Algunas lecciones derivadas
13/09/2007
- Opinión
El proceso electoral ha concluido parcialmente con la adjudicación de puestos de las corporaciones municipales y de escaños en el Congreso. Queda aún pendiente la elección en segunda ronda de presidente y vicepresidente. Derivados de las características, conformación y origen geopolítico de los resultados, han emergido algunos elementos que conviene abstraer y comentar. Pese a que es conocimiento recogido empíricamente de hechos empíricos, vale la pena consignarlo para una reflexión posterior más profunda y apoyada en lo paradigmático.
Los partidos políticos en Guatemala desde siempre fueron encasillados dentro de lo que se conceptualiza como partidos clientelistas. En buena castilla, se denomina así a los partidos políticos que se venden al mejor postor puesto que, en tanto organizaciones políticas reconocidas por la ley, son el único vehículo para postular candidatos a puestos de elección popular a niveles distrital y nacional. En lo municipal se tiene a los comités cívicos como opción adicional. De tal suerte, lo clientelista se refería a que los aspirantes a diputado o presidente adquirían el derecho a optar a una curul o compraban la ficha del partido para lanzarse a la presidencia.
A lo largo del proceso que está por terminar, y aún antes de la convocatoria, se evidenció que los partidos ahora son clientes, ya no oferentes. Los alcaldes, ahora, son portadores de votos propios y en el caso de corporaciones municipales consideradas importantes, han erigido una infraestructura de organización política que denota permanencia, orden y repetibilidad en lo político y en lo electoral. Es por ello que ahora los alcaldes se pueden mover, sin empacho ni temor, de uno a otro partido político si éste les ofrece mejores condiciones de albergue que ya no de apoyo.
En otras palabras, los partidos políticos buscan clientes entre los alcaldes y éstos condicionan su aceptación en función de la cuota de votos que poseen. Las cúpulas partidarias están entendiendo que la captación de votos a nivel de base es el secreto para puntear alto en las encuestas y en el proceso electoral. Durante esta semana que finaliza, los partidos que disputarán la segunda vuelta se han dedicado a hacer lobby con los alcaldes de la GANA. El argumento principal que procura el convencimiento es el de que si GANA no está en el Ejecutivo y tiene evidente minoría relativa en el Congreso, es mejor para las corporaciones municipales adherirse al partido que respaldará al nuevo presidente.
Se evidenció también que los partidos sin base partidaria se dedicaron a captar los votos de los electores que profesan su fe a través de iglesias y ritos denominados evangélicos. No hay pruebas a favor de esta hipótesis pero resulta lógico afirmar que, a la luz de los hechos, el repunte en el número de votos evidenciados por el partido CASA tuvo como origen los correspondientes al malogrado proyecto VIVA, montado por un conocido pastor evangélico.
Otro aspecto que se deriva como lección de los pasados comicios generales en primera vuelta, es que los votantes tienen autonomía en la búsqueda de oportunidad de ejercicio del sufragio. Las encuestas, a pesar de que fueron hechas con apego al método científico según sus realizadores, no reflejaron la intención real de voto que se concretó con el proceso de escrutinio. La conducta de voto ya no es sólo cuestión de aproximación mercadológica. Tendrá que ser objeto de análisis sociológico y psicológico social si se desea aproximar los resultados a una predicción parametrada.
Es triste reconocerlo pero somos testigos del fracaso de la izquierda y del proyecto Menchú. En el primer caso, los autores vinculados al paradigma materialista repitieron y repiten hasta la saciedad que una participación fragmentada de los partidos de izquierda conduce al fracaso. Se insiste en que no debe apostarse a lo electoral. El trabajo de base debe realizarse con miras a la organización de clase, no de partidos o facciones partidarias. Las elecciones deben verse como un proceso secundario, de regla, que ratifique y no elija. La izquierda debe consolidar un partido de masas que aglutine a los pobres, a los proletarios, a los intelectuales de avanzada, a los marginados, a los campesinos sin tierra, a los pueblos mayas. Es decir, debe congregar y articular las expectativas de esa gran masa silenciada que desea salir de la oscura caverna de la explotación y la pobreza. Los liderazgos mesiánicos abundan en el medio. La escasez es de aquellos con carácter mediático.
El proyecto Menchú, en segunda instancia, también deja un mal sabor en la boca. En lo personal respaldamos el esquema puesto que rompió los cánones tradicionales de candidaturas ladinas y masculinas. Pero es evidente que se menospreció la nueva autonomía del voto indígena que resultó ser contrario al sentido común: los pueblos mayas se pronunciaron por las opciones ladinas. En dos platos, la Doctora Menchú no mereció su preferencia.
Se desnudó el languidecimiento y la extinción de partidos otrora de primera línea. Tal fenómeno pareciera ir de la mano con el funcionamiento electorero de las organizaciones partidarias. La Democracia Cristiana entró en agonía hace dos elecciones. Se salvó, en ambos casos, por un subterfugio legal que favoreció al ex presidente Cerezo. La estrella blanca sobre el fondo verde, que construyó una base partidaria que cubría todo el país, no alcanzó ninguna curul ni logró superar el umbral electoral. El DIA nunca fue partido y la ANN debió coaligarse con su afín ideológico, la URNG.
En conclusión y como colofón, estamos en capacidad de plantear que son tres las variables que, a la luz del proceso electoral aún en marcha, influyen ahora en la intención de voto de los guatemaltecos. Esas variables, en nuestra opinión, son: identificación con un partido, preferencia por el planteamiento político de los distintos partidos y las actitudes que el marketing político pueda conformar en el elector respecto de los candidatos. Sería interesante establecer el peso de cada una de esas variable y, mejor aún, señalar las relaciones causales.
Fuente: Incidencia Democrática (Guatemala)
http://www.i-dem.org
Los partidos políticos en Guatemala desde siempre fueron encasillados dentro de lo que se conceptualiza como partidos clientelistas. En buena castilla, se denomina así a los partidos políticos que se venden al mejor postor puesto que, en tanto organizaciones políticas reconocidas por la ley, son el único vehículo para postular candidatos a puestos de elección popular a niveles distrital y nacional. En lo municipal se tiene a los comités cívicos como opción adicional. De tal suerte, lo clientelista se refería a que los aspirantes a diputado o presidente adquirían el derecho a optar a una curul o compraban la ficha del partido para lanzarse a la presidencia.
A lo largo del proceso que está por terminar, y aún antes de la convocatoria, se evidenció que los partidos ahora son clientes, ya no oferentes. Los alcaldes, ahora, son portadores de votos propios y en el caso de corporaciones municipales consideradas importantes, han erigido una infraestructura de organización política que denota permanencia, orden y repetibilidad en lo político y en lo electoral. Es por ello que ahora los alcaldes se pueden mover, sin empacho ni temor, de uno a otro partido político si éste les ofrece mejores condiciones de albergue que ya no de apoyo.
En otras palabras, los partidos políticos buscan clientes entre los alcaldes y éstos condicionan su aceptación en función de la cuota de votos que poseen. Las cúpulas partidarias están entendiendo que la captación de votos a nivel de base es el secreto para puntear alto en las encuestas y en el proceso electoral. Durante esta semana que finaliza, los partidos que disputarán la segunda vuelta se han dedicado a hacer lobby con los alcaldes de la GANA. El argumento principal que procura el convencimiento es el de que si GANA no está en el Ejecutivo y tiene evidente minoría relativa en el Congreso, es mejor para las corporaciones municipales adherirse al partido que respaldará al nuevo presidente.
Se evidenció también que los partidos sin base partidaria se dedicaron a captar los votos de los electores que profesan su fe a través de iglesias y ritos denominados evangélicos. No hay pruebas a favor de esta hipótesis pero resulta lógico afirmar que, a la luz de los hechos, el repunte en el número de votos evidenciados por el partido CASA tuvo como origen los correspondientes al malogrado proyecto VIVA, montado por un conocido pastor evangélico.
Otro aspecto que se deriva como lección de los pasados comicios generales en primera vuelta, es que los votantes tienen autonomía en la búsqueda de oportunidad de ejercicio del sufragio. Las encuestas, a pesar de que fueron hechas con apego al método científico según sus realizadores, no reflejaron la intención real de voto que se concretó con el proceso de escrutinio. La conducta de voto ya no es sólo cuestión de aproximación mercadológica. Tendrá que ser objeto de análisis sociológico y psicológico social si se desea aproximar los resultados a una predicción parametrada.
Es triste reconocerlo pero somos testigos del fracaso de la izquierda y del proyecto Menchú. En el primer caso, los autores vinculados al paradigma materialista repitieron y repiten hasta la saciedad que una participación fragmentada de los partidos de izquierda conduce al fracaso. Se insiste en que no debe apostarse a lo electoral. El trabajo de base debe realizarse con miras a la organización de clase, no de partidos o facciones partidarias. Las elecciones deben verse como un proceso secundario, de regla, que ratifique y no elija. La izquierda debe consolidar un partido de masas que aglutine a los pobres, a los proletarios, a los intelectuales de avanzada, a los marginados, a los campesinos sin tierra, a los pueblos mayas. Es decir, debe congregar y articular las expectativas de esa gran masa silenciada que desea salir de la oscura caverna de la explotación y la pobreza. Los liderazgos mesiánicos abundan en el medio. La escasez es de aquellos con carácter mediático.
El proyecto Menchú, en segunda instancia, también deja un mal sabor en la boca. En lo personal respaldamos el esquema puesto que rompió los cánones tradicionales de candidaturas ladinas y masculinas. Pero es evidente que se menospreció la nueva autonomía del voto indígena que resultó ser contrario al sentido común: los pueblos mayas se pronunciaron por las opciones ladinas. En dos platos, la Doctora Menchú no mereció su preferencia.
Se desnudó el languidecimiento y la extinción de partidos otrora de primera línea. Tal fenómeno pareciera ir de la mano con el funcionamiento electorero de las organizaciones partidarias. La Democracia Cristiana entró en agonía hace dos elecciones. Se salvó, en ambos casos, por un subterfugio legal que favoreció al ex presidente Cerezo. La estrella blanca sobre el fondo verde, que construyó una base partidaria que cubría todo el país, no alcanzó ninguna curul ni logró superar el umbral electoral. El DIA nunca fue partido y la ANN debió coaligarse con su afín ideológico, la URNG.
En conclusión y como colofón, estamos en capacidad de plantear que son tres las variables que, a la luz del proceso electoral aún en marcha, influyen ahora en la intención de voto de los guatemaltecos. Esas variables, en nuestra opinión, son: identificación con un partido, preferencia por el planteamiento político de los distintos partidos y las actitudes que el marketing político pueda conformar en el elector respecto de los candidatos. Sería interesante establecer el peso de cada una de esas variable y, mejor aún, señalar las relaciones causales.
Fuente: Incidencia Democrática (Guatemala)
http://www.i-dem.org
https://www.alainet.org/es/active/19682
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