Quo Vadis, Galápagos?

06/06/2004
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Símbolo de la naturaleza virgen en su estado más puro, laboratorio vivo que inspirara uno de los mayores hitos en el conocimiento humano -la investigación de Charles Darwin sobre "el origen de las especies"- las Islas Galápagos parecen volver, a principios del siglo XXI, al centro de la atención de los promotores de la nueva revolución científica. El archipiélago de origen volcánico, compuesto por 127 islas, situadas a unos mil kilómetros de la costa continental de Ecuador, constituye uno de los lugares de mayor biodiversidad del planeta, al preservar, gracias a su aislamiento, más del 95 por ciento de su flora y fauna originales. Esta especie de paraíso terrenal, sin embargo, no sólo levanta pasiones entre los amantes de la naturaleza, sino también entre los que pretenden sacar provecho de su inmensa riqueza biológica, según alertaron recientemente diversas organizaciones dentro y fuera de Ecuador, entre ellos Acción Ecológica y el Grupo ETC. En una acción de pura y simple biopiratería, el científico estadounidense Craig Venter -tratando de seguir, de acuerdo con sus propias declaraciones, la expedición de Darwin de 1835 que diera origen a la teoría de la evolución- visitó las islas a principios de marzo a bordo de su yate el Sorcerer II (El Hechicero) llevándose una gran cantidad de muestras de microorganismos para su posterior estudio en Estados Unidos. Expropietario de la empresa "Celera Genomics" y conocido como el descifrador del genoma humano, Venter persiguió propósitos más que ambiciosos que le hicieron olvidar "detalles" como la soberanía del estado ecuatoriano sobre sus recursos biológicos o las preocupaciones que sus posteriores investigaciones podrían generar en lo que respecta al uso futuro de estos microorganismos. A lo mejor no es para menos: según el informe del grupo ETC sobre el caso, Venter está "jugando a ser Dios" en las Galápagos y en muchas otras zonas que visita desde agosto de 2003 en el ámbito de un proyecto llevado a cabo por el Instituto de Energías Biológicas Alternativas (IBEA), presidido por él mismo y que cuenta con una generosa financiación del Departamento de Energía de Estados Unidos para la búsqueda de nuevas fuentes de energía no contaminantes y para la creación de nuevas formas de vida en laboratorio. En su extenso viaje por los mares del Sur, el científico, conocido por desafiar con cierta frecuencia la opinión de sus colegas -y aún más a la opinión pública- convertido esta vez en biopirata, ha descubierto hasta ahora unos mil doscientos millones de genes (muchos más de los que aparecen en la actualidad en todos los bancos de datos del mundo), cuya secuenciación se realizará en los laboratorios de IBEA en Rockville, Maryland. Entre ellos destacan especialmente unos 800 fotorreceptores, cuyo mecanismo de funcionamiento puede abrir perspectivas hasta ahora inimaginables en la satisfacción de las necesidades energéticas del planeta una vez que se acabe la actual era de los combustibles fósiles. Los científicos empeñados en estas tareas, así como las empresas privadas (y organismos estatales) que los patrocinan, protagonizan hoy en día una verdadera "fiebre de oro" tras los elementos que puedan ofrecer pistas para un avance más rápido en estas investigaciones, que reportarán millones de ganancias para los fundadores de las nuevas industrias que nacerán de los recursos genéticos del Sur, carente de recursos y de tecnologías apropiadas para sacar provecho de esta inmensa riqueza. Otros microbios marinos servirán para la creación de formas de vida artificiales en laboratorio, uniendo de este modo los logros de las dos esferas científicas que más pueden incidir en el futuro de la humanidad: la biotecnología y la nanotecnología. Mientras la primera se dedica a la introducción de genes en organismos vivos ya existentes, la otra -definida por la administración norteamericana como una esfera estratégica de primer orden- busca construir, desde cero, nuevos organismos, utilizando como "ladrillos" el ADN de dichos microbios. Para detenernos a reflexionar sobre las consecuencias de estos esfuerzos basta con saber que el propio Venter abandonó en 1999 una empresa anterior para construir una forma de vida artificial simple porque pensó que el riesgo de crear una plantilla para nuevas armas biológicas era muy grande... Los futuros reclamos sobre la propiedad intelectual de los organismos artificialmente creados igualmente generan preocupaciones, sin hablar de la flagrante violación del Convenio Mundial sobre Biodiversidad o de la Decisión Andina No.391 sobre el acceso al acervo genético de los países de la zona. Tampoco la soberanía de los países pobres sobre sus recursos biológicos cuenta mucho para el avance arrollador de estos científicos empujados por un mundo empresarial ávido de apropiarse de las claves de la economía del futuro. Ni siquiera nos atrevemos a preguntarnos, en medio de estas circunstancias, cómo se podrá satisfacer el más que legítimo derecho del pueblo ecuatoriano -y de tantos otros- a saber, al menos, para qué fueron utilizadas sus riquezas. Pero lo más triste del caso, apuntan las organizaciones sociales, es que las propias autoridades del Ecuador muestren tan poco empeño en evitar situaciones de este tipo. Después de que la dirección del Parque Nacional de las Galápagos diera su autorización para sacar del país las muestras recogidas por Venter, el propio ministro del Medio Ambiente firmó, el pasado 15 de marzo, un memorando de entendimiento para reforzar ese permiso con carácter retroactivo y quitar de este modo el filo a las acusaciones de biopiratería, según denunció la organización Acción Ecológica. Ante tales hechos sólo cabe preguntarse: ¿adónde van las Galápagos? ¿De constituir Patrimonio Natural de la Humanidad, declarado por la UNESCO en 1997, pasará a ser tierra de nadie donde no valen los criterios de protección? ¿Las autoridades responsables de estas Islas Encantadas acabarán por ofrecer en bandeja de plata a los biopiratas venidos de lejos todas sus riquezas? Sólo la mirada atenta y la acción valiente de la sociedad civil será capaz de salvaguardar sus recursos biológicos, para que no despierten de su sueño despojadas del tesoro que las hizo mundialmente famosas. * Edith Papp. Periodista. Agencia de Información Solidaria
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