Brasil: El futuro en nuestras manos
30/05/2005
- Opinión
El gobierno Lula avanza en la segunda mitad de su mandato.
Pasados más de dos años, tal vez sea este un momento
propicio para tratar de comprender el sentido de esta
experiencia, de sus características y de sus
contradicciones. A partir de ahí, podremos entender el
momento actual y sus perspectivas.
El presidente Lula fue elegido encarnando la esperanza de
millones de brasileñas y brasileños, hartos de décadas de
marginalización social y de ocho años de destrucción del
Estado y de la propia nación, provocados por una mezcla de
conservadurismo arcaico y neoliberalismo pro-imperialista
de Fernando Henrique Cardoso (FHC). Acontecían, sin
embargo, dos fenómenos seriamente limitantes en la génesis
de este gobierno: el movimiento social organizado se
encontraba en reflujo y la alianza política que asumió el
poder no tenía un programa definido.
Como resultado, acabamos viviendo -y sufriendo- en estos
dos años, un proceso extremadamente contradictorio, con
señales políticas opuestas, avances y retrocesos en las
políticas compensatorias, con discursos políticos que se
anulaban mutuamente.
En el corazón del gobierno Lula, en su política económica,
se instaló una concepción descaradamente continuista del
gobierno FHC, inclusive con los mismos economistas,
situados en la cima del ministerio de Hacienda y del Banco
Central. Emerge de aquí la imagen, creada por Antonio
Palocci y utilizada por Lula, del país como un gran
Titanic, un inmenso buque que debe ser dirigido con el
máximo de precaución, sin ningún movimiento de cambio, para
no chocar con los icebergs: los acreedores internacionales;
el capital especulativo; las agencias de evaluación del
riesgo-Brasil; los grandes medios de comunicación, el
imperialismo norteamericano; las multinacionales; el Fondo
Monetario Internacional (FMI). Ese es el único poder que
cuenta para los mentalizadores de la política económica
actual; estar bien con él significa que la economía va
bien, significa que los icebergs están distantes del casco.
Para estos mentalizadores, nada significa la existencia de
millones de desempleados o viviendo abajo de la línea de la
pobreza; la miseria de las ciudades; las muertes en el
campo; la falta de cualquier perspectiva de vida para los
pueblos indígenas; las denuncias de los movimientos
sociales, debilitados y minoritarios. La desesperación de
los excluidos del campo y de la ciudad no es un iceberg, no
amenaza el rumbo del Titanic, es sólo la realidad cotidiana
y aceptable en un país como Brasil, que siempre tuvo pobres
y miserables, y siempre los tendrá.
La política de lo posible
La "realpolitik", que ya había conquistado corazones y
mentes de los economistas "tucanos" (1), fue asumida
alegremente por los petistas: no hay nada de nuevo que
inventar en política económica, basta acoger las exigencias
del FMI, cumplirlas ejemplarmente y distraerse con la
polémica de cuál sería la mejor meta de inflación para el
próximo año. Si hay hambre, sufrimiento y muerte, no
importa. Unos veinte años de la misma política económica
podrá, tal vez, suavizar esta realidad. Tal vez no,
dependerá del comportamiento del mercado.
Pero, el gobierno Lula no es sólo su política económica, en
tanto debe dar respuestas a una infinidad de problemas de
otras áreas: la política externa, la reforma agraria, las
ciudades, la salud, la educación, el trabajo y el empleo,
el medio ambiente, la seguridad, la cultura, la justicia,
la infraestructura y los pueblos indígenas. Es importante
notar que, a los diferentes ministerios, principalmente del
área social, fueron algunos de los mejores cuadros de los
movimientos sociales, de las universidades y de la
izquierda, con las mejores intenciones. Resulta, sin
embargo, que estos cuadros fueron a actuar en una realidad
donde los recursos son casi inexistentes (todo tuvo que ser
sacrificado por el superávit primario, exigido por el FMI)
y donde el Estado está casi totalmente destruido, oxidado,
depauperado, inoperante, para la gran mayoría de la
población. Los mejores planes son ejecutados, las mejores
ideas son propuestas, pero muy poco puede ser realizado,
debido a la escasez de recursos y a la falta de
instrumentos de intervención en la realidad social.
Los diseñadores de la estrategia política del gobierno
Lula, al inicio de su gestión, cuando se les exigía más
osadía en la intervención política, principalmente con
relación a programas y acciones de alcance social, en
beneficio de sectores populares, adoraban responder: "no
hay correlación de fuerzas" o "es necesario garantizar la
gobernabilidad". Para, enseguida, defender la ortodoxia
económica, el conservadurismo político y las alianzas
siempre y cada vez más a la derecha. Incluso abrir los
archivos de la dictadura, para descubrir donde están los
desaparecidos políticos, cumpliendo órdenes de la Justicia,
amenazaba la gobernabilidad, no tenía correlación de
fuerzas.
Pasados dos años, la derecha ideológica y clasista,
portavoz de las élites oligárquicas y financieras, se
organizó más y más y pasó a paralizar al gobierno en el
Legislativo y en la Judicatura. Y el gobierno no cuenta
con la sociedad organizada para defenderlo, pues fue
siempre sordo a sus reclamos y propuestas. O sea, ahora
sí, por obra de las comedidas estrategias gubernamentales,
siempre cediendo a la derecha, la correlación de fuerzas
quedó realmente desigual en favor de la derecha.
El horizonte
En esta segunda mitad del mandato del presidente Lula,
tenemos una situación insólita: un gobierno con escasa base
social organizada; hostilizado por la derecha y por
sectores de los medios de comunicación que intentó seducir;
criticado por la izquierda y por los movimientos sociales
donde tiene su origen; aceptado por el gran capital
financiero y por parte de los medios de comunicación; bien
aceptado por el imperialismo norteamericano y por las
multinacionales y un presidente con buen performance ante
la opinión pública, los pobres y los miserables que no
están organizados y no son politizados.
O sea, en esta ante sala de 2006 y de la disputa por un
segundo mandato, todo es posible, todo es imponderable.
Del punto de vista del gobierno, dada esta
imponderabilidad, es necesario cuidarse de todos los
flancos: de pronto, una cuestión antes tan insignificante
para el gran buque del país, como la muerte de niños
indígenas o la falta de demarcación de tierras indígenas,
puede hacer un orificio respetable en el casco del Titanic.
El Titanic vuelve como imagen, pero esta vez no como algo
que navega en medio de las presiones mayores -del capital
financiero- y las menores -de los sectores populares-; sino
como algo que navega rumbo al mar oscilante de los millones
de votos de 2006, que podrá o no reelegir al comandante o
capitán del navío.
Vemos, por lo tanto, en este transcurrir de 2005, por un
lado, el crecimiento de la insatisfacción popular y su
correspondiente organización y movilización. Cansados de
la frustración, de la perplejidad, de la indignación, los
movimientos sociales retoman las articulaciones y retoman
las calles con huelgas, marchas, manifestaciones. Por otro
lado, vemos un gobierno que durante dos años ignoró, por
"irrealistas" y "fantasiosas" las reivindicaciones y
propuestas de estos mismos movimientos, debido a las
razones de la "gran política", a las "razones de Estado", a
la "realpolitik", disponerse a escucharlos, a abrir una
interlocución y a darla visibilidad.
Tal vez esté en las manos de los movimientos sociales la
tarea de ocupar al máximo, en esta segunda mitad del
gobierno Lula, las calles, las plazas, las carreteras, los
latifundios, los medios de comunicación, las escuelas y
universidades, las fábricas, los edificios y el Congreso
Nacional, para exigir que esta interlocución vaya más allá
de un apretón de manos fotogénico, para fotógrafos y
cineastas, para los programas electorales de 2006. Es
necesario reconstruir un movimiento de masas poderoso,
capaz de exigir un nuevo rumbo en la política económica y
nuevas y verdaderas políticas públicas, desde ya en 2005.
Un movimiento que también apunte hacia un proyecto de poder
popular, claro y consistente, para la disputa presidencial
de 2006.
Nunca más
No nos olvidemos que los sectores más atrasados de las
oligarquías y las élites más comprometidas con el
imperialismo norteamericano están buscando pescar en las
aguas turbias de hoy y están preparándose, con discursos,
dinero y alianzas políticas, para el embate de 2006, cuando
pretendan recuperar plenamente su poder de 505 años, que
dejaron escapar fugazmente en los últimos 2 años, aunque se
hayan mantenido vigilantes para que, de hecho, no escapara.
Hoy, las élites conspiran intensa y diariamente, en todos
los frentes, buscando reapropiarse, sin más intermediarios,
de todos los controles e instrumentos, políticos y
económicos, del gobierno y del Estado, poniendo fin a esta
"aventura de la izquierda" llamada gobierno Lula.
Por fin, no nos olvidemos que, en estos 60 años del fin del
nazismo y del fascismo en el mundo, con el fin de la II
Guerra Mundial (1945), y en estos 20 años del fin de la
dictadura militar en Brasil (1985), "continúa fértil el
vientre que generó la cosa inmunda". Sólo la movilización
y la organización popular, con un proyecto claro de nación,
podrá rescatar la esperanza en un futuro de justicia e
igualdad.
1) NDLR: "Tucano" es el apelativo de los militantes del
Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) del ex-
presidente Fernando Henrique Cardoso.
Paulo Maldos es asesor político Consejo Indigenista
Misionero (CIMI), organismo vinculado a la CNBB
https://www.alainet.org/pt/node/116283
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