¿Quién le teme a la paz?
19/07/2012
- Opinión
Con una energía inusitada, la misma que les sirvió en el año 2004 para ser galardonados como Premio Nacional de Paz, la Guardia Indígena (GI), organización no armada a través de la cual el pueblo Nasa en el departamento de Cauca garantiza el control y orden dentro de su territorio, inició la minga por la recuperación y armonización de su territorio.
La minga tomó cuerpo el 12 de julio con el ascenso de no menos de 200 integrantes de la GI al cerro Berlín, donde “convivían” con los integrantes del ejército atrincherados en el mismo, y prosiguió el 14 con la expulsión del ejército de Monteredondo, al tiempo que hacían lo propio con la guerrilla en jurisdicción rural de Toribío, alcanzando atención nacional el 17 cuando ocuparon en su totalidad el cerro Berlín, territorio sagrado Nasa, desalojando del mismo a los saldados allí atrincherados.
Sin engaño ni violencia ni manipulación. La GI llegó al cerro con previo aviso difundido por los grandes medios de comunicación, nunca ocultaron su propósito –que el ejército desalojara el cerro–; realizaron tal demanda amparados en la autonomía que tienen como pueblo para ejercer control sobre sus territorios, pero también, como lo han sustentado, intentado garantizar su derecho a la vida.
La manipulación que los grandes medios oficiosos hicieron de esa acción el 18 de julio fue inmensa y sin ningún pudor. Una y otra vez vociferaron que “lo sucedido era inaceptable, ya que el ejército protege a todos…”, que “…los indígenas están infiltrados por la guerrilla”, que “…la forma como procedieron, violenta, desdice del pacifismo guardado hasta ahora por la guardia indígena…” (cargaron con los soldados, a los cuales se les solicitó un día antes que desalojaran el sitio), que “…todos (¡?!) los colombianos nos oponemos a ese proceder…”, que “…no se desató una masacre por la grandeza del ejército…”. En fin, opiniones –no información, como le corresponde a cualquier medio que se precie por su trabajo veraz. Mientras esto se decía, a las 5 a.m. del mismo día había sido asesinado por soldados, en territorio de Caldono, Eduar Fabián Guetio Bastos, comunero de 20 años.
Pero no se limitaron a esto, también intentaron desinformar importantes segmentos sociales al entrevistar y darle resonancia nacional a un dirigente de la Opic, organización paralela al Cric y la Acin, creada baja el gobierno y apoyo de Uribe, la cual dice no estar de acuerdo con la decisión tomada por las autoridades históricas del pueblo Nasa; al tiempo que ampliaban las declaraciones del mando del ejército nacional reduciendo el conflicto en marcha a un asunto de “…toneladas de cocaína que están represadas en el Cauca y que sus dueños necesitan sacar”. Sin duda, manipulación y desinformación.
Hay que romper el silencio y la pasividad. El rechazo a quienes utilizan los espacios de la población civil como campo de batalla, debe ser generalizado. Los bombardeos y los tiroteos que tienen lugar sobre las cabezas de la población indígena, son una agresión a personas que deberían tener estatus de protegidas. Las lecciones de solidaridad, organización, entereza y disponibilidad para solucionar numerosos y recurrentes impases por la vía del diálogo, son virtudes del pueblo Nasa, probadas hasta la saciedad. Pero ahora resulta, de acuerdo a los creadores de opinión y al gobernante de turno, que son violentos y antisociales. ¿Por qué se los quiere indisponer con el resto del país? ¿Más allá de la sedicente contención a las farc, se esconden otros intereses? ¿Estaremos nuevamente frente a un cuidadoso plan de desalojo estructural? ¿Se esconden resultados de prospectiva sobre el suelo de la zona? El pueblo colombiano en su totalidad debe estar atento a lo que allí suceda, porque el problema de los indígenas del Cauca es un problema de todos/as.
El origen
En el mar de desinformación que se encargaron de llenar los medios oficiosos, por ninguna parte se recurrió al origen de los hechos. Y no era difícil establecerlo ya que los mismos indígenas se han encargado de dejarlo claro: la decisión de exigir que los grupos armados –legales e ilegales– salgan de su territorio, se tomó luego de padecer en sus vidas diarias por la incapacidad del ejército para recuperar el orden público en su territorio, producto de lo cual –según el Consejo Regional Indígena de Cauca –CRIC–, en los últimos 18 meses han tenido que soportar 600 hechos violentos que dejaron 2.500 víctimas de la población civil, de ellas unas cien asesinadas. Toda una guerra de la cual sus principales víctimas son los no armados: población de distintos cabildos, habitantes de municipios como Toribío, Jambaló, Caloto, entre las zonas más atacadas por la guerrilla.
Pero, además, tal vez lo que llenó la tasa fueron los últimos combates librados dentro de la jurisdicción del municipio de Toribío en los cuales los bandos enfrentados se tomaron las casas de habitación de los lugareños para servirse de ellas como trincheras. Es decir, lo que los indígenas del Cauca procuran, demandan, exigen, es vivir en tranquilidad y para ello el requisito fundamental es que los ejércitos salgan de su territorio. De la mano de esta exigencia, la propuesta a todo el país de abordar, de inmediato, una negociación política que lleve a una paz duradera a todos los que vivimos en este país, desangrada por un conflicto armado de no menos de 50 años.
El ejemplo brindado por los indígenas del Cauca, no debe despertar tan sólo aplausos. Debemos acompañarlos y marchar hasta donde las organizaciones armadas se enfrentan, para decirles ¡basta!, no se trata de patrioterismo ni de legalidades, se trata de la vida. Un derecho conculcado a los colombianos desde siempre y que ha hecho de éste un país de desplazados. La diferencia de los Nasa con todos nosotros, es que sin armas confrontan a los armados, y que para ellos sin su tierra no hay vida. El terror no funciona con ellos, y eso los vuelve diferentes. Entendamos que si actuamos como ellos, les cerramos el espacio a los violentos, quienes tendrán que decirle sí a la salida política al conflicto. No es un reto fácil, pero quizá nunca como hoy, tenemos la oportunidad de dar un mensaje contundente de ¡siéntense ya a hablar que es un mandato del pueblo! Hoy hay una oportunidad para la paz, no la desaprovechemos.
Un reto que también recae sobre todos los movimientos sociales, enfrentados a una insuperada atomización e intereses particulares, que les impide trascender sus pequeñeces. Hoy deben responder a este reto y salir por todo el país, cargados de un programa de transición para la paz. Que la gente negada, expulsada, soñadora, flamee la bandera indígena y logre en conjunto abrir las puertas para el diálogo y la negociación política.
Por eso, al escuchar gritar y desinformar a los creadores de opinión apoltronados en la tranquilidad de Bogotá, de sus edificios, vidrios blindados, guardaespaldas, grandes sueldos, el interrogante que surge es: ¿quién(es) le teme(n) a la paz? ¿por qué le temen a la paz?
https://www.alainet.org/es/articulo/159699
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