una ambigüedad fuerte, aquel daño bien puede ser un progreso, un progreso histórico en la medida en que esa derecha neoliberal se va quedando sin opciones engañadoras y cada vez más se enfrenta a sus dilemas, que no son otros que despojarse de sus vestidos, exhibir su desnudez y apelar a más de lo mismo en otra escala y contexto, esto es, el experimento fascistoide para imponer el "mercado" y los valores del mercado, que no requieren moral para existir y, más aun, requieren matar toda moral para que el mercado pueda vivir en el único lugar en que puede vivir: en una sociedad sin moral donde prime sólo el rinde de la colocación y su interés compuesto.

 

Es la dialéctica, porque la dialéctica vive aún; y más aún: es una argucia interesada dar por difuntos a los que cultivaron, a través de los siglos, el arduo oficio de la reflexión -da la impresión de que eso dice Horacio González-; y agrega que también lo es apresurarse a declarar su caducidad y la caducidad de la dialéctica. Y eso es así no sólo por prepotencia de la virtud reflexiva sino también porque la dinámica estructural del sistema capitalista se encarna -como el logos divino en el Verbo- en seres humanos cotidianos, casi invisibles de habituales -como esas calles de Borges-, que pasarán a expresar aquella dinámica, algo así como una especie de "astucia” -otra vez- pero no de la razón, sino del capital y su vocación de maximizar la acumulación asimétrica. Warren Buffett, Jeff Bezos, Gates, Carlos Slim ... son obscenamente ricos pero no, en primer lugar, porque ellos hayan elegido serlo, sino porque la inercia de la globalización capitalista conduce a la concentración de la riqueza y ellos, los sujetos con nombre propio, son la carne y la sangre a través de la cual se expresa aquella dinámica concentradora que vive por sí e indiferente a lo que los humanos llaman "persona” y sólo va en paz de su propia realización como concentración. Si no fueran los de los nombrados, serían de otros burgueses los cuerpos.

 

Y los proteccionismos "nacionales" así como las emergencias locales fascistoides que se despliegan en Europa son interrupciones momentáneas en la dinámica global basada en la financiarización y la deslocalización de la producción en busca de ganancias que la permanencia en los lugares de origen no garantiza. Y lo central es que esta tensión entre fronteras abiertas para la integración y los flujos libres, versus la protección y el cuidado de los activos nacionales que implica la soberanía de los Estados, es una tensión que, en realidad, encubre otra que no es de naturaleza económica. En efecto, lo que se le reprocha a la ideología del mercado globalizado es su insuficiente o, más bien, equivocado e ineficaz modo de enfrentar las secuelas políticas de la globalización. Y estas secuelas irrumpen como alternativas políticas y culturales antagónicas a los valores de Occidente. El fantasma comunista ha mutado su indumento y el sepulturero -y el diapasón de su danza- ahora se exhiben, impúdicos, bajo otro aspecto, sin Baúles Blut und rote Fahnen, sin flores azules y banderas rojas (Von Mayenburg), pues son ahora los pobres en absoluto los que migran, espantados, a la Mitteleuropa y son los populismos latinoamericanos los que pueden culminar en lo sobrecogedor inenarrable, que así alucinan las derechas a lo que no es sino la busca febril y contra toda esperanza de otras opciones culturales y civilizatorias en un marco global en que los pueblos eslavos y asiáticos empiezan a devenir sujetos de una representación humana que parece estar guionando Rusia y China.

 

El progreso como noción conflictiva, de eso se trata: " ... aliado a la razón y a las luces, garantizando el fin de la enfermedad y la distribución de los bienes; o, por el contrario, enemigo número uno de la vivencia humana" -dice Horacio González-. Pero me parece que el conflicto no está en esa oposición sino, precisamente, en saber que ahí no hay, en realidad, oposición más que aparente, y que lo que hay es necesariedad. No hay un progreso bueno y un progreso malo. Hay sólo progreso, con lo "bueno" y con lo "malo" que tiene el progreso. Surcos de sangre y jirones de ecosistema pueden quedar en la derrota de un marino que navega un poco a ciegas en la mar gruesa de la globalización y en dos si no de la esquiva felicidad sí al menos de algún alivio posible para unos males que ahora incluyen -como nunca antes- el muy tangible horizonte de la extinción. Y el marino sin brújula al timón de la nao es la humanidad, esa que Grüner dice que Levi-Strauss decía que mejor será empezar a escribirla con hache minúscula.

 

Al puerto de arribo nos conduce ese progreso, que alumbrará un escenario explosivo pero de explosión controlada: la sociedad humana será capaz de producir riqueza como para resolver, de un plumazo histórico, todos los problemas graves que esa sociedad afronta, pues si no puede resolverlos hoy es porque esa riqueza está acumulada en un punto, en el punto que denota al "uno por ciento", mientras que el otro noventa y nueve presiona en pos de la realización de la Historia.

 

Se abre, así (se abrirá), una época de revolución social. Pero este escenario es el de un avanzado siglo XXI que ya estaba sospechado en el siglo XIX. Para escribir el Manifiesto Comunista, el Espíritu, primero, tuvo que rectificar a Hegel diciéndole que ante el pasmo que implica el contacto con la Naturaleza, el expeditivo recurso para desalienarse no es recogerse sobre sí mismo sino buscar la libertad en el barro mismo de la esclavitud, ir hacia la vida, hacia la voluntad, hacia la política, porque la política, si bien se mira, es la puesta en acto de una voluntad libre, y ésta, la voluntad individual y libre, sólo existe porque los átomos se desvían, como iluminó Epicuro en contra del determinismo de Demócrito y así, a sus 22 años, Marx explicaba la diferencia entre una sociedad libre y una sociedad totalitaria.

 

La ironía es que todo esto la derecha lo sabe y lo oculta y el progresismo no le otorga la relevancia que tiene: Marx fue, sin atenuentes, un pensador de la libertad. Y el desarme ideológico nos inhibe de librar con éxito las batallas culturales a que nos convoca, constantemente, la democracia occidental. El así llamado "pensamiento Xi Jingping" parecería recoger algo de todo esto con la vista puesta en el próximo siglo, que con esa sabia morosidad que les viene de Sun Tsu es como los chinos parecen concebir el desarrollo del proceso histórico.

 

Pero ha de haber algo más que el capitalismo cuando se trata de encontrar la "causa eficiente" de un actual estado de cosas signado por la cultura en riesgo debido a que las humanidades están en crisis. Esto es algo de lo muy denso que dice Noé Jitrik pero que también parece dicho por los otros hablantes de La Biblioteca, todos a una, el mismo Espíritu habla ahí.

 

Es que también el lenguaje se contamina de realidad. El lenguaje "ocurre por causa y a través de las tecnologías” -dice Horacio González-. Es decir, hay que familiarizarse con siglas, acrónimos y abreviaciones y todo ello viene envasado en idioma inglés. Entre el hashtag y el trending topic hay un vínculo de causa-efecto: si aquél es original y creativo, deviene tendencia y, por ello, "éxito". Y así es todo hoy, en las redes y en la vida.

 

De este modo, lenguaje, cultura y humanidades contemplan sus crisis en el espejo del poder pues tal crisis es "... una forma del poder neoliberal que se recicla haciéndonos quedar dentro de relaciones que contaminan el lenguaje con las dinámicas de valor, con las dinámicas financieras". El que hace de puente, ahora, para que esta idea se despliegue es Facundo Giuliano y su decir es una especie de diagnóstico. Es en esa lógica financiera que arraiga un concepto por cierto feliz de Giuliano: "pensamiento crediticio", dice. Domina el pensamiento crediticio en todos los ámbitos, que es como decir que importan el cambio y no el uso, que todo tiene precio y que un sedicente sentido común consagra la legitimidad de tal estado de cosas.

 

Entonces, el epifenómeno es otra crisis, o un conato de tal: entra en riesgo, también, la comprensión -dice Noé Jitrik-. Y creemos ver cuál es el escenario de la representación: el mundo se está alejando de aquella mirada superficial que tuvo sus quince minutos de fama y que se llamó posmodernidad. Y es en este mundo en transición -y a causa de ella- que está en crisis la comprensión. La transición, como momento bisagra entre dos épocas, es, en rigor, pura ilusión. Todo deviene. Todo es transición. Siempre.

 

Deberíamos, entonces, convocar nuevas epifanías develadoras. Ha habido períodos en que la política rescataba a la comprensión de las telarañas en que tiende a envolverla el clima de época. Entender se hace posible porque irrumpe la política como instancia que le restituye a la sociedad la facultad de comprender.

 

La política, durante el período 2003-2015 auspició una diferente relación del ciudadano con lo concreto tangible. La polìtica pugna hoy, en un contexto diferente, por hacer lo mismo. Un ejemplo de lo que decimos: un aumento en los ingresos, pese a su exigüidad, debe, no obstante, ser "a cuenta" de futuros aumentos. En ese punto irrumpe la política para decir lo que parecía indecible y para explicar lo inexplicable. Incurriendo casi en un crimen, la política revela el secreto que se mantiene, casi siempre, en las tinieblas de lo esotérico, de lo que no es para el público, de lo que es para pocos: favorecer al pueblo depende, en suma, de la voluntad de los gobernantes, no de una trama "macro" que se les impone a éstos como razón de Estado. Desde la gestión de gobierno, mucho es lo que depende de las opciones que elijan los que gobiernan; y se puede, así, gobernar a favor o en contra de las mayorías.

 

Todo esto, en medida nunca óptima pero sí inesperada, hicieron los gobiernos nacionales durante el período 2003-2015. Esos gobiernos contaron cosas que debían permanecer ocultas. Violaron el pacto tácito que es condición de posibilidad de toda política burguesa. Avivaron a la gilada, tal vez así lo hubiera dicho Maradona. Eso no tiene perdón de Dios ni, sobre todo, del "mercado". Hay muy buenas razones para el odio, allí. Y, tras cartón, la "justicia" manda una señal de humo con destinatario indubitable: Boudou va preso. Poco antes ha dicho que el dicho del "arrepentido" amenazado por el fiscal que le pregunta, vale, son buenas, como en el truco. Eso ocurre porque el odio está alerta. Estamos atentos. Nous sommes attentifs ... som atents ... somatén ... ¡Oh!, el lenguaje ...

 

¿En qué consiste el regreso de la política y qué restablece?, se pregunta Noé Jitrik. Y se contesta: "Restituye, justamente, una combinación entre un espíritu crítico, una relación con lo concreto y un intento de comprensión ...". Así fue y así es.

 

Si somos conscientes de que estamos inmersos en redes de sentido inficionadas (reificadas, podríamos decir) debemos, entonces, también, saber dónde está cada cosa y -sobre todo- debemos saber cómo eludir la "mala junta" o, lo que es lo mismo, advertir quién es quién y qué es lo que vamos a "reconocer” como respetable y meritorio, esto es, qué es "mérito" y qué no lo es.

 

"Reconocimiento y mérito son dos elementos que componen una única moneda" -dice Horacio González-. Reconocer al otro se complica cuando los mensajes que circulan y se expanden consagran como valor lo que no es más que un prejuicio tonto cuya genealogía tal vez se halle en la ochentista era Thatcher-Reagan: identificar dinero con inteligencia. Allí, en esa era, flameó, iniciática, la bandera de largada de la ofensiva neoliberal en el mundo.

 

Y así, señala Horacio González que " ... el reconocimiento está siempre cercado. Está cercado por otras pasiones, como puede ser la envidia, puede ser el ánimo de competencia y puede ser la meritocracia". H.G. no dice por qué eso ocurre. Yo digo que la causa mediata de eso está lejos, pero la inmediata tal vez sea la que señalo en el párrafo anterior.

 

Esos vicios del espíritu, si bien se mira, son los que, a estar a lo que decía la trama épica de una de las narraciones más homéricas del siglo XX, una nueva sociedad iba a ir disolviendo gradualmente hasta arribar a esa ciudad del sol (Campanella) donde habitaría el hombre nuevo. Hoy podemos dejar entre paréntesis esas iluminaciones significativas y decir, solamente, que vicios y virtudes son aprendidos, desde el inicio, en la familia, en la escuela y en los althusserianos Aies (aparatos ideológicos del Estado), de modo que lo que cabe señalar es otra cosa.

 

Ese reconocimiento del otro que se revela como reflejo solidario, ese reconocimiento que "hace existir al otro de una manera que lo obliga a devolver un don que se le ha entregado" (H.G.), que es el reconocimiento que ya había reclamado la filosofía del siglo XIX, es un tipo de reconocimiento; es uno que se refiere a subjetividades, a individuos; es, por ponerle un apelativo, el reconocimiento altruista. Pero hay otro reconocimiento.

 

Se trata de uno de tipo socio-histórico o socio-político. Es aquel reconocimiento que repara no ya en calidades individuales sino en la función social de la "clase". Con el matiz agregado de que también este reconocimiento había sido reclamado por aquellas filosofías del siglo XIX y puesto en acto por ciertas políticas del siglo XX.

 

Digamos -para mentar un acontecimiento cercano y "familiar"- que se trata del reconocimiento evocado en la II Declaración de La Habana. Es el reconocimiento del "proletariado" como clase diferenciada y con un interés histórico que le es propio pero que, a un tiempo, es también el interés de las demás clases subalternizadas.

 

El problema aparece cuando constatamos que el proletariado está irreconocible, que es algo que también dice Horacio González. Pero, si bien se mira, lo que está irreconocible es el capitalismo. Está irreconocible para los que conocieron el capitalismo del siglo XX. No para los milennials. Éstos lo conocen como un único y solo sistema social. No han visto más capitalismo que este del siglo XXI. Son milennials que, en el en-sí de su propia conciencia, sólo ven lo que, por caso, Guernica les muestra: la desposesión. Vienen de un estrato en que los matrimonios o convivencias son muy frecuentes entre los 17 y los 22 años. Es decir, son milennials madurados a las apuradas, de prepo, como madura la intemperie. Está irreconocible el proletariado. Jameson los llama "los que jamás serán empleados".

 

Pero entonces, y atento lo manifestado ut supra, algo hay que hacer con esas colectividades irreconocibles, innombrables e inubicables. Dice, justo ahí, Horacio González: " ... reconstruir los colectivos sociales implica repensar totalmente la idea de reconocimiento y democratizar la idea de mérito". Eso es así. Y algo más. Los "secretos" de la construcción política, hoy, están (siguen estando) en el siglo XX en su medida, y en este siglo en la medida en que los así llamados movimientos sociales reclaman su lugar en esas construcciones. Todo es más plural, misceláneo y multicolor, así parece, e irrumpe, entonces, la cuestión de la diferencia y el disenso y cómo éstos "pueden ser el fundamento de un pensamiento democrático a condición de que veamos los alcances". Bien por Noé Jitrik, ahí: lo que está diciendo es que no cualquier disenso es democrático.

 

"Se dice que la dialéctica ha terminado, ha cesado. A mí no me parece ..." (H.G.); " ... hay que reconstruir (la crítica) incorporando el objeto que se critica dentro de la crítica e incorporando la crítica haciéndola arrastrar, desmenuzándola y hasta destruyéndola ante su objeto..."(H.G.). Leamos "dialéctica" allí donde Horacio González dice "crítica".

 

Y como los trabajos pendientes (siempre hay trabajos pendientes) son de difícil realización, hay que rechazar los facilismos, que siempre son la tentación a la que nos empuja la dificultad. Desde, por lo menos, Marx en adelante, toda la tradición teórica abominó de los facilismos. Con facilismos el sol seguiría girando alrededor de la Tierra y luego no habría habido mercancía, ni inconsciente, ni curvatura del espacio-tiempo, ni ondas gravitacionales, y así siguiendo.

 

Es un acto de soberbia discernir, desde una sedicente élite, méritos y deméritos de artistas e intelectuales. Así como también es un recurso fácil entregar preseas de reconocmiento sin ton ni son. También Jorge Bucay ha tenido muchos lectores. También Del Sel ha hecho reír. Que cada quién adore y consagre a su gusto y paladar. Si, además, los ídolos entregan al acervo común de la cultura humana un concepto nuevo, serán sentados a la diestra del dios padre para ser reverenciados por masas humanas anhelantes de redención. De lo contrario, no.

 

Personalmente, creo que la calidad de Fontanarrosa como intelectual está fuera de toda discusión y los eventuales ninguneos que haya sufrido han de ser tomados como el homenaje que la mediocridad rinde al genio, Wilde dixit. El antónimo del ninguneo es, precisamente, el reconocimiento y el rosarino, como Quino, es fama que fue mentado en Latinoamérica y en Europa.

 

Pero el tema es otro. El tema de fondo es que no hay que ningunear al intelectual solitario recluido en su "torre" en nombre de la algarada ruidosa y de la estadística cuantitativa. Esto último, si sólo el número es su quid divínum, no sirve para nada como no sea para sacrificar a la verdad en el altar del facilismo. El propio Mussolini abominaba de Filippo Turati, a quien bien había conocido como comilitante del Partido Socialista: lo acusaba de… intelectual.

 

Síncopa y ritmo, tocata y fuga, es lo que evoca el poema de Sasturain en "defensa" de Fontanarrosa. Es un plus a favor de un artista a quien su talento lo defiende solo. Vale el poema. Es bello. Es imposible leerlo y no acordarse de Oliverio Girondo. Está Oliverio ahí. Síncopa y ritmo, tocata y fuga. Como Piazolla, también, un poco.

 

Tres hablantes, en fin, tres en uno, un solo y único espíritu, un astuto espíritu que se vale de estos discursos, que son un único discurso, para decirnos que la esencia secreta de las cosas es que las cosas no tienen esencia, como así lo dijo una vez Foucault imbricado en Nietzsche y hablando también como si fuera uno con él.

 

jchaneton022@gmail.com

 

 

 

 

 

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