Dos por dos

20/05/2014
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La sociedad colombiana asiste a una campaña electoral que no logra despertar más que bostezos. La pobreza y similitud programática de los principales candidatos recuerda que la crisis de la política tradicional, en la era del neoliberalismo, es universal, y entre nosotros no podría ser distinto. Gobiernan para sus intereses y por tanto no tienen que esforzarse en imaginar nada. Simplemente copian los recetarios de las agencias internacionales.
 
Pese a esto, hay disputas, diferencias, matices, que permiten la fuga de información y el develamiento de verdades. Una de ellas, que todos estamos espiados. Vivimos en una sociedad vigilada y controlada, no hay duda, ello sucede en el nivel global y Colombia no es la excepción de la regla. Así lo evidenció el caso Andrómeda, agencia de inteligencia del ejército colombiano, puesta al descubierto en febrero pasado, y ahora lo ratifica el ‘control de redes’ realizado por el ‘asesor informático’ (¡qué tal el eufemismo!) de la campaña de Óscar Iván Zuluaga, cuyos seguimientos incluían hasta al presidente Santos.
 
No es un hecho cualquiera, pero tampoco es novedad sino una reafirmación: entramos en una nueva fase de guerra preventiva y control social donde el Estado prosigue su deformación como monstruo todopoderoso al que las tecnologías desarrolladas en las últimas décadas le permiten desmanes de todo tamaño. En la supuesta acción preventiva que despliega, el espionaje asume nuevos ribetes y posibilidades, y en el control del territorio llega la ciberguerra.
 
Ya lo habían develado Snowden y Assange, cuyas revelaciones sobre la capacidad tecnológica y las andanzas de la NSA dejaron al descubierto que el derecho a la privacidad llegó a su fin, y que el control de todos los ciudadanos del mundo es una realidad que se puede traducir en muerte o violación de cualquier derecho humano cuando así lo decida este superpoderoso organismo de espionaje de los Estados Unidos. Los agentes secretos, las máquinas de vuelo automático e inteligencia artificial, y otras tecnologías aplicadas a diversas herramientas de guerra, manejadas y teledirigidas por ‘personal profesional’, hacen lo demás.
 
En Colombia son conocidas tales aplicaciones, facilitadas por la estrecha relación que las fuerzas armadas oficiales mantienen desde décadas atrás con sus pares de Estados Unidos, traducida en la transferencia de ciertos métodos, prácticas, técnicas y tecnologías. La última fase de esta transferencia, de manera abultada, ocurrió bajo el paraguas del Plan Colombia. El caso Raúl Reyes, más otros ataques dirigidos vía satelital contra la insurgencia, reafirman lo anotado.
 
Estamos ante esos contundentes como espionaje desbordado, control y seguimiento de la ciudadanía como si fuéramos agentes de un ejército invasor. Lo ocurrido ahora, en plena campaña electoral para la presidencia de la república, reafirma de bulto que las agencias de inteligencia del Estado actúan a mano libre por doquier. Ahora, con un nuevo expediente: retoman el peligroso esquema de los contratistas privados, en este caso mercenarios de la ciberguerra dispuestos a concretar las tercerizadas tareas ilegales de la inteligencia militar y política.
 
Y los efectos pesan. En el afán de controlar el poder desprendido de la máquina estatal, el acumulado de inteligencia sirvió para presionar la renuncia de J.J. Rendón, asesor de la campaña de Juan Manuel Santos, y con él la de Germán Chica, integrante de la primera contienda de Santos, exalto Consejero presidencial de Asuntos Políticos y exintegrante de la Fundación Buen Gobierno, actuando, según la contraparte, como mensajeros de la mafia y los paramilitares.
 
El golpe fue directo y sin miramientos, tratando de descuadernar la campaña del presidente-candidato. La información que produjo este resultado le recordó a todo el país que la relación de la oligarquía con las mafias del narcotráfico es histórica y estas no están dispuestas a romperla, utilizándola para financiar campañas electorales y para multiplicar patrimonios familiares de históricos del poder o de recién llegados. Los millones de dólares no solamente ofrecidos sino entregados –según sus mismos donantes, Combas y demás– también recuerdan que la democracia colombiana está degradada en todos sus ribetes, y que la acción electoral sigue controlada por quien más tiene y más compra: “democracia del billete”, provenga de donde provenga el corruptor de las ‘mejores mentes’.
 
Inteligencia, guerra y diálogos de paz
 
La inteligencia es acumulada, seleccionada, procesada y utilizada cuando lo consideran necesario. No pasaron muchas horas, y aún mareada la campaña reeleccionista, cuando mostró para qué sirve el Estado y cómo se utilizan sus instituciones: develaron que uno de los supuestos ‘técnicos’ en redes sociales, asesor en la campaña del candidato Óscar Iván Zuluaga, era un espía. Al allanar su sede encontraron información diversa: sobre la Policía, los desmovilizados de las FARC, periodistas, así como reportes de comunicaciones de personas vinculadas de manera directa con los diálogos de La Habana, y parece que mucho más. El responsable de todo este manejo, Andrés Fernando Sepúlveda, y con él su jefe, el principal asesor de Zuluaga, Luis Alfonso Hoyos, cayeron en desgracia. Golpe por golpe.
 
A la denuncia le siguió la propaganda, sobre todo en este último caso, que logró el eco de las grandes cadenas de comunicación, tomado como bandera por parte de la campaña cuasiestatal para despertar miedos sobre una posible interrupción de los diálogos de La Habana, en caso de triunfar el candidato en cuerpo ajeno, es decir, buscando despertar temor en la sociedad y lograr la movilización del voto útil. En esta, hasta la Fiscalía misma sirve como parlante de los propósitos santistas. ¿Un Estado de bolsillo? Y las farc, como en el 82 con Belisario Betancur, y en el 98 con Andrés Pastrana, terminan actuando –pero también utilizadas– como el factor fundamental de la campaña.
 
Las reacciones van y vienen. Las dos campañas electorales quedan enfrascadas en un mar de denuncias que reflejan la mediocridad de la política oficial colombiana, en la cual los debates programáticos brillan por su ausencia e inexistencia, con el ridículo ejemplo de la negativa a concitar un debate nacional televisado entre los candidatos, recordándole al país que cualquiera que llegue a la Presidencia no variará significativamente el libreto. Sí, habrá matices, pero lo sustancial será idéntico, incluida la negociación de paz, la cual ya hace parte de una política de alto gobierno que no se podrá romper, aunque ello no niegue que en el manejo de la Mesa, en los tiempos y ritmos, sí brillarán particularidades, sobre todo intentando sacarle el mejor provecho a la negociación, es decir, buscando someter al contrario. La guerra sigue: esta es parte de la metodología impuesta por el actual gobierno en los diálogos en curso, desplegando todos los días en su potenciación lo mejor de la tecnología cibernética y el control de comunicaciones de punta, y con ellas las redes sociales, bajo seguimiento constante de las agencias oficiales o de mercenarios, como ahora surge a la luz pública.
 
De parte de los otros candidatos, sólo silencio y estupor, sin capacidad para romper el libreto impuesto, quedando como fichas de negociación para la anunciada segunda vuelta.
 
Aunque la política oficial, la institucionalizada, no ha servido para algo distinto que para concentrar riquezas y ahondar desigualdades sociales, ahora al menos es útil para recordarles a todos que estamos bajo sospecha, que sin excepción estamos fichados y seguidos, y que, sobre todo los movimientos sociales alternativos, no salen del ojo del ‘Gran Hermano’, que sabe qué hacer con ellos cuando lo considera necesario.
 
Siempre se ha dicho que “soldado avisado no muere en batalla”. Tomar lo anterior en cuenta por parte de los sectores alternativos es sustancial, no sólo para actuar y sobrevivir preservando la vida de todos sus integrantes, para protegerse, sino también para desplegar iniciativa e imaginación, y triunfar.
 
Editorial, periódico Desdeabajo Nº 202, mayo 15 – junio 15 de 2014
 
 
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