Con Pinochet no se muere la justicia

15/12/2006
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Algunos afirman que con la muerte de Pinochet, ahora sí, la transición comienza a cerrase definitivamente en Chile. Esta es la lógica de los amarres, de la mordaza y finalmente del olvido. Pinochet fue parte fundamental, pero no única de una política que asentó sus bases en el terrorismo de Estado y cuyos agentes, en nombre de ese mismo Estado, desaparecieron, mataron, torturaron y exiliaron. Así como la expresión “justicia en la medida de lo posible” no es justicia, la transición no se acaba con Pinochet muerto porque esta transición hacia el olvido fue precisamente la que posibilitó su propia impunidad y sospecho, que por extensión, la impunidad del régimen militar en su conjunto. Si no hubiese sido detenido en Londres, seguramente nunca hubiera pasado ni cercanamente por la puerta de tribunal alguno. Fue la acción internacional y no la iniciativa chilena la que al menos puso en evidencia que los asesinos y dictadores no pasan inmunes por el mundo. Fueron los otros y no nosotros mismos los que dieron el primer paso para enjuiciar a Pinochet. Le debemos una mano a la acción internacional.

Por muchos años imaginé el momento de la muerte de Pinochet, lo imaginé en la cárcel, en el exilio, en las largas tardes en que hacíamos fila frente a las puertas de la Cruz Roja Internacional, pero ahora que se produjo no alcancé a abrir la botella de vino que me había prometido a mí mismo. Mientras escuchaba que se había muerto, aparecieron los fantasmas de siempre, los que acompañan a una buena parte de mi generación, aquellos que nunca nos han abandonado a pesar que algunos los han abandonado a ellos relegándolos sólo al Memorial de los Detenidos Desaparecidos. No alcancé a abrir la botella porque contrariamente a lo que había planeado estaba llorando de nuevo. No se llora la muerte de los dictadores, se llora la impunidad convertida en festival, en noticia del día, en suceso del minuto a minuto en la televisión y los diarios. La Moneda resistió bien esta vez, no hubo funerales de Estado, pero la rasgadura de vestidos ha sido un  poco tardía y más de algún suspiro de alivio en la clase política provocó.

No hubo tierra en Chile para guardar los restos del personaje, no habrá santuario para la adoración y las cenizas se dispersarán y ese será a la larga la enorme recompensa para las víctimas de su acción.

¿Pensará Lagos que esta muerte es parte de la hojarasca?, ¿Pensará Eduardo Frei que hay que dar vuelta la hoja invocando razones de Estado?; ¿Pensará Alwin que hay que interpretar esta muerte en la medida de los posible?. Sabemos qué piensa la UDI, sabemos más o menos lo que piensa RN, pero no sabemos los que piensa la Concertación y eso forma parte de esta transición inconclusa por los siglos de los siglos.

La Iglesia Chilena se ha escandalizado por la incipiente y abortada discusión sobre el aborto, incluida la Concertación, pero el Cardenal (tratándose del Capitán General no podía ser sólo el cura Hasbún el que realizara la intermediación con el Más Allá) no encontró mejores elogios que agradecer al creador por la vida de Pinochet olvidando que fue este mismo general el que se vistió de muerte para atacar a su propio pueblo. Aquí no hay consecuencia, sino obsecuencia, aquí no hay caridad cristiana sino hipocresía, aquí no está el cristo de los católicos, sino una falsa Hostia. Defienden la vida, pero ayudan a comprar indulgencias en el Paraíso. Puede que sea una metáfora de lo que nos pasa como país.

En fin, se ha muerto y nosotros seguimos vivos, con alegrías y nostalgias, somos sobrevivientes, con buena memoria todavía. No quiero ser moderno, renuncio a subirme al carro del éxito del modelo que dejó el dictador, sigo con mis rencores, con mis rabias, con los fantasmas que me acompañan no como una pesada carga sino como un motor indispensable para revalorar la vida en toda su extensión.

https://www.alainet.org/pt/node/118698
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