Frente a un nuevo periodo presidencial
18/01/2008
- Opinión
La cobertura que los medios han realizado de los primeros días del presidente Colom muestra a éste como un hombre tranquilo, como alguien que ve el futuro con mucha calma. No he sabido, hasta ahora, de nadie que no empiece una gestión administrativa con buena voluntad. Quisiera, eso sí, poder determinar con certeza si el presidente evidencia ese estado de ánimo porque tiene ya una ruta trazada, que sabe de antemano será eficaz, o bien que no sabe lo que le espera en los próximos cuatro años.
Es evidente que de un buen tiempo para esta fecha ha habido un gradual y acelerado deterioro en nuestro sistema político. Seguimos malgastando esfuerzos en el proceso de la construcción democrática sin haber definido primero qué democracia queremos. Es decir, somos como los excursionistas que no saben a dónde van de paseo y el autobús que los conduce va y viene, para y arranca, acelera y frena pero no va a ninguna parte. La mayoría de la población vive en la pobreza y sigue a la expectativa de que alguien encienda una luz al final del túnel. Menos grave, pero no por ello menos urgente, es la situación de la clase media que se ha visto disminuida en términos cuantitativos y cualitativos, hecho evidenciado por un continuo deslizamiento hacia la esfera de la pauperización. Los que no pueden quejarse son aquellos que se ubican en los estamentos altos. Cada día más ricos, intocables en términos de justicia y con las manos puestas en el Estado, convertido ya en un botín inagotable para ellos.
El término ingobernabilidad ya es cosa cotidiana y el armamentismo de las fuerzas armadas civiles y militares tiende a procurar protección y no seguridad a la ciudadanía. He mencionado apenas dos síntomas de la crisis, del agotamiento efectivo de nuestro sistema político y de los reclamos ya no tan acallados de la sociedad civil que exige cumplimiento de las promesas electorales, ya no digamos de las obligaciones que dicta la Constitución.
¿Dónde radica la falla? ¿Es la clase política, la sociedad civil y su visión del gobierno o es en realidad el sistema político el que se está desgastando? Me inclino a afirmar que, aunque el tema evidencia varias aristas, somos todos nosotros los culpables del deterioro de nuestro sistema y de la falta de legitimidad de nuestras instituciones.
También son responsables de la debacle, los partidos políticos. En los libros se puede leer que el rol de éstos es el de mediadores entre gobernantes y gobernados, el de ejes articuladores de expectativas y de instituciones llamadas a permitir el acceso al ejercicio del poder político. Es obligatorio también que cada partido sustente y practique una ideología. Pero si observamos detenidamente el devenir del sistema de partidos, podemos ser audaces para asegurar que en Guatemala no hay partidos políticos. Y no los hay porque han evadido su papel de mediadores y han perdido su ideología, si alguna vez la tuvieron. Un sistema democrático de partidos políticos es aquel que presenta una pluralidad en abanico que tiene a la hoz y el martillo en un extremo y a la cruz gamada en el otro. Podíamos denominar a éste un sistema de partidos centrifugado. En Guatemala no hay tales. Los partidos se agrupan en el centro, en el neutral pensamiento cómplice que nutre el neoliberalismo y anula a las ideas de izquierda. El sistema de partidos es centrifugado, sus integrantes son clientelistas, neutros, populistas, agencias de viajes y de empleos.
La alternativa que surge con fuerza en sustitución de los partidos está integrada por los movimientos sociales. Han servido de cobijo a líderes oportunistas y desdicen de su quehacer mantenimiento una posición antisistema. Los movimientos sociales encuentran un problema en cada solución que se plantea. Han dejado también de representar amplias capas populares y se han convertido en instituciones inanes financiadas por gobiernos extranjeros a través de la cooperación internacional.
El marketing político prevaleció en lo más álgido de la campaña electoral recientemente finalizada con una característica grave: las campañas negras. Las premisas sobre las cuales se diseñaron estas deleznables acciones parten del hecho de que el voto ausentista, el abstencionista y el indeciso se han convertido en voto duro. Y mucho del esfuerzo de convencimiento se dirigió a ese sector ciudadano. Sin embargo, el razonamiento que se derivó de los resultados fue: no pude lograr que el indeciso votara por mí, por lo tanto, no me queda otro que evitar que vote por el otro. Y entonces lo defenestro, lo calumnio, lo ofendo y difundo oprobios contra él disfrazados de verdades que no son sino falacias de bajo jaez.
La ciudadanía en general también tiene culpa. No se politiza, no lee, no se entera, se conforma, concreta y reproduce una cultura de súbdito. Siempre he pensado que los problemas de este país no se deben a la presencia de unos cuantos halcones sino a que habemos muchos avestruces.
Fuente: Incidencia Democrática (Guatemala)
http://www.i-dem.org
Es evidente que de un buen tiempo para esta fecha ha habido un gradual y acelerado deterioro en nuestro sistema político. Seguimos malgastando esfuerzos en el proceso de la construcción democrática sin haber definido primero qué democracia queremos. Es decir, somos como los excursionistas que no saben a dónde van de paseo y el autobús que los conduce va y viene, para y arranca, acelera y frena pero no va a ninguna parte. La mayoría de la población vive en la pobreza y sigue a la expectativa de que alguien encienda una luz al final del túnel. Menos grave, pero no por ello menos urgente, es la situación de la clase media que se ha visto disminuida en términos cuantitativos y cualitativos, hecho evidenciado por un continuo deslizamiento hacia la esfera de la pauperización. Los que no pueden quejarse son aquellos que se ubican en los estamentos altos. Cada día más ricos, intocables en términos de justicia y con las manos puestas en el Estado, convertido ya en un botín inagotable para ellos.
El término ingobernabilidad ya es cosa cotidiana y el armamentismo de las fuerzas armadas civiles y militares tiende a procurar protección y no seguridad a la ciudadanía. He mencionado apenas dos síntomas de la crisis, del agotamiento efectivo de nuestro sistema político y de los reclamos ya no tan acallados de la sociedad civil que exige cumplimiento de las promesas electorales, ya no digamos de las obligaciones que dicta la Constitución.
¿Dónde radica la falla? ¿Es la clase política, la sociedad civil y su visión del gobierno o es en realidad el sistema político el que se está desgastando? Me inclino a afirmar que, aunque el tema evidencia varias aristas, somos todos nosotros los culpables del deterioro de nuestro sistema y de la falta de legitimidad de nuestras instituciones.
También son responsables de la debacle, los partidos políticos. En los libros se puede leer que el rol de éstos es el de mediadores entre gobernantes y gobernados, el de ejes articuladores de expectativas y de instituciones llamadas a permitir el acceso al ejercicio del poder político. Es obligatorio también que cada partido sustente y practique una ideología. Pero si observamos detenidamente el devenir del sistema de partidos, podemos ser audaces para asegurar que en Guatemala no hay partidos políticos. Y no los hay porque han evadido su papel de mediadores y han perdido su ideología, si alguna vez la tuvieron. Un sistema democrático de partidos políticos es aquel que presenta una pluralidad en abanico que tiene a la hoz y el martillo en un extremo y a la cruz gamada en el otro. Podíamos denominar a éste un sistema de partidos centrifugado. En Guatemala no hay tales. Los partidos se agrupan en el centro, en el neutral pensamiento cómplice que nutre el neoliberalismo y anula a las ideas de izquierda. El sistema de partidos es centrifugado, sus integrantes son clientelistas, neutros, populistas, agencias de viajes y de empleos.
La alternativa que surge con fuerza en sustitución de los partidos está integrada por los movimientos sociales. Han servido de cobijo a líderes oportunistas y desdicen de su quehacer mantenimiento una posición antisistema. Los movimientos sociales encuentran un problema en cada solución que se plantea. Han dejado también de representar amplias capas populares y se han convertido en instituciones inanes financiadas por gobiernos extranjeros a través de la cooperación internacional.
El marketing político prevaleció en lo más álgido de la campaña electoral recientemente finalizada con una característica grave: las campañas negras. Las premisas sobre las cuales se diseñaron estas deleznables acciones parten del hecho de que el voto ausentista, el abstencionista y el indeciso se han convertido en voto duro. Y mucho del esfuerzo de convencimiento se dirigió a ese sector ciudadano. Sin embargo, el razonamiento que se derivó de los resultados fue: no pude lograr que el indeciso votara por mí, por lo tanto, no me queda otro que evitar que vote por el otro. Y entonces lo defenestro, lo calumnio, lo ofendo y difundo oprobios contra él disfrazados de verdades que no son sino falacias de bajo jaez.
La ciudadanía en general también tiene culpa. No se politiza, no lee, no se entera, se conforma, concreta y reproduce una cultura de súbdito. Siempre he pensado que los problemas de este país no se deben a la presencia de unos cuantos halcones sino a que habemos muchos avestruces.
Fuente: Incidencia Democrática (Guatemala)
http://www.i-dem.org
https://www.alainet.org/es/active/21709
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