El paraíso

26/06/2014
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Ilusionismo profundo. Es común en todo el mundo que los candidatos para algún puesto dentro del Estado oferten a sus posibles electores lo divino y lo profano. Ilusionan. Esta es una regla general; también la es que, una vez elegidos, terminen poniendo en marcha lo opuesto de lo ofrecido. Es esta la razón, por ejemplo, de la actual crisis de Hollande en Francia y sus antecesores socialistas, pero también explica la crisis de credibilidad de igual sector político en España y otros países, así como de la pérdida de confianza de la sociedad estadounidense con su actual presidente.
 
De esta regla nadie escapa, y la razón es sencilla: en el mundo actual, las agendas y los organismos supranacionales determinan las políticas locales. Más que los individuos o los grupos políticos, pesan las agendas globales, marcadas por los intereses del 1 por ciento. La enseñanza de esta constante es sencilla: mientras no tomen forma los bloques regionales y de poder que rompan con esta constante, no será factible desarrollar políticas de gobierno que de verdad favorezcan en todos los sentidos a las mayorías de una sociedad. Mientras no sea así, el presidente o jefe de Estado que trate de romper la regla general termina aislado, y en no pocas ocasiones satanizado.
 
Pese a ello, y abusando del acceso a grandes cadenas informativas, los candidatos ofrecen en sus campañas electorales lo que pueden y lo que –saben– no pueden cumplir. Y al tiempo que así actúan, también persisten en difundir la falacia de que sobre los hombros de un solo individuo recae la responsabilidad de la administración de un país. Con su proceder ocultan que en sus propuestas y su posterior gestión representan a grupos de poder, los cuales, una vez elegido su vocero de turno –candidato–, se afanan por asegurar el control de los hilos fundamentales del Estado a través del copamiento de ministerios, de la banca central, y otros organismos e institutos por donde corre la 'sangre' de la institucionalidad.
 
Los detalles nos dan luces. En el caso de Obama, su pertenencia a una minoría étnica, históricamente subordinada, se usó como mensaje de que en 'democracia' todos caben, y, en el caso de Hollande, la historia accidentada de un partido socialista, que fue marginado por mucho tiempo, pudo venderse subliminalmente como la existencia real de una alternativa a la salida de la crisis por fuera del pensamiento y la política ultraliberales. Los resultados son conocidos: el rápido desprestigio de la figura vendida en el marco de la política espectáculo, la frustración de la gente y la espera paciente de tiempos mejores.
 
En el caso colombiano, ¿en qué espacio mediático tuvo lugar la reelección de Santos? Sin lugar a dudas que en el tema de la paz, que fue en últimas lo que decidió su triunfo, pues unió a tirios y troyanos. El temor de un relanzamiento de la guerra interna y la alta posibilidad de iniciar conflictos serios con los vecinos terminaron por llevar a las urnas el voto de 'opinión' en las grandes ciudades, que, paradójicamente, son los espacios que menos sufren el conflicto, pero es allí donde existen mejores condiciones para poder pensar en temas que superen la inmediatez. Sin embargo, y sin pretender minimizar la importancia del fin de los enfrentamientos militares entre guerrilla y gobierno, debe ser claro que esto no significa, ni mucho menos, la eliminación de las contradicciones históricas que lo motivan. Los casos de Guatemala y El Salvador deben servir de ejemplos de que el fin de la guerra puede ser el comienzo de una frustración más: un final de los tiros sin superar la pobreza ni la miseria, exacerbando la violencia originada en la disputa por la propiedad por la vía del delito común.
 
Otros entornos. Las consecuencias del resultado electoral, en términos de confusión política, pueden ser igualmente contraproducentes, en el sentido que la autodenominada "izquierda democrática" desdibujó aún más su frontera con los partidos tradicionales, dificultando en mayor grado la distinción de sus propuestas de aquellas que defiende el establecimiento.
 
La ausencia de un discurso claro, enmarcado en las nuevas condiciones asumidas por la acumulación del capital y sus consecuencias en la geopolítica y la distribución del ingreso entre naciones y entre grupos sociales, ha llevado a la izquierda colombiana a asumir posiciones diferenciales cada vez más limitadas a los "valores morales", como no robarse el erario o combatir la evasión fiscal, para citar dos ejemplos, que son precondiciones del ejercicio de lo público y no pueden ser metas en sí. Hay que ir más allá. El fin de las opciones en el marco eleccionario obliga a repensar la política y el ejercicio del poder, en el sentido de que los movimientos sociales deben entender que la construcción de una nueva sociedad comienza en cada espacio particular, en el cual es obligatorio apropiarse de las condiciones que propician su existencia. Un movimiento verdaderamente desde abajo comienza por un profundo ejercicio de la autonomía y, paralelamente, un claro entendimiento de que hace parte de la totalidad.
 
Contradicción y reto. Las sociedades construidas desde arriba, donde una pequeña élite edifica una propuesta en la que supuestamente quedan incluidas las políticas para los subordinados, no son más que un desdibujamiento de la democracia, que por excelencia es colectiva. De ahí que, si de verdad los sectores dominantes por doquier aspiran a una oxigenación del sistema político, ellos debieran luchar por que las elecciones sean una confrontación de ideas entre grupos sociales y programas políticos claramente delineados. Volver al clasismo. Y no como hoy sucede, cuando los partidos con una supuesta pluralidad terminan gobernando a nombre de los de siempre; el resto, aquellas mayorías populares que logran enrolar entre sus filas, sirven para justificar una irreal participación democrática.
 
Sucede también en Colombia. En las elecciones para presidente, los dos candidatos que finalmente terminaron confrontados en segunda vuelta ofertaron de todo, en un despliegue del más burdo ilusionismo que termina por hipnotizar a millones de personas. Unos por convicción, otros por interés, muchos por conveniencia, y no pocos por manipulación, desinformación o analfabetismo político.
 
Los dos candidatos, otrora –ambos– ministros de Hacienda*, artífices por tanto de políticas económicas que han afectado en sumo grado a las mayorías de la sociedad colombiana, pero a más de ello, parte integral de colectividades políticas que han gobernando el país por siglos, favoreciendo a segmentos minoritarios, ofertaron durante su campaña proselitista:
ZuluagaRecuperar la seguridad democrática, llenar con cámaras de seguridad las ciudades, luchar contra el narcotráfico y la criminalidad, aumentar el salario de los soldados y policías, garantizar el acceso de todos los jóvenes a la educación superior, convertir a 1'150.000 colombianos en nuevos beneficiarios del programa del adulto mayor, establecer un subsidio de $ 130.000 para madres que cuiden hijos en discapacidad, y construir un hospital público en Bogotá sólo para mujeres y para niños menores de 10 años, entre otras ofertas.
 
SantosCrear 2'500.000 nuevos empleos, construir 1'200.000 viviendas más, facilitar el acceso laboral para mujeres mayores de 40 años, dedicar 8 billones de pesos para microempresas y 2,2 billones para mejorar escuelas en todo el país, crear el Ministerio de Seguridad para combatir la delincuencia, fortalecer la política nacional de convivencia y seguridad ciudadana, establecer leyes más duras para que los hampones no vuelvan a la calle, abolir el servicio militar obligatorio y firmar la paz con las farc en diciembre, etcétera.
 
La realización de estas promesas llevarían a la mayoría de connacionales al paraíso. Pero, si las detallamos, son de carácter puntual y no estructural, más allá de su posibilidad o imposibilidad en cuanto a disponibilidad de recursos pero que en lo esencial no tocan el núcleo del modelo socioeconómico imperante. De ahí que, sobre la 'gran' política, tan sólo el tema de la paz marcara diferencias en estas elecciones, pues el candidato del uribismo amenazó con barajar de nuevo. Lo demás queda diluido en generalidades que carecen realmente de sustento técnico y político porque, además, salvo el seguidismo y la obediencia ciega a los poderes del Norte, nuestras élites carecen de un proyecto político propio. En la izquierda también resalta la ausencia de originalidad.
 
Realidad constante. Nos negamos a entender que el mundo cambia aceleradamente. La ruptura del bipartidismo en las recientes elecciones para el parlamento europeo, como una de las consecuencias de la crisis económica, por abrumadoras votaciones a favor de facciones de la derecha (Francia o Inglaterra) o por grupos de izquierda (España y Grecia), es una alerta de que el llamado pensamiento único hace agua y es incapaz de responderles a las grandes mayorías, incluso en los países del centro capitalista.
 
Pensar profundamente en la identificación de lo local, entendiendo su interacción con el todo y autonomizar también el lenguaje y el discurso, son tareas urgentes de lo alternativo en Colombia, no para ponernos al día en las estrategias del engaño y el convencimiento sino para entender mejor un mundo cambiante e inestable, cuyos cuellos de botella amenazan con volverse explosivos. Quizá nunca más válida que hoy resulta la máxima de que las soluciones a lo que verdaderamente son problemas se caracterizan por ser inéditas, no por el prurito de la originalidad sino porque deshacer entuertos implica creatividad.
 
Abramos espacios a lo nuevo, no por nuevo sino por pertinente. Es hora de atrevernos.
 
* Juan Manuel Santos encabezó tal cartera de 2000 a 2002; Óscar Iván Zuluaga, de 2007 a 2010.
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