La soja: ¿amenaza ecológica o promesa de futuro?
19/02/2004
- Opinión
Para la deforestación de la Cuenca Amazónica siempre hubo razones.
Ante el llamado del poderoso caballero que todos conocemos por el
nombre de Don Dinero parecen importar muy poco las voces de protesta
que reclaman una mayor protección del "pulmón del mundo", hábitat de
innumerables especies animales y vegetales, y hogar de comunidades
humanas al borde de la extinción que preservan elementos culturales
y materiales de nuestros antepasados más lejanos.
Primero fue la obtención de maderas preciosas para satisfacer los
gustos de los consumidores de los países ricos; luego hizo falta
robarle terrenos al bosque para expandir las zonas de pastoreo del
ganado, mientras otros quemaban tierras para extender la frontera
agrícola en nombre del "desarrollo", para lo cual nunca faltaron los
intereses foráneos que, a su vez, tampoco eximen totalmente de culpa
a aquellos que, desde dentro, nada hicieron por que no fuera así.
Hoy, diversas organizaciones ecologistas brasileñas coinciden en
calificar el rápido incremento de las áreas sembradas de soja
(transgénica para más señas) como una nueva amenaza para la selva
amazónica, que a lo largo del año pasado ha perdido por este motivo
-según un despacho reciente de la agencia de noticias Associated
Press- unos 25 mil kilómetros cuadrados, ¡un 40 por ciento más que
el año anterior!
Las noticias sobre la previsible reducción para este año de las
cosechas de soja de Estados Unidos (principal productor) empujan a
numerosos granjeros locales, tocados por esta nueva "fiebre del
oro", a adquirir tierras para sembrar nuevas variedades -
desarrolladas por científicos brasileños- resistentes a las
inclemencias del duro clima de los bosques tropicales. Sin embargo,
ellos son tan sólo los actores locales de un escenario mucho más
amplio, en el que importantes empresas multinacionales compiten
entre sí para repartirse los beneficios de la expansión de cultivos
genéticamente modificados (GM) en los países en vías de desarrollo,
proyecto en el que América Latina parece tener un papel importante.
Crecimiento espectacular
En la actualidad el 85 por ciento del total de soja producida en
Brasil procede de cinco Estados: Mato Grosso, Mato Grosso do Sul,
Paraná, Goiás y Rio Grande do Sul, aunque en las zonas del norte del
país (Rondonia, Pará, y Roraima) se registran últimamente avances
impresionantes. Las zonas de cultivo de soja han pasado de las
escasas 3.000 hectáreas en 1997 a 56.000 en 2003. Según el
Departamento de Agricultura de Estados Unidos, el área de cultivo de
soja en Brasil (calculado por entidades oficiales del país
sudamericano en 18,4 millones de hectáreas) podría triplicarse en
los próximos 50 años. En esa dirección apunta también el plan de
desarrollo "Avança Brasil", que busca extender la frontera agrícola
penetrando a profundidad en la zona forestal para fomentar el
cultivo de la soja, y al que el Gobierno proyecta destinar unos 40
mil millones de dólares.
Si a esto se suman los proyectos de construcción de infraestructuras
de transporte para sacar las cosechas (en algunas zonas hasta tres
al año) la amenaza ecológica se hace aún más grande. Según los
cálculos de economistas con sensibilidad medioambiental (especie
rara, por cierto, en estos tiempos complejos que vivimos), una
reducción del 20 por ciento en los costes de transporte de productos
agrícolas aumenta la deforestación en un 52 por ciento.
Las organizaciones ecologistas consideran especialmente preocupantes
los planes de extender los sembrados a la ecorregión de Cerrado -de
unos dos millones de kilómetros cuadrados- compartida por varios
Estados y una de las zonas de importancia ecológica menos protegidas
en la actualidad. El desarrollo de variantes transgénicas
especialmente producidas para esa zona y la reiteración de la
posibilidad de mecanizar la producción reflejan una clara voluntad
de expandir la frontera agrícola en detrimento de la selva tropical.
De acuerdo con un reciente despacho de la Agencia Brasil (Abr), el
gigante sudamericano ocupa actualmente el cuarto lugar mundial en la
producción de soja transgénica, con un área sembrada de casi tres
millones de hectáreas, precedido sólo por Estados Unidos (42,8
millones de hectáreas), Argentina (13,9 millones de hectáreas) y
Canadá (4,4 millones de hectáreas).
Un problema regional
El debate en torno a estos temas va ganando cada vez más relevancia
regional, pues más de un país de América Latina se enfrenta hoy a la
misma problemática. En primer lugar nos referimos a la vecina
Argentina, que ocupa el segundo lugar a nivel mundial en lo que se
refiere al área sembrada de transgénicos y aporta en la actualidad
un 23 por ciento del total de productos genéticamente modificados.
Pese a este hecho -de acuerdo con una reciente encuesta del
Ministerio argentino de Agricultura- sólo un 64 por ciento de los
consumidores consultados afirma "haber oído hablar" de los cultivos
transgénicos, frente al 90 por ciento de agricultores participantes
en el sondeo. El desconocimiento se debe, según fuentes autorizadas,
a la falta total de campañas de información con respecto a este
tema, tanto por parte de las autoridades oficiales como de las
organizaciones ecologistas, que Greenpeace ha tratado de suplantar
llamando la atención sobre los potenciales efectos de estos
productos en la salud humana y el medio ambiente.
Podríamos mencionar también a Colombia, donde la ONG Fundación
Swiss-Aid, dedicada a luchar contra los cultivos transgénicos, se
enfrenta en estos meses al gobierno central en torno a una variedad
recién introducida de algodón GM. La Fundación Swiss-Aid se opone
también a los proyectos de plantar maíz transgénico y a las
avanzadas investigaciones sobre la manipulación genética de
productos claves de la economía colombiana, como el café, el
plátano, la caña de azúcar y diversas frutas tropicales. Otras
organizaciones ecologistas lamentan la falta de un mayor debate
público sobre el tema, mientras la Asociación Colombiana de
Agricultores recuerda que, según una reciente encuesta, un 46 por
ciento de los agricultores se manifiesta contrario a cultivar
plantas transgénicas.
Cabe recordar que en total cinco países latinoamericanos tienen
oficialmente aprobado el cultivo de plantas GM -Argentina, Brasil,
Colombia, Honduras, México y Uruguay- y, si descontamos a Argentina
y Brasil, el resto del subcontinente aporta solamente el uno por
ciento de la producción de transgénicos a nivel global.
Las dos caras del debate
El espinoso asunto de los organismos genéticamente manipulados tiene
-como todo en la vida- dos caras. Sería un simplismo imperdonable
considerar que los únicos defensores de estos cultivos son las
empresas multinacionales, interesadas sólo en incrementar sus
beneficios, y los latifundistas locales, deseosos de obtener la
mayor tajada del "boom" que apenas comienza. Existen también razones
de peso -y de la más variada índole- que obligan a pensar con
amplitud de miras y sentido de responsabilidad en el futuro de los
cultivos GM.
Entre ellas, las económicas: según opiniones de expertos en el tema,
a la vuelta de unos años, Brasil será capaz de dejar atrás incluso a
los propios Estados Unidos, con todo lo que esto implicaría para el
avance de sus proyectos socio-económicos y concretamente para las
regiones más deprimidas.
En el plano ecológico también se abren perspectivas interesantes -
que obviamente no deben ser vistas como "contrapartida" por la
destrucción de la Amazonia, porque el planteamiento de por sí
resulta inmanejable- pues una política oficial firme y rigurosa que
asegure la protección del "pulmón del mundo" tendría que encauzar el
desarrollo de estas actividades y, sobre todo, utilizar todo el peso
político que va ganando Brasil a nivel global para frenar los
intentos foráneos de anteponer los planes de expansión de las
empresas transnacionales a los intereses nacionales de este país y a
los intereses globales de la humanidad, que debe cuidar esta joya de
la biodiversidad.
Entre los proyectos ecológicos de más peso relacionados con la soja
destaca la promoción de la producción a gran escala de biodiesel, un
combustible no contaminante en el que científicos brasileños vienen
trabajando desde hace más de dos décadas. Aunque hasta el momento en
el país existen más experiencias en el uso de la caña de azúcar para
obtenerlo, la rápida expansión de los cultivos de soja ofrece nuevas
alternativas a las investigaciones y a sus aplicaciones prácticas,
actualmente en marcha y con resultados muy prometedores. No faltan
quienes auguran que mediante el avance de este programa, a medio
plazo, Brasil podría ganarse un merecido liderazgo mundial en la
sustitución -efectiva, más allá de la retórica- de los combustibles
fósiles por fuentes de energía renovables, encabezando una
verdadera revolución energética, con todas las consecuencias que de
allí se deriven tanto para la economía como para la política
mundial.
El debate, pues, está servido para los próximos años. Sólo el tiempo
dirá -quién sabe a qué precio en términos de salud humana y
medioambiental- qué efectos reales tendrán estos cultivos en la vida
de los países del Sur, donde entre 2002 y 2003 el incremento de sus
áreas de cultivo (28 por ciento) sobrepasó ampliamente el registrado
en los países del Norte industrializado (11 por ciento), bajo la
creciente presión de las empresas transnacionales empeñadas en
expandirlos hacia las zonas en vías de desarrollo.
* Edith Papp es periodista. Agencia de Información Solidaria
https://www.alainet.org/es/articulo/109439?language=en
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