Lo normal: la crisis
- Opinión
En los últimos meses los y las guatemaltecas hemos asistido a lo que podríamos denominar un desfile de crisis: la crisis económica derivada de la debacle financiera estadounidense; la crisis política asociada al denominado “caso Rosenberg”; la crisis de la salud pública generada por la pandemia de la gripe A H1N1; la crisis, ya detectable, de los efectos de las lluvias incesantes sobre viviendas “de ladera” y cosechas también muchas veces “de ladera”. A las que podemos agregar la tan mencionada “crisis de valores”, que dependiendo de quién lo formule, se trata de una crisis de los valores democráticos y del bien común, o, por el contrario, de una crisis de los valores más conservadores y recalcitrantes. Vale la pena entonces revisar lo que se piensa y dice alrededor de esta nuestra normalidad de crisis.
Uno de los discursos más frecuentes cuando de crisis se trata, es el de la referencia al ideograma chino que representa tanto a la crisis como a la oportunidad. Este punto de vista, a veces en extremo optimista, busca ver en cada crisis la oportunidad de salir de la misma en mejores condiciones que las que se tenían con anterioridad a su irrupción en nuestras vidas. Éste es un pensamiento potente que tiene la capacidad de otorgar a quienes lo asumen cierta tranquilidad para pensar en medio de la tormenta.
En otra ubicación puede identificarse a aquellos que niegan la crisis. Aquí, por ejemplo, en los últimos días se sitúan los discursos que aseguran que no hay influenza tipo A, o que, habiéndola, su virulencia se ha exagerado por motivos políticos o económicos, o ambos. Éste es un discurso que se aferra al pesimismo, a aquella idea de que “a mi no me agarran de tonto” y, entonces, simplemente desarmo rápido la mal armada jugada del contrario y continúo tranquilo en mi cotidianidad.
Otro aspecto tiene que ver con el debate sobre el abordaje que de la crisis debe hacer el gobierno. Quizá más claramente relacionado con la crisis económica, este debate tiene, por una parte, a quienes piensan que lo mejor que el gobierno puede hacer en este caso es hacerse a un lado, dejar de cobrar impuestos y permitir que cada quien, acudiendo a su creatividad, ingenio y recursos, busque salidas. El supuesto es que las salidas siempre conducirán a la creación de los tan necesitados puestos de trabajo, lo que redundará en ingresos que a su vez supondrán demanda de productos y, así, se reactivará la economía.
Y por otra parte están dentro de ese debate quienes piensan que el gobierno, no sólo debe “hacer algo” ante la crisis, sino que debe actuar enérgicamente en la activación de la economía. Aquí el supuesto es que las fuerzas económicas no necesariamente por sí mismas van a generar el tipo de oportunidades económicas que requieren los sectores más golpeados.
El problema es que ese “algo” de hecho puede ser muy poco o casi nada, dependiendo del riesgo que los encargados de la cosa pública estén dispuestos a, o en posibilidad de, correr a favor de esos sectores. Esto, a su vez, se correlaciona con la confianza que se tenga en las propias herramientas de política económica, en la relación con los agentes económicos y en el principio de solidaridad.
Una política conservadora, de insistencia en equilibrios macroeconómicos que no es capaz entonces de equilibrar ese nivel macro con la microeconomía, no estará aceptando el riesgo de ir más allá del discurso optimista de convertir a la crisis en oportunidad; estará de hecho negando la crisis para los sectores más afectados y tenderá a “dejar hacer” en el plano de las decisiones de los agentes económicos. Y entonces estaremos ante la crónica de una crisis anunciada.
Guatemala, 22 de junio del 2009.
- Clara Arenas Bianchi es Directora Ejecutiva de AVANCSO
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