Refrescando la memoria

Bajo la sombra del hongo atómico

03/05/2009
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A

No son necesarias las efemérides para recordar hechos de nuestra historia. En el siglo pasado el ser humano ejecutó y vivió su creación más atroz. Relato de átomos, detonaciones y muerte.

Eran tiempos de beligerancia y muerte. El siglo XX y la humanidad eran protagonistas de la Segunda Guerra Mundial (SGM), el conflicto más sangriento de todos los tiempos. Los “Aliados” con Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética como referentes, disputaban una gran batalla contra el “Eje” con Alemania, Italia y Japón a la cabeza. Una conflagración cimentada en intereses de las grandes potencias.

La guerra había estallado en 1939, para principios de 1945 los “Aliados” ya habían derrotado al “Eje”. La Italia de Mussolini estaba derrotada, la Alemania de Hitler estaba derrotada y destruida. Sólo quedaba Japón, que también ya estaba derrotado, pero Estados Unidos -el verdadero ganador de la Segunda Guerra Mundial- tenía que anunciar al mundo su irrupción como la nueva potencia regente del planeta.
Hiroshima: el lugar elegido para ser el infierno

Lunes 16 de agosto de 1945, el cielo del Pacífico observa volar a tres pájaros de hierro. Es la escuadrilla 509 de bombarderos de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Son tres, son los B-29 Enola Gay, Great Artist y el entonces aún sin nombre Necessary Evil Nº 91. Despegaron de la isla de Tinian a las 2:15 (hora japonesa) y sus picos se enfilaron a Iwo Jima. Desde allí partirían al lugar donde sería el infierno sobre la tierra. Uno de esos tres pájaros auspiciará como cigüeña y madre de una cruel paradoja. Lleva en su vientre un ser, pero este no lleva el mensaje de la vida, lleva el mensaje de la muerte.

Enola Gay de Gordon Thomas -la humana- es madre del piloto Paul Tibbets y este bautizó a su bombardero con su nombre. Enola Gay -la máquina- es madre de Little Boy. Ironía letal si es que las hay, ambas son madres de dos criaturas de distinta especie, pero con un mismo propósito.

Little Boy (Pequeño muchacho), es una bomba, pero no cualquier bomba, es una bomba atómica y tendrá el privilegio de ser utilizado por primera vez sobre seres humanos. Little es de color verde oliva, su figura es alargada y achatada (similar a las otras bombas), pero eso sí, es un poco más gordinflón, pesa unas cuatro toneladas.

El diseño de Little nunca fue probado. Su abuela Trinity (Trinidad) es la única prueba anterior de un arma nuclear. Ella era de plutonio, mientras que él es de uranio. Un riesgo valeroso para los tripulantes del Enola Gay, viajar con una bomba con efectos desconocidos. Todo sea por salvar al mundo de la barbarie nipona.

La misión encomendada es clara, el objetivo primordial es la ciudad japonesa de Hiroshima. Sin embargo, si su cielo no estuviese libre de nubes, la lista de condenadas seguía con Nagasaki, Kokura o Niigata, la que mejores condiciones meteorológicas ofreciera. Todo sea por tener un mejor registro de los efectos de la bomba. El espectáculo tenía que ser de primera.

Otro pájaro de hierro, el avión meteorológico Straight Flush, comandado por Claude Eatherly avisó que Hiroshima estaba cubierta por nubes. Sin embargo, era visible a través de un hueco con una claridad de 16 km de diámetro. En una cruel timba, la suerte estaba echada. El Straigth Flush recomendó el objetivo y se retiró de la escena. Tibbets recibió el mensaje y le dijo a su tripulación: “Es Hiroshima”. Segundos después, llamó a Tinian y comunicó en clave: “Primario”.

Desde el norte, el Enola Gay se acercó para realizar el parto nuclear sobre Hiroshima. Tibbets oficiaría de partero. A las 8:10 a 9.450 metros de altura las compuertas se abrieron y un zumbido de advertencia recorrió la cabina. La tripulación se colocó sus gafas oscuras, tal cual se les había instruido (ya se dijo, los riesgos eran desconocidos).

En ese mismo instante, abajo en la tierra, en Hiroshima, un día más empezaba para sus habitantes. Eso si, nadie los instruyó para la llegada de Little. Es más, nadie les avisó. Su suerte fue jugada en un juego mortal que ninguno de ellos participó.

Un niño se dirige apurado a la escuela. Una madre con su bebé en brazos prepara la lista de los quehaceres del hogar. Un hombre empieza una nueva jornada de trabajo. Un anciano riega las plantas de su jardín. Unos obreros prenden la radio de todas las mañanas. La ciudad va tomando su movimiento habitual. Ninguno de sus 450.000 habitantes sabe de lo que está por llegar. Ninguno sabe que tienen boletos de cortesía para conocer el infierno.

A las 8:15:17, Tibbets el partero, aprieta el gatillo. El Enola Gay deja caer a su Little Boy dando inicio al parto mortal y en un brusco giro de 150 grados se aleja por el noroeste a toda velocidad dejando atrás la ciudad. El puente en forma de T sobre el río Ota es la ruta marcada. Little va cayendo haciendo un ruido agudo y silbante que no es percibido desde tierra. Para aumentar su alcance letal, fue programado para iniciar la reacción nuclear a unos 640 metros de altura.

A la altura programada, a las 8:16:15 (según los escombros de Hiroshima, los relojes estaban parados a esa hora), Little estalla sobre el cielo y su magnitud explosiva es de 20.000 toneladas de TNT. La procreación de Little llevará el infierno a Hiroshima.

Un segundo que se transformó en eterno. A las 16 milésimas de segundos una bola de fuego asciende y poco a poco se va agrandando hasta ser inmensa. Su color es blanco, radiante, intenso, hermoso y rutilante. Su temperatura es infernal, es de 50 millones de grados.

A las 25 milésimas de segundos, la esfera atómica alcanzó un diámetro de 300 metros. Su ardor vaporizó instantáneamente a todas las personas que circulaban debajo del estallido. La onda expansiva inicial provocada por el grito de Little fue de varias ton/cm2. Su calor atroz y su presión instantánea vaporizaron a más de 80.000 personas. De muchos de ellos, solo quedaron sus sombras sobre el cemento vitrificado, como si fueran testigos y sobrevivientes inertes que quedaron.

Little, trasformado en una insaciable bola del averno, a las 60 milésimas de segundo se expande incinerando todo a su alrededor. Son más de 500 metros de radio que carbonizan con su radiación infrarroja todo ser a 1,5 km del hipocentro.

Pasaron 2 segundos de la detonación de Little, es el turno de su onda expansiva comprimida, su nombre es “soplo de la explosión”, y esta destruye todo alrededor de 2,5 km de distancia con vientos de 800 km/h. Su hambre, también incinera a quienes se encontraban en ese sector. La bola de fuego quiere seguir ascendiendo, el infierno quiere llegar al cielo. Miles de m3 de oxígeno se consumen, las corrientes ascendentes crean una columna de vacío que succiona contravientos hacia el hipocentro. El olor a plomo inunda el aire, el olor a muerte impregna Hiroshima.

A lo lejos, a 20 km de distancia del infierno sobre la tierra, algunos ven como el hongo atómico se eleva silencioso, armonioso e imponente. Ellos no lo pueden escuchar, lo harán minutos después, el sonido se mueve a 340, 46 m/s.

Todo el daño está consumado, 5 segundos después de la explosión de Little, Hiroshima era el infierno sobre la tierra. El área inmediatamente afectada es de 5 km² densamente poblados. Sin embargo, el hambre mortal radioactivo se expandirá a más de 10 km del punto cero.

Dicen que el diablo cuando era un arcángel se llamaba Luzbel (por la hermosa luz radiante que poseía). Dicen que el diablo ahora gobierna el infierno. Dicen que el diablo es el dueño del mundo. No se sabe a ciencia cierta si eso será así. Pero esa mañana, Luzbel dejó su sello en Hiroshima. E Hiroshima se transformó en el infierno. Enola Gay, Tibbets, Little Boy y Luzbel fueron los cuatro jinetes del Apocalipsis.

Y esa luz no trajo vida. Trajo muerte, caos y destrucción. La mano humana -una vez más- cambió el mensaje natural. La tierra tragó polvo, polvo que quedó de los habitantes de Hiroshima. En el área devastada solo quedaban fantasmas con sombra.

Miles y miles de rostros desaparecieron de la faz de la tierra. Miles y miles de cuerpos y cuerpitos fueron pulverizados.

Algunos minutos después, el hongo atómico está elevado a 13 km de altura. Entonces, ese hongo atómico que se tragó a Hiroshima lo vomita en una lluvia negra. Esas lágrimas oscuras traen carboncillo condensado de todo el material orgánico quemado (si, entre ellos las víctimas humanas). También traen los restos de material radioactivo de la bola de humo en la que se convirtió Little.

Pasaron dos horas del parto nuclear. El resultado: 120.000 personas muertas y 70.000 gravemente heridas. El 80 por ciento de la ciudad de Hiroshima había desaparecido.

La sentencia de cada gota negrusca que produjo la fisión nuclear, sería conocida a futuro. Días después muchas víctimas tuvieron anemia, espasmos y convulsiones de origen hasta entonces desconocido.

El genocidio más rápido y eficaz estuvo en Hiroshima. El juicio final sentenció a esa ciudad, a esas personas, a esa tierra. El juez no fue Dios o alguna otra divinidad, no. Ni tampoco la naturaleza. Fue Harry Truman, presidente de Estados Unidos, un humano, un mortal como todos los humanos mortales que murieron esa mañana.

Tres días después, el 9 de agosto, la ciudad de Nagasaki –hermana de Hiroshima en su desgracia- tuvo la misma sentencia. El bombardero B-29 apodado "Bock’s Car" (literalmente el “coche de Bock”, pero fonéticamente igual a box car, “vagón de mercancía cerrada”) dejó caer sobre su centro la segunda bomba atómica “Fat Man” (hombre gordo). La ciudad quedó igualmente destruida, 75.000 personas murieron en el segundo infierno.

Hiroshima: el lugar elegido para el renacer

Tiempo después, al acabar la guerra Hiroshima renació de sus cenizas. Hiroshima tuvo su segunda oportunidad ¿Qué sería de los buenos seres humanos sin las segundas oportunidades? Ellos mismos se dieron una segunda oportunidad y se la dieron también al mundo entero.

En un nuevo parto, cargado de valor y esperanza se empezó la reconstrucción de la ciudad. Al principio, se tenía la idea de que la naturaleza no volvería a nacer allí. Pero esa naturaleza, en conjunción armoniosa con los seres humanos, trajo una sorpresa.

Así, al cabo de un solo año, con la venida de la primavera, tres árboles que fueron dados por muertos comenzaron a brotar. Árboles cargados con magia, árboles que dispersaron la semilla de coraje y esperanza a un pueblo que conoció y pudo sobrevivir al infierno.

Maravilla de la naturaleza, maravilla para la humanidad. Esos árboles, a los que se nombraron Fénix, aun por estos días siguen dando semillas que se van repartiendo por el planeta entero.

Oasis sobre la tierra. Hiroshima volvió a vivir. La sombra del hongo atómico no pudo con el vigor y la fuerza de los habitantes que sobrevivieron a las tinieblas. Little Boy -un producto humano- les quitó amigos, familiares, casas y una forma de vida. La segunda oportunidad -un instinto (o condición) humano- les otorgó la posibilidad de reconstruir a Hiroshima y su memoria.

Jactanciosa actitud, los árboles Fénix son parte del Hiroshima Peace Memorial Park, junto a un museo y un amplio parque que recuerda el trágico episodio. Allí, en el centro del parque, una llama de fuego se muestra flamante. Desde 1964 está ardiendo sin parar y lo seguirá haciendo hasta que todas las bombas nucleares de nuestro planeta sean destruidas y se elimine la amenaza de aniquilación nuclear.

Emblema de la esperanza, ¿utopía inalcanzable? No importa. La semilla está plantada y la plantaron los mismos que sufrieron el fuego atómico. Estos jardineros de ese anhelo otorgan un ejemplo de vida al resto de la humanidad.

Sobrevivir, perdurar, resistir, renacer: ¿qué sería de los seres humanos sin esos valores, sin esas motivaciones, sin esa esencia?

Imborrable es el recuerdo del infierno, pero también es imborrable el emblema del renacer. A un costado del Hiroshima Peace Memorial, aún se mantienen en pie los escombros de la cúpula de Gembaku, el único edificio que se mantuvo en pie tras el parto nuclear. Allí, en ese mismo lugar, permanecerá para recordar al mundo y su memoria que estos terribles episodios de nuestra historia no deben ser olvidados.

- Juan Alfaro desde la Redacción de APM

Fuente: APM | Agencia Periodística del Mercosur | www.prensamercosur.com.ar

Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.

https://www.alainet.org/es/articulo/133583
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS