Una lectura política de los festejos del Bicentenario
05/06/2010
- Opinión
¿Se puede hacer una lectura política de los festejos del Bicentenario? En los últimos días esta cuestión parece haber sido la preocupación principal de la mayoría en los análisis posteriores. Muchos de ellos trataron de despolitizar los festejos, quizás evitando beneficiar a algunos sobre otros con una afirmación concluyente al respecto, temiendo a la “apropiación” con fines e intereses particulares de un acontecimiento de semejante envergadura. Este mismo argumento también se utilizó, recordemos, para justificar la ausencia en la Plaza de Mayo de las tradicionales movilizaciones en repudio al golpe del ’76, incluso de sectores o personas que históricamente defendieron los derechos humanos y los hicieron eje de toda reivindicación y lucha. Pero con la excusa de la apropiación algunos en verdad sintieron que el Gobierno les había expropiado una causa que siempre habían considerado de su patrimonio ideológico. Así, bajo la sospecha de una manipulación política, el resultado (tal vez no deseado, pero resultado al fin) fue el alineamiento con lo peor del clásico pensamiento de derecha que se buscó siempre combatir.
Lo cierto es que reconocer al Bicentenario como el hecho político más importante de los últimos años no equivale a anticipar un rédito electoral para nadie. En especial teniendo en cuenta que no están definidos aún todos los candidatos, muchos de los cuales deberán someterse a internas si hay más de uno compitiendo por el mismo partido político, y que aún para el 2011 falta un largo trecho en medio del cual, como casi siempre ocurre, la necesidad por ocupar espacios y subir en las encuestas hará del debate político un escenario de discusión fluctuante y dinámico, donde los discursos con declaraciones efectistas tendientes a lograr impactos mediáticos serán más habituales que la propuesta de proyectos a largo plazo.
Pero haciendo esa salvedad y situando a la política por encima de los intereses electorales, continuar intentando despolitizar el festejo sería distorsionarlo irremediablemente, porque se correría el riesgo de considerar un evento de enorme participación popular, por el recuerdo de una fecha histórica, con los mismos criterios que se utilizan para analizar concentraciones masivas por logros deportivos o triunfos electorales. Más aún, enunciar tal despolitización sería atentar por el propio contenido de los espectáculos que el público fue a presenciar, cuando en verdad lo que se vio fue una celebración con sentido y valor simbólico, donde la participación del Gobierno en su organización y diseño resultó fundamental en la medida en que los espectáculos planificados tuvieron una orientación política concreta. El intento por presentarlos de esa manera (multiétnicos, federalistas y latinoamericanistas) supone una visión del 25 de mayo distinta de la que conservamos en la memoria quienes transitamos la escuela hace años, al recordar cada acto escolar por la Revolución de Mayo disfrazados como granaderos o caballeros. La historiografía liberal no tenía más nada para decirnos: el 25 de mayo era el triunfo de la patria ganadera, la imposición cultural del campo como sinónimo de argentinidad, portador de un ideario de progreso que fue revitalizado en la polémica por la Resolución 125 donde parecía que quien no estaba a favor del “campo” era menos argentino que otro. Este imaginario colectivo, sin dudas, encuentra su origen en esta operación cultural diseñada desde la educación básica.
Pluralismo
Los festejos por el Bicentenario, por lo tanto, constituyen un hecho político porque interpretan la historia desde un enfoque más plural. Es así entonces donde además de la escarapela y el granadero aparecen otros actores constitutivos de la argentinidad; entre ellos los pueblos originarios, el papel de la clase obrera al resguardo de un proyecto político, o las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en su inagotable lucha por la verdad y la justicia, entre otros reconocimientos. En los “grandes” festejos del Centenario seguramente hubiera sido impensado tener a los representantes de pueblos originarios marchando por el centro del poder político y económico del país de cuya expansión fueron víctimas. Tampoco hubiera sido posible concebir en la “paqueta” Buenos Aires de entonces a los trabajadores, perseguidos y cercenados en sus libertades políticas e individuales de manera dramática durante aquella etapa. Se ha dicho últimamente que tales reconocimientos eran imposibles a comienzos del siglo XX pues involucran una serie de valores y categorías desconocidas en aquélla época. Pero en verdad tampoco había posibilidad de plantear reivindicaciones semejantes, y quienes se revelaron ante las injusticias del momento no llegaron nunca a contar “su” historia.
Por lo tanto, cabe concluir que los espectáculos no fueron elegidos al azar: buscaron claramente exponer la idea de una Argentina plural cuyo origen, entendiendo al primer gobierno patrio de 1810 como el germen de un proceso político alternativo al de entonces y del cual somos herederos, no se reduce apenas a un único relato.
Consensos colectivos
Los festejos del Bicentenario también constituyen un hecho político porque el extraordinario poder de convocatoria recupera la construcción colectiva de la subjetividad. En efecto, a pesar de una realidad postmoderna donde pareciera que el individualismo, el fin de las utopías y el relativismo fueran características inevitables, que por unos días millones de personas, de cualquier clase social y orientación política, compartieran un mismo espacio por un rato y se sintieran contenidos por la misma ficción convocante resulta un acontecimiento poco frecuente para estas épocas de apatía general. Estas jornadas permitieron reflotar la idea de la condición democrática de elaboración de consensos. Es cierto que en la actualidad se construye cada vez menos desde una estructura institucional que modela los cuerpos y los sujetos, pero la construcción colectiva del espacio con la participación de todos y donde todos son iguales al sentirse contenidos por ese imaginario es un hecho político notable, si entendemos a la política como la preocupación por lo público. Todos confluyeron hacia un mismo objetivo sin ningún tipo de desmanes o episodios violentos.
Finalmente, los festejos del Bicentenario adquieren una relevancia política al momento de haberse sobrepuesto a todo el operativo mediático que tuvieron en su contra durante los días previos, con gran cantidad de opiniones, sobre todo en la prensa escrita, alertando sobre un presente oprobioso y triste, donde quien tuviera algo para festejar casi estaba fuera de la realidad. Sin dudas que el objetivo final en estas argumentaciones era impedir una utilización gubernamental de los festejos donde, una vez más, se alentaban suspicacias respecto de la “apropiación” de una fecha histórica con fines particulares y mezquinos. Todos estos mensajes encuadraban perfecto en ese mundo que a diario nos presentan los grandes medios de comunicación, donde los motivos y las referencias al desánimo son cotidianos y el descrédito y la desconfianza parecen ser de lo más común. Haberse sobrepuesto a eso y demostrado con una masiva concurrencia el ánimo y el entusiasmo volcado en esos días expresan la crisis de un discurso hegemónico, que sin dudas constituyen quizás la característica de politicidad más importante que se puede encontrar en los festejos del Bicentenario. E independientemente de los puntos porcentuales en la imagen positiva que este evento depare en cualquier dirigente, lo cierto es que la concurrencia y el fervor popular que acompañaron los festejos están demostrando el agotamiento de un discurso que empieza a cobrar sentido de múltiples formas. En esto la discusión sobre el rol de los medios de comunicación y la función de nosotros como sujetos con capacidad crítica para asumirla ha resultado fundamental. Así se logra entrar al Bicentenario desde otra perspectiva, donde se empieza a entender que la realidad es mucho más compleja de lo que se la suele presentar.
En consecuencia, y volviendo a la pregunta inicial, no caben dudas que el Bicentenario debería ser recordado como un hecho político notable, donde todo un país se unió para celebrarlo durante días con gran entusiasmo y participación. Ya tendremos tiempo de volver a nuestras preocupaciones, diferencias e intereses particulares. Pero por un instante la sensación de sentirnos iguales y reflexionar críticamente sobre nuestro pasado nos hace protagonistas de la historia y así evitar, como hasta ahora, que otros la cuenten por nosotros.
- Arturo Trinelli esLicenciado en Ciencia Política
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