Estratégica derrota política y diplomática de Washington

Amplísima coalición mundial detuvo el ataque de Obama a Siria

06/10/2013
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Revés: por primera vez Washington debió ceder un par de horas antes de iniciar una guerra. Si el Departamento de Estado finalmente ataca a Siria, no podrá de todos modos ocultar un estado de vulnerabilidad política inédita. La parcialidad con la que la ONU difundió su investigación sobre armas químicas fue insuficiente para legitimar la acción militar. En la pulseada se revela la redefinición de las relaciones de fuerza globales. La exitosa estrategia de Rusia, que incluye la presentación de pruebas que dan por tierra las acusaciones contra Bashar al Assad, intenta frenar además una ofensiva armada contra Irán.
 
La invasión militar a Siria se detuvo en el mismo momento en que debía comenzar. Hubiese bastado que un primer misil impactara para que estalle una nueva guerra de rápida extensión a la región. La consolidación de hecho de un frente antiguerra, la estrategia política de Rusia y las debilidades propias del agresor impidieron una tragedia de dimensiones inmensurables. La oposición armada siria no tendrá chances de un triunfo militar sin nueva ayuda exterior, en momentos en que Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Arabia Saudita, Turquía, Qatar y Jordania admiten que sus armas cayeron en manos de terroristas y mercenarios. Si Damasco entrega su arsenal químico evidenciará una derrota estadounidense inédita. No obstante, la maquinaria militar de Washington y las urgencias de fortalecer su debilitado rol global impiden cerrar las puertas a un ataque. La Casa Blanca responderá cada traspié con nuevas agresiones.
 
La Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (Opaq) confirmó que el gobierno sirio comenzó a facilitar información sobre su arsenal y que pidió adherirse a la Convención sobre las Armas Químicas. El anuncio se conoció un mes después de los ataques del 21 de agosto en las afueras de Damasco, que Estados Unidos atribuye al régimen de Bashar al Assad. La implacable ofensiva propagandística decreció a medida que se conocían pruebas que incriminan a terroristas y mercenarios en la masacre. A fines de septiembre, Rusia ofreció a la ONU pruebas de que se utilizó el mismo gas sarín de fabricación casera que en el ataque químico que el 19 de marzo provocó al menos 25 muertos y que el Consejo de Seguridad desoyó.
 
Siria entregó a la Opaq “información inicial” que comenzó a ser estudiada por los expertos de esta organización. Los resultados serán puestos a consideración de los 41 Estados del Consejo Ejecutivo para que acepten o rechacen la propuesta de Estados Unidos y Rusia para eliminar el arsenal químico de Siria. Ese documento será, a su vez, la base sobre la que debe discutir el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
 
El plan fue acordado el 14 de septiembre por Rusia y Estados Unidos, tras los acuerdos alcanzados previamente entre Moscú y Damasco. El compromiso sirio incluye mostrar “un inventario completo de sus armas químicas, instalaciones de producción y materiales relacionados”. La primera inspección se realizará en noviembre, mes en el que deberán destruirse equipos de producción de gases químicos. La eliminación completa del material bélico debiera estar terminada en la primera mitad del próximo año.
 
Extrañas lecturas
 
Apenas firmado el acuerdo entre Rusia y Estados Unidos, la ONU difundió su informe en el que confirma la utilización de gas sarín “contra civiles, incluidos menores de edad, a una escala relativamente grande”. Como estaba previsto, el documento no incrimina a nadie en particular y se refiere especialmente a los ataques del 21 de agosto cerca de Damasco. Pero ningún dato sobre la existencia de armas químicas es nuevo. Las reacciones expresadas por Washington y sus aliados y por el propio secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, parecieron hacer olvidar que las primeras denuncias sobre lo que sucedía en Siria datan, al menos, de comienzos de este año.
 
Para el secretario general de la ONU “los resultados son indiscutibles y abrumadores. Los hechos hablan por sí solos”. El 16 de septiembre evaluó ante el Consejo de Seguridad que “el uso de armas químicas en Siria es sólo la punta del iceberg”. Urgió al Consejo de Seguridad a tomar una “resolución fuerte que prevea consecuencias serias” y sugirió que los tribunales internacionales podrían investigar estas violaciones.
 
La utilización capciosa del informe de la comisión de Naciones Unidas fue visiblemente aprovechada por Washington y sus aliados. “La ONU añade aún más pruebas a lo que ya hemos concluido: que el régimen sirio usó gas sarín a gran escala el pasado 21 de agosto en los suburbios de Damasco”, dijo la asesora de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, Susan Rice. Después de informar que “Estados Unidos sigue listo para actuar”, interpretó que “sólo el gobierno sirio tenía la capacidad de llevar a cabo un ataque de esta manera”.
 
Para el ministro de Relaciones Exteriores de Francia, Laurent Fabius, “el informe demuestra la responsabilidad del régimen de Bashar al Assad en el ataque químico del pasado 21 de agosto. Es claramente incriminatorio”. Mientras, el primer ministro británico, David Cameron, apoyó la tesis aunque desde la retaguardia luego de que a fines de agosto y por primera vez en al menos 50 años la Cámara de los Comunes rechazara la participación británica en una guerra.
 
El 18 de septiembre el secretario de Estado de los Estados Unidos, John Kerry, dijo que “el informe elaborado por las Naciones Unidas es contundente al demostrar la responsabilidad del gobierno sirio en el uso de armas químicas contra la población civil”. Detrás se estacionaron los pocos socios que Washington tenía para entonces.
 
La estrategia imperial se quedaba sin argumentos sólidos. Barack Obama trató de disimular el fracaso de su ofensiva y sostuvo que el acuerdo de destrucción de armas químicas surgió “a raíz de la amenaza creíble de una acción militar por parte de Estados Unidos”. Toda una doctrina de política exterior. Pero el canciller ruso reveló que la idea de destruir las armas “no comenzó en San Petesburgo sino en la anterior cumbre del G-20, en noviembre pasado, en México”. Relató que allí Washington y Moscú “expresaron su gran preocupación acerca de que la gente equivocada se hiciera con las armas químicas que tenía Siria en el contexto de una guerra civil que se estaba haciendo cada día más violenta”.
 
Oídos sordos
 
Mientras Rusia y Siria se comprometían a garantizar los acuerdos de destrucción de arsenales químicos, los gobiernos de ambos países comenzaron a difundir pruebas de que este tipo de armas fueron empleadas por los llamados “rebeldes”, grupos heterogéneos unidos solamente por el objetivo de descabezar al régimen sirio y por su reputación sanguinaria de mercenarios o terroristas.
 
Moscú denunció que Naciones Unidas presentó un informe “parcial, unilateral, selectivo e incompleto”. Durante una visita a Damasco, a mediados de septiembre, el vicecanciller ruso, Serguéi Riabkov, acusó a los inspectores de la ONU que visitaron el país árabe de ignorar otros tres presuntos ataques de la oposición con sustancias tóxicas los días 22, 24 y 25 de agosto. Y explicó que el gobierno de Siria le entregó pruebas sobre la responsabilidad de los “rebeldes” en el ataque con gas sarín el 21 de agosto en Ghuta.
 
Moscú insiste en que los grupos armados buscaron provocar una intervención militar internacional que revirtiera la derrota segura en el terreno. “Hay que establecer la verdad y eso será un test para el Consejo de Seguridad de la ONU”, explicó el canciller ruso, Serguéi Lavrov.
 
Hasta la organización Médicos sin Frontera (MSF) cuestionó a “los gobiernos de Estados Unidos y de otros países” por utilizar un informe difundido del 24 de agosto. Advirtió que “su información médica no puede ser utilizada como una prueba para certificar el origen preciso de la exposición a un agente neurotóxico, ni para atribuir la responsabilidad del suceso”. Esta organización “se niega a que su comunicado sea usado para sustituir la investigación o justificar una acción militar”.
 
El informe sobre el uso de armas químicas ocultó nuevos detalles sobre la crueldad de una guerra alimentada desde el exterior que, en algo más de dos años, provocó cien mil muertos, cientos de miles de heridos y refugiados. El 16 de septiembre, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU (CDN, que en 2011 creó la comisión especial para analizar el caso de Siria) reveló el “aumento significativo” de crímenes cometidos por grupos opositores extremistas y combatientes extranjeros que ingresaron al país árabe.
 
El presidente de la comisión, el brasileño Sergio Pinheiro, reveló que “brigadas enteras están ahora formadas por combatientes que han ingresado en Siria, con los Al-Muhajireen como los más activos”. Se refería a uno de los tantos grupos yihadistas incorporados a la organización extremista “Estado Islámico de Irak y el Levante”. Esta misma comisión confirmó que una de sus inspectoras ha recibido una propuesta del gobierno sirio para visitar ese país. Se trata de la jurista suiza Carla del Ponte, ex fiscal de los tribunales penales internacionales para Ruanda y la antigua Yugoslavia, quien por el momento desistió de la invitación por considerar que “era preferible invitar a todos los miembros del grupo, al menos también al presidente”. Pinheiro también había recibido varias invitaciones personales de Siria, una de las cuales aceptó, en junio del año pasado.
 
Carla del Ponte había advertido en mayo pasado que los rebeldes sirios estaban utilizando armas químicas. “Disponemos de testimonios sobre la utilización de armas químicas en particular de gas sarín. No por parte del Gobierno, sino de los opositores”, señaló en aquel momento. “Existen sospechas fuertes y concretas, pero todavía no hay pruebas incontestables”, alertó. Desde entonces Estados Unidos y sus aliados intensificaron las denuncias contra el régimen sirio.
 
Esta misma comisión también había informado anteriormente que los rebeldes tenían el apoyo de combatientes procedentes de más de una decena de países (mencionaba principalmente a Afganistán y la república rusa de Chechenia). También confirmaron la participación del Frente al-Nusra, grupo terrorista vinculado a Al Qaeda, que el 16 de septiembre reconoció masacres contra miembros de la minoría alauita en la provincia de Homs, en el centro de Siria.
 
Al-Nusra confesó atentados y masacres contra minorías religiosas en nombre de la sharia, interpretación ortodoxa del Islam.
 
Amigos enemigos
 
El presidente de Francia admitió que las armas suministradas a grupos “rebeldes” terminaron en manos de mercenarios y terroristas. “Deseo que Al Assad se marche, pero no se trata de ayudar a los mismos que hemos combatido en Malí o en Libia”, dijo. Anunció que “un número de países” enviará armamento “de forma controlada, porque no podemos aceptar que estas armas caigan en manos de los ‘yihadistas’” y para garantizar que “realmente lleguen al Ejército Libre Sirio (ELS), que reconocemos como legítimo representante del pueblo sirio”. Hollande acababa de reunirse con funcionarios de Arabia Saudí y Qatar, países que también entregan ayuda militar a los rebeldes sirios.
 
Poco queda del Consejo Nacional Sirio (CNS), aquella primera fachada creada en octubre de 2011 por Washington y sus aliados para canalizar las acciones de desestabilización de Al Assad. El instituto británico IHS Jane’s estimó recientemente que casi la mitad de las cerca de 100 mil personas que integran la llamaba “oposición armada” en Siria son islamistas radicales. Se estima que muchos de ellos se formaron en Irak tras la invasión de Estados Unidos en 2003.
 
Alimentados con armas del imperio, los grupos radicales islamistas se han enfrentado en los últimos meses con otros grupos armados (a los que occidente identifica como “moderados”), como el llamado Ejército Libre Sirio que a su vez tiene desertores e integrantes radicales.
 
La penetración islamista en el Consejo Nacional Sirio y los fracasos en el terreno hicieron que se creara en noviembre de 2012 la Coalición Nacional de las Fuerzas Revolucionarias y de Oposición Sirias (Cnfros). La nueva organización fue legitimada por Estados Unidos, la Unión Europea y la Liga Árabe pero no es reconocida por la oposición política que plantea una salida negociada con Al Assad ni por las organizaciones islamistas como el Frente Al-Nusra.
 
Las treguas entre “moderados” y “radicales” son esporádicas y las batallas internas vuelven a surgir aún pese a que las fuerzas regulares sirias (el enemigo que los unió en el inicio de la guerra) se hacen más fuertes en el terreno. La Coalición Nacional Siria, oposición política al Gobierno, admitió que los islamistas ya no luchan contra el régimen sino “por reforzar sus posiciones en zonas liberadas”.
 
Entre junio y septiembre fue desarticulada una organización terrorista vinculada a Al Qaeda dedicada a reclutar y enviar yihadistas a Siria. Voceros del gobierno español señalaron que la red operaba desde Ceuta (España) y Fnideq (Marruecos) para captar, adoctrinar y facilitar el traslado de decenas de activistas a campos de entrenamiento y zonas de combate en Siria. Los países proveedores de armas a los “rebeldes” sirios tardarán en admitir lo que señalan los informes de la ONU desde los primeros meses del año: intensificación de las masacres de civiles y utilización de armas químicas.
 
Crisis en casa
 
Dificultades en el terreno sirio, armas en poder de Al Qaeda, mentiras infantiles de Washington, crisis financiera y económica sin precedentes y las propias disputas entre sectores de la burguesía estadounidense (repartidas transversalmente tanto entre republicanos como entre demócratas) encendieron luces de alerta ante la inminente acción militar en Siria.
 
Esta nueva escalada guerrerista no logra hacer pie en territorio estadounidense. Diversos sondeos realizados en agosto y septiembre coinciden en que la población está preocupada por la situación económica y por los controles del Estado a sus derechos individuales como consecuencia del espionaje.
 
Los recortes fiscales devoran derechos de salud y servicios sociales a las poblaciones más vulnerables como los vales que alimentan a uno de cada tres niños (el Congreso aprobó una reducción de 40 mil millones de dólares). Cerca de 50 millones de estadounidenses están debajo de la línea de pobreza, algo más del 16% de la población del país.
 
Las voces sordas de Obama y su línea de secretarios intentan mostrar una realidad cada vez más inverosímil. El 9 de septiembre el jefe de Gabinete de la Casa Blanca, Dennis McDonough, admitió que Washington carece de una “evidencia irrefutable que esté más allá de toda duda razonable”, para convencer a los estadounidenses sobre la necesidad de una intervención militar en Siria. “La prueba del sentido común (sic) dice que Al Assad es responsable de esto y debemos obligarlo a rendir cuentas”, señaló.
 
Obama no pudo romper el temor de representantes y senadores de un Congreso que tiene menos del 20% de imagen positiva. El máximo logro político lo alcanzó cuando el comité de Relaciones Exteriores del Senado aprobó por un estrecho margen una acción militar que no debía extenderse por 90 días ni implicar el despliegue de tropas estadounidenses sobre el terreno.
 
“Somos Estados Unidos. No podemos hacer la vista gorda a las imágenes como las que hemos visto salir de Siria. Más que ningún otro país en la Tierra, tenemos la responsabilidad de defender nuestros valores”, alegó Obama apenas regresado del G-20.
 
Un video que mostraba la ejecución de siete soldados sirios capturados por terroristas armados por las grandes potencias hizo un flaco favor a los intentos del presidente por convencer al mundo de las bondades de descabezar al régimen sirio.
 
El 10 de septiembre el secretario de Estado Kerry dijo en el Congreso que “no hay solución política mientras siga Al Assad” y reiteró que el plan “no es una misión militar de largo alcance”. Pero 14 días más tarde, Obama dijo en la Asamblea General de la ONU: “No creo que una acción militar lleve a la paz duradera en Siria”. En Washington se olía la derrota.
 
- Adrián Fernández desde Buenos Aires
 
 
Desplazamientos en la ONU
 
Un nuevo mapa geopolítico mundial quedó esbozado en la 68ª Asamblea General de Naciones Unidas. En su sede de Nueva York (sitio puesto en cuestión cada día con más fuerza) quedó plasmada en la última semana de septiembre una relación de fuerzas en extremo negativa para Estados Unidos. En el hemisferio resaltó el choque público entre Washington y Brasilia, relación clave para los estrategas del Departamento de Estado. Eso no implica alineamientos permanentes ni existencia de un acuerdo antimperialista capaz de establecer un nuevo equilibrio estable para un planeta que volvió a caminar al borde del abismo de una guerra nuclear. Pero deja atrás, probada y definitivamente, la hegemonía inapelable de Washington.
 
Con Vladimir Putin como gestor de ese nuevo cuadro de situación, se evitó por el momento el ataque a Siria y se abrió una instancia nueva de negociación con Irán. Quedó así margen temporal para la hasta ahora insustancial negociación de paz entre Israel y Palestina. Barack Obama trató de ocultar el paso atrás de la gran potencia atribuyendo a su amenaza el compromiso sirio de acabar con el arsenal de armas químicas (antes la CIA empujó a los mercenarios en Siria a usar gas sarín contra la población civil). Camufló la derrota política ante Irán al condicionar la negociación diplomática a la búsqueda de “una relación diferente, basada en intereses mutuos y mutuo respeto”. No por eso dejó de exigir la renuncia de Bashar al Assad. Y concluyó su zigzagueo con un concepto inequívoco, al afirmar en voz alta que está dispuesto a utilizar “todos los elementos de nuestro poder, incluso la fuerza militar” para defender los intereses imperialistas en cualquier parte del mundo.
 
Bravuconadas de pandillero asustado. Pero pertrechado con armas de destrucción masiva. Resolución, vacilación u oposición a hacer lo necesario para detenerlo, son las actitudes que trazan las líneas divisorias en esta coyuntura histórica. L.B.
 
 
La alianza de San Petesburgo
 
La reunión del G-20 en San Petesburgo estaba llamada a ser el ámbito en el que Estados Unidos comenzaría a perder su batalla por Siria. Barack Obama llegó con su anuncio (48 horas antes) de atacar a la república árabe. Sin esperar resoluciones ni pronunciamientos de la ONU, prometió una blitzkrieg (“guerra relámpago”) parafraseando a los nazis. “Será una guerra quirúrgica”, anticipó. Precedidos por una apática reunión de Unasur en Surinam –a la que no asistió Cristina Fernández de Kirchner, Argentina y Brasil, junto con México, llegaron al G-20 con la posibilidad en sus manos de frenar la guerra si establecían una alianza clara y sin fisuras con China y Rusia, haciéndose eco de un rechazo mundial con pocos antecedentes en la historia reciente.
 
Sobre el final de la cumbre se reunieron Obama y Putin. El presidente ruso no ocultó públicamente lo que le dijo unos minutos antes a su colega estadounidense: “si hay un ataque, ayudaremos a Siria”. Admitió que “ya estamos ayudando (a Siria). Suministramos armas y cooperamos en el terreno económico. Habrá más cooperación en el ámbito humanitario porque la población civil está en una situación muy difícil”. Un día antes, según una fuente militar citada por la agencia Interfax, Moscú había despachado el cuarto barco de guerra hacia las costas sirias tras embarcar una “carga especial” en un puerto del mar Negro. Putin lanzó su tesis de que el ataque provocaría una guerra regional: “el uso de la fuerza contra un país soberano sólo es posible en defensa propia y con la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU. Quienes lo hacen (de manera diferente) se sitúan al margen de la ley”. Prometió seguir dialogando con Estados Unidos y vislumbró una pequeña ventana para una salida “que será siempre pacífica”, luego concretada con el acuerdo de eliminación de las armas químicas.
 
En una entrevista a la agencia de noticias estadounidense Associated Press (AP), Putin pidió que “si alguien tiene información sobre la aplicación de armas químicas por parte del ejército regular tiene que entregar esas evidencias al Consejo de Seguridad de la ONU y a los inspectores. Y deben ser contundentes. No deben basarse en rumores, o en información recibida por los servicios especiales, como resultado de haber escuchado en secreto algunas conversaciones”. Enfatizó que las imágenes de los niños asesinados, supuestamente como resultado de este ataque químico, “no dan respuestas a estas preguntas: ¿qué fue lo que pasó y quién tiene la culpa?” En la misma conferencia de prensa con la que cerró la reunión del G-20, Putin contabilizó apenas cinco gobiernos entre los que apoyan una acción militar contra Siria: Francia, Canadá, Turquía, Arabia Saudita y Gran Bretaña (aunque condicionada por el rechazo del Parlamento). Por el contrario, resumió, Rusia, China, India, Indonesia Argentina, Brasil, Suráfrica e Italia están contra la guerra de manera categórica. Y Alemania “actúa con mucha cautela (porque) no tiene intención de participar en ninguna acción militar”. En efecto, el eje de los países del llamado Brics (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica), más la Unión Europea (UE) y Argentina apoyaron la posición de Moscú y rechazaron cualquier intento militarista. Cada uno de los 26 líderes que asistió al G-20 recibió una carta del papa Francisco en la que denunciaba los intereses que se esconden detrás de la guerra. Pidió “dejar de lado la búsqueda inútil de una solución militar”. Ni siquiera la ONU ni la complicidad de la Liga Árabe acompañaron al presidente de los Estados Unidos. Para entonces, la UE había decido como bloque no respaldar acciones militares al menos hasta no tener certezas de las responsabilidades del régimen sirio. Los números de Obama indicaban el respaldo de 10 países: Australia, Canadá, Francia, Italia, Japón, Corea del Sur, Arabia Saudita, España, Turquía y Gran Bretaña. Pero cuando el avión del Nobel de la Paz despegó hacia Washington la estrategia imperialista estaba herida; habría que pensar en una salida elegante ante el histórico fracaso.
 
 
Carta de Putin al pueblo estadounidense
 
El 11 de septiembre el presidente de Rusia, Vladimir Putin, publicó un artículo de opinión en el diario The New York Times titulado Una llamada a la cautela desde Rusia. Allí señala que “hay más que suficientes combatientes de Al Qaeda y extremistas de todas las tendencias que luchan contra el Gobierno (sirio). El Departamento de Estado de Estados Unidos ha tachado al Frente Nusra y al (grupo extremista) Estado Islámico de Irak y el Levante, que luchan contra la oposición, como organizaciones terroristas”. “Este conflicto interno, alimentado por las armas extranjeras suministradas a la oposición es uno de los más sangrientos del mundo. Los mercenarios de los países árabes que luchan allí y cientos de milicianos de países occidentales e incluso de Rusia son para nosotros un motivo de profunda preocupación. ¿No volverán ellos a nuestros países con la experiencia adquirida en Siria? Después de todo, después de los combates en Libia, los extremistas se trasladaron a Malí. Esto nos amenaza a todos”, agregó.
 
Putin consideró “alarmante que la intervención militar en los conflictos internos en el extranjero se haya convertido en algo común para Estados Unidos. ¿Será el interés de Estados Unidos a largo plazo? Lo dudo. Millones de personas en todo el mundo ven más y más a Estados Unidos no como un modelo de democracia, sino que ven que confía únicamente en la fuerza bruta, formando coaliciones bajo el lema ‘o estás con nosotros o contra nosotros’”. Recordó que “la fuerza ha demostrado ser ineficaz e inútil. Afganistán está sufriendo y nadie puede decir qué va a pasar después de que se retiren las fuerzas internacionales. Libia está dividida en tribus y clanes. En Irak la guerra civil sigue cobrándose decenas de muertos cada día. En Estados Unidos muchos trazan una analogía entre Irak y Siria y se preguntan por qué su gobierno quiere repetir los errores recientes (…) No importa cómo se llevan a cabo los ataques o lo sofisticadas que sean armas, las víctimas civiles son inevitables, incluidos los ancianos y los niños, a quienes los ataques tendrían que proteger”.
 
En su artículo del New York Times, el jefe del Estado ruso alertó sobre las consecuencias regionales y globales de una acción militar de Washington y sus aliados. “El posible ataque de Estados Unidos contra Siria, pese a la fuerte oposición de muchos países y de los principales líderes políticos y religiosos, incluido el Papa (…) aumentaría la violencia y desencadenaría una nueva ola de terrorismo. Podría socavar los esfuerzos multilaterales para resolver el problema nuclear de Irán y el conflicto palestino-israelí y desestabilizar aún más Oriente Medio y el Norte de África. Podría romper el equilibro del sistema del derecho internacional y el orden”. La regionalización de la guerra de la que habla el presidente Putin se relaciona con los países que, directa o indirectamente, tienen intereses en la región. Voceros del gobierno de Irán señalaron que “si Estados Unidos ataca a Siria, el fuego también llegará a los sionistas de Israel”. También se ven involucrados aquellos países de Medio Oriente que, como Arabia Saudita, Turquía, Jordania y Qatar, suministran apoyo a los grupos extremistas. Las fronteras entre los países vecinos y Siria son permeables al ingreso de armas y mercenarios.
 
 
Espionaje: oneroso conflicto con Brasil
 
“La red mundial de espionaje es un asunto sumamente grave (que) no puede justificarse en la lucha contra el terrorismo”. La presidente de Brasil, Dilma Rousseff, detalló ante la Asamblea General de la ONU que las acciones de Estados Unidos en su país interceptaron comunicaciones de la oficina de la Presidencia, de la misión de su país ante la ONU e incluso informaciones “de alto valor económico e incluso estratégico”. La mandataria se reunió con su par de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, en un encuentro del que no trascendieron detalles. Una semana antes, ambos gobiernos habían acordado proyectos tecnológicos en común para combatir el espionaje del que fueron víctimas varios países de América Latina y el resto del mundo. Para ese entonces, Dilma Rousseff había suspendido su reunión con el mandatario estadounidense, Barack Obama.
 
Ministros de ambos gobiernos acordaron que el asunto será tratado en las reuniones del Consejo Suramericano de Defensa de Unasur, y que estará incluido en el proyecto de la futura Escuela Suramericana de Defensa. Ambos gobiernos firmaron un documento para “lograr un óptimo desarrollo en ciberdefensa y minimizar situaciones de vulnerabilidad”.
 
El 17 de septiembre la presidenta Rousseff confirmó en duros términos la postergación de su visita de Estado a Estados Unidos prevista para el próximo 23 de octubre, tras comunicarse telefónicamente con su par Barack Obama. En un comunicado, argumentó que “en ausencia de una investigación de lo ocurrido, con las correspondientes explicaciones y compromiso de cesar la interceptación, no están dadas las condiciones para la realización de la visita”. Los resultados de la reunión de Rousseff y Obama “no deben quedar condicionados a un tema cuya solución satisfactoria para Brasil aún no fue alcanzada”. Las denuncias de espionaje por parte de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) fueron hechas a diferentes medios de prensa y durante varias semanas por el ex empleado de la CIA Edward Snowden. Pese a que en la cumbre del G-20 Obama se comprometió ante la presidente de Brasil a explicar detalles y motivos del espionaje, eso nunca sucedió.
https://www.alainet.org/es/articulo/79846?language=en
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