En los periódicos del recién pasado fin de semana apareció información variada relacionada con la pobreza en Guatemala. En uno de los casos se presentan los resultados de una encuesta que evalúa los 30 meses del gobierno del Presidente Berger; en otro, se presenta una entrevista relativamente extensa con el Secretario General de Planificación de la Presidencia. Hay un contraste importante entre lo que la población percibe y lo que el funcionario ofrece como perspectiva en el tema. Por ello, considero oportuno ofrecer algunas reflexiones, que se relacionan también con la ausencia de conexión entre el aparato del Estado y los sectores más empobrecidos de la población. La encuesta a la que he aludido establece que el 62% de los guatemaltecos estima que la pobreza en el país ha aumentado; también, que para el 44%, en especial los indígenas, los servicios de salud no han mejorado. En esta encuesta también se detecta que el ámbito en el que más se percibe mejoría es en el del mantenimiento de carreteras. En pocas palabras, entonces, la encuesta sugiere que los guatemaltecos y guatemaltecas perciben un modelo que sigue entendiendo por desarrollo la construcción de obra física y que pone poca atención a las condiciones de vida de la población. Por su parte, el Secretario de Planificación formula un argumento relacionado con un crecimiento real per capita a partir de 2004, que se explicaría fundamentalmente a través del incremento del ritmo de crecimiento de la economía; el incremento de las remesas (que habrán pasado de US$ 500 millones en 2000 a US$ 3 500 millones en 2006); y los efectos de la transferencia de capital y de la política social del gobierno. Aquí se hace referencia específica a pagos por reforestación, el resarcimiento, el programa del Vaso de Leche, el de fertilizantes y otros. Ahora bien, el aumento en el ritmo de crecimiento de la economía podría verse neutralizado por la marcadamente desigual estructura de distribución, de manera que la aplicación de un indicador per capita no sería suficiente para sostener el argumento; y en cuanto a las remesas, éstas son producto generalmente del sacrificio familiar, que separa a algunos de los miembros para que arriesguen la vida y envíen el sustento, es decir, una salida desesperada. Pero el tema que más interesa es que sí deberían ser perceptibles para los y las guatemaltecas los impactos de los programas mencionados, pues éstos deben llegar directamente a los hogares más necesitados. La encuesta que venimos comentando, sin embargo, está indicando que el impacto es nulo, o bien, poco significativo. Se perciben cosas diferentes sucediendo en el país: la población no ve cambio en el modelo, el funcionario asegura que los cambios están allí. A partir de este punto se podría entrar a debates de distinta índole, entre los cuales se podría incluir, por ejemplo, el examen de las formas de medir y las interpretaciones de las mediciones. Por de pronto, quisiera sugerir una discusión que resulta vital desarrollar luego de que el gobierno ha pasado ya la mitad de su mandato y que el año electoral está a las puertas: se trata de captar que la percepción que de la realidad tienen los y las ciudadanas es parte de la realidad también. De esta cuenta, entonces, no es aconsejable descalificar por la vía de señalamientos de negatividad o de falta de voluntad para ver los aspectos tenidos como positivos por los encargados de la política pública. Quizá la pregunta estratégica deba ser si esos cambios en la economía guatemalteca, que se asegura están sucediendo, son suficientes para responder a preguntas más relacionadas con la VIDA, de manera que pudiera aseverarse que se producen condiciones para que todos los guatemaltecos y todas las guatemaltecas puedan vivir la vida dignamente. condiciones que tengan presente que, como lo expresan algunos, hay vida también antes de la muerte. - Difunido en el programa “Buenos Días” de Radio Universidad - Arenas Bianchi /AVANCSO