El enemigo, la guerra, y Bush

17/01/2003
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En un artículo anterior (ALAI, 362, 12/12/02), basándome en algunas tesis de Carl Schmitt, he afirmado que uno de los principales problemas de la administración Bush en su eventual guerra contra Irak no reside en haber declarado a Saddam Hussein como su enemigo, sino en las vagas razones que utilizó para configurar su enemistad. Se afirmaba, en esa misma secuencia, que tanto para Schmitt, como para el autor de estas líneas, tanto la política como la guerra se sirven del antagonismo, que es al fin, la razón que da sentido tanto a la una como a la otra. De tal modo que quien quiere practicar política o guerra, debe configurar claramente las líneas de antagonismos que separan a dos determinados campos enemigos, sin dar lugar a interpretaciones antojadizas. Es la profundidad de esa línea demarcatoria, al fin, la que decide si el antagonismo ha de ser resuelto por medio de la confrontación política o por medio del recurso de las armas. Quiero decir, que si Bush fuese un actor esencialmente político, tendría que haber dado una razón real, y no abstracta, de las razones que le llevan a la guerra en contra del Estado de Irak. Las razones que hasta ahora ha dado, no sirven ni jurídica ni políticamente para avalar una guerra. Que si Hussein está armado con armas químicas..... ese problema se decide mediante la vía de la inspección internacional. Que si Hussein desequilibra con su poder militar a la región... lo mismo se puede decir de Siria, de Egipto, de Irán. Que la de Hussein es una dictadura malvada... eso lo sabe todo el mundo, pues dictadores como Hussein hay muchos, y nadie les ha declarado una guerra. Que está en vías de obtener armas atómicas... eso sería actuar preventivamente, y la doctrina de la guerra preventiva no tiene ningún consenso internacional, pues si lo tuviera, cualquier Estado podría declarar la guerra a otro basado en simples suposiciones de un gobernante que, al ser humano, no está libre, como todo ser humano, de visiones paranoicas. Lo más irrisorio, es que unas veces Bush argumenta en un sentido, otras veces en otro. Tony Blair, por su lado, no ha ido en el curso de esa fantasmal ambigüedad política en zaga a Bush. Preparó por ejemplo un dossier en contra de Hussein con datos que conocía cualquiera que lee periódicos, y en donde se proponía revelar al mundo las supuestas vinculaciones entre Saddam Hussein y Al-Quaida, vinculaciones que bien podrían ser ciertas, pero que hasta ahora nadie ha probado que lo sean. Así, Bush y Blair le quitan seriedad a la eventual guerra. Y siguiendo a Schmitt no puede haber nada mas serio que una guerra. El enemigo como fantasma Precisamente en uno de sus mejores discursos, el 21 de septiembre del 2001, frente al Congreso de su país, el Presidente norteamericano desperdició la ocasión de precisar el perfil exacto de su enemigo, sobre todo si tomamos en cuenta de que ese, su enemigo, ya había atacado directamente a su país días atrás. En esa ocasión dijo Bush: "Nuestra guerra contra el terrorismo comienza con Al-Quaida, pero no terminará ahí. Ella no terminará hasta que hayamos encontrado a cada grupo terrorista en el mundo, impedirle sus actividades y haberlo vencido". Pero Bush, al pronunciar esas palabras, en lugar de identificar a un enemigo, lo des-identificaba hasta el punto de hacerlo irreconocible. Porque Bush sabe que este mundo está plagado de terroristas, y de otros que son llamados así sin ser terroristas; que además han habido y hay terroristas que luchan por causas justas con medios injustos. Debió, en consecuencias, haber identificado, dentro del concepto de terrorista, a qué terroristas se estaba refiriendo. Como no lo hizo, cualquier mandatario de cualquier país interpretó el término terrorista a su antojo. Sharon asesinó civiles palestinos en nombre de la lucha internacional en contra del terrorismo. Putin, practicó el más desenfrenado terrorismo en contra de la población chechena. Lo mismo hicieron los chinos con los habitantes del Tibet; y hasta José María Aznar creyó que Bush se refería a los muy occidentales terroristas del ETA. Bush, violaba así, una de las principales premisas en la declaración política de cada guerra: la identificación clara y precisa del enemigo, identificación que permite hacerlo inconfundible, pues si es confundible, no se puede luchar en contra de él; ni en la política ni en la guerra. Por lo demás, el enemigo era y es claramente identificable. Se trataba, efectivamente, siguiendo la línea, terroristas/Al Quaida/Talibanes/Bin Laden/ de una fracción del terrorismo islamista, movimiento ideológico moderno surgido primero como reacción a la secularización que ha tenido lugar en el mundo árabe, a la modernización occidental después, y hoy exacerbado por la globalización de las finanzas y de las culturas. Dicho movimiento ha declarado una guerra a muerte a Occidente, hace suya la tesis de la guerra de las civilizaciones, y proclama el retorno de un Estado absolutista teológico que no reconoce más política que los mandamientos de la sharia, o ley política del Islam. Bush, que se supone tiene buenos asesores, podría además haber hecho la diferencia que existe entre 1.- creyentes islámicos, que son la mayoría. 2.- creyentes ortodoxos, que siguen rigurosamente la letra del libro sagrado. 3.- fundamentalistas, que proclaman el regreso a los supuestos orígenes del Islam 4.- islamistas, que postulan la supresión definitiva de la política, el fin de la libertad de culto y de opiniones, la subordinación extrema de las mujeres, y la instauración de la sharia, administrada por la umma (o consejo de teólogos) y 5.- islamistas que recurren al terrorismo como objetivo principal de lucha, apuntando de preferencia a objetivos civiles, tal como lo hicieron los pilotos de la muerte guiados por el comando telepático de Bin Laden. ¿Por qué el Presidente norteamericano no hizo esa tan necesaria diferencia? Al no haberla hecho, persiste la duda si esa des-identificación del enemigo no fue sino un propósito premeditado a fin de dejar la puerta abierta para combatir a cualquier enemigo, y en cualquier momento, en nombre de la "lucha contra el terrorismo". El enemigo, en política, pero sobre todo en la guerra, es el que niega u obstruye la existencia de un sujeto. Pero para que eso sea posible, ese enemigo tiene que existir, no sólo como adjetivo, sino como substantivo. Recurriré, por lo tanto, en este artículo, a la reactualización de otras tesis de Carl Schmitt, que permiten desatar teóricamente el nudo del problema. La negación El primado de la negación, ese es el punto en donde Schmitt, sin abandonar nunca su (para mí demasiado riguroso) idioma jurídico, se acerca no sólo a la fenomenología hegeliana, sino también al psicoanálisis moderno, sobre todo cuando afirma que el primado de la negación no significa el primado de lo que se niega, y por tanto, agrego yo, significa un primado de lo que se afirma. Cito a continuación un párrafo de la introducción que escribió Schmitt a su texto clásico de 1932, El Concepto de lo Político, nada menos que ¡treinta y un años después!, en 1963: Tanto en la práctica del Derecho como en la teoría del Derecho la incorporación de la negación es cualquier cosa menos el primado de lo que se niega. Un proceso, como actividad de Derecho, es recién posible cuando un derecho es negado. Pena y derecho penal no establecen como punto de partida un "hecho" sino un "mal-hecho". Significa acaso eso una comprensión positiva del "mal-hecho" o un primado del delito(ibíd. 1996, pp.14-15). En breve, y otra vez: la negación aparece como fuente de la afirmación (es decir, de la propia identidad). Solamente en cuanto se presenta la negación de un derecho es posible recurrir a su positividad. En términos existenciales: sólo cuando los otros amenazan nuestra integridad podemos reconocer la nuestra. Sin esos otros que nos niegan, carecemos de toda afirmación. De ahí que el enemigo de Schmitt no es cualquier enemigo privado. Es un enemigo nosótrico, y porque es nosótrico es político, y porque es político, es polémico y porque es nosótrico, político y polémico, es público. "Enemigo no es el competidor o el adversario en general. Enemigo tampoco es el adversario privado al que se odia de acuerdo a sentimientos de antipatía. Enemigo es por lo menos un eventual, es decir, de acuerdo a las posibilidades, conjunto combativo de seres humanos que se enfrentan a otro conjunto igualmente combativo. Enemigo es sólo el enemigo público (?) A ese enemigo en sentido político no se necesita odiarlo personalmente pues sólo en la esfera privada (donde están los próximos, FM) tiene sentido odiar al enemigo, es decir, al contrincante" (ibíd., pp. 29- 30). El enemigo y la muerte No es difícil trabajar los textos de Schmitt porque su lenguaje es tan directo que no deja lugar para muchas especulaciones. Por eso, cuando habla de amigos o enemigos, no lo dice en sentido figurado. "Los conceptos amigo y enemigo deben ser tomados en su sentido concreto y existencial, no mezclados y debilitados por medio de preconceptos económicos o morales y mucho menos en un sentido individualista y privado, ni como expresión psicológica de sentimientos y tendencias personales" (ibíd., p. 28). Se trata, por lo tanto, de enemigos reales y colectivos, dispuestos, si es necesario, a atacarse entre sí, si es que la política no resuelve el conflicto que los separa. Aquello que define esa relación es la lucha de los contrarios, no la reconciliación. "Pues, el concepto de enemigo, pertenece, en el marco de lo real, a la eventualidad de una lucha" (p.33). La guerra es la posibilidad extrema, es cierto, pero sólo ante su eventualidad pueden definirse los frentes que luchan políticamente. Todo lo contrario significaría, para Schmitt, llevar los conflictos a un plano de neutralidad. Pero si desaparecen los conflictos, la política dejaría de ser algo serio, se convertiría en simple "entretención", desprovista de aquella tensión interna que para Schmitt constituye el verdadero sentido de lo político, "pues recién en la verdadera lucha se muestra la consecuencia extrema de la agrupación política entre amigo y enemigo. De esa posibilidad extrema, la vida de los seres humanos obtiene su específica tensión política" (ibíd., p.35). Más aún, "el antagonismo político es el más intensivo y extremo antagonismo y cada conflictividad concreta es tanto más política mientras más se aproxima al punto extremo, el de la agrupación entre amigo y enemigo" (ibíd., p. 30). Luego, mientras más cerca de la guerra y la violencia, mayor es "el grado de tensión" de la política (p.39), y mientras mayor es la tensión, más política es, porque permite un agrupamiento real y no imaginario de grupos antagónicos los cuales, al borde del exterminio, pueden reconocerse, frente al peligro, como enemigos reales y no supuestos. Mientras menos simbólico es el enfrentamiento, más político es. Sólo frente al peligro extremo podemos unirnos para defendernos de los demás. De ahí, y no de argumentos sofisticados, extrae la política su sentido, vitalidad y fuerza, y sólo así nuestro lenguaje deviene en polémico. El profesional político de Schmitt no es, por tanto, el simple representante de intereses, ni mucho menos el abogado de posiciones que no le incumben. Tampoco es el argumentador "objetivo" que busca el compromiso y la reconciliación, cualidad muy buena para un comerciante, pero que no es la del político. El negociador político, de esos que tanto abundan en nuestro tiempo, no tiene, para Schmitt, nada que ver con la política. Mucho menos tienen que ver con la política el burócrata y el administrador estatal que Weber consideraba profesionales políticos. Para Schmitt, a diferencia de Weber, para ser un político no basta vivir de, o para, la política. Para hacer política, de acuerdo con Schmitt, hay que vivir la política, que es muy diferente. Y siempre vivida desde un conflicto que gramaticalizado deja de ser un medio de la lucha cuerpo a cuerpo y se convierte en polémico. Pero polémico no significa pacífico. El polemista es un combatiente de la palabra oral y escrita. En ese punto Schmitt está plenamente de acuerdo con Clausewitz. La guerra, para ambos, no posee una diferencia de lógica, pero sí de gramática respecto a la política (ibíd., p.34). Si se quisiera entonces resumir en breve frase el discurso de Schmitt, debería decirse: dentro de la lucha, todo puede ser político; fuera de ella, nada. Pero a la vez debe ser agregado que, para Schmitt lo político no es la guerra misma, la que se rige por sus propias leyes técnicas, psicológicas y militares, sino sólo algo que vive de su posibilidad (ibíd., p. 37). Dice un antiguo proverbio: Si vis pacem, para bellum (Si quieres mantener la paz, debes disponerte a la guerra). Ese es el mensaje de Schmitt. Freud, en 1915, modificó sutilmente ese mensaje, y en un sentido radicalmente existencial: Si vis vitam, para mortem (Si quieres mantener la vida, oriéntate hacia la muerte) (Freud [1915], 1994, p.161). La analogía entre la relación guerra-paz y la relación vida-muerte era común, sin embargo, tanto a Freud como a Schmitt. Esa es, precisamente, la base del existencialismo político de este último. Al borde del precipicio La política extrae de la posibilidad de guerra su fuerza de tensión, así como la vida extrae energía frente a la posibilidad de la muerte. Es la política actividad vital, inherente a la condición humana y, por lo tanto, ineludible. De ahí que no extraña que la palabra más utilizada en el trabajo de Schmitt después de "política", sea "guerra". Pero eso no quiere decir que Schmitt, por lo menos en ese escrito, sea un propagandista de la guerra. La guerra, para Schmitt, es "la realización plena de la enemistad". Deductivamente debería ser la guerra, entonces, la realización plena de la política. Pero, para Schmitt, la política vive sólo frente a la posibilidad de la guerra, de ahí su "seriedad". Al mismo tiempo, para que sea posibilidad, tiene que estar muy cerca de la guerra. Pero si la guerra se realiza, la política como tal deja de ser posibilidad, y por tanto, desaparece. Por eso, en la guerra "la diferencia entre amigo y enemigo termina de ser un problema político que el soldado combatiente debe resolver" (ibíd., p. 34). La política traza caminos al borde del precipicio, que es la guerra. Si cae al precipicio, hay sólo guerra. De ahí que la diferencia respecto a Arendt no es, en este punto, tan grande como parece. Arendt sostenía que la política es algo muy distinto a la guerra. Si Schmitt hubiese polemizado con Arendt habría contestado: "Sí, muy distinto, pero a la vez muy cercano". Y habría tenido razón pues, mientras mayor es la cercanía, más visibles son las diferencias y por tanto los antagonismos son más evidentes. En ese caso, si Bush muestra a Saddam Hussein la posibilidad cada vez más cercana de la guerra, estaría actuando políticamente. Pero, si hace de verdad la guerra, estaría actuando de modo antipolítico. No se trata de que Schmitt se haya planteado taxativamente la necesidad de una salida que significara la solución de los antagonismos. Según su argumentación, de lo que se trata es de convertir los anta-gonismos en a- gonismos; ese es el sentido último de la política. Mediante la polémica se evita al menos la destrucción de uno o de ambos antagonistas, pues la destrucción de uno de ellos pone fin al antagonismo y con ello a la política que, se repite, vive de tensiones antagónicas. "Mientras dos enemigos hablan, no disparan", decía siempre un connotado político. Lo específico de lo político es entonces el antagonismo de grupos, público y polémico ya que, según Schmitt: "todos los conceptos políticos tienen un sentido polémico (...) El carácter polémico domina sobre todo el vocabulario de la propia palabra político..." (ibíd., p.31-32). La conversión de un conflicto antagónico en agónico precisa, sin embargo, de la existencia previa de un conflicto, y mientras más claras y precisas son las posiciones en conflicto, más evidentes son las posibilidades de encontrar una salida. A la inversa, mientras más difusas, elusivas o dobles son esas posiciones, menos es la confianza y el respeto que se merecen los adversarios y, por lo tanto, menores son las posibilidades de llegar a un compromiso. Plantear compromisos antes incluso de que los conflictos aparezcan es un arte extraño que dominan muchos políticos pero que, a la larga, no sirve para nada. En ese punto, tiene razón Schmitt. Las soluciones más importantes a conflictos contemporáneos han aparecido cuando los contrincantes no se ocultan nada entre sí (pienso en Mandela), ni siquiera su abierta enemistad. El político "amigo de todo el mundo" es, efectivamente, un personaje altamente desconfiable; en el fondo no es amigo de nadie pues por querer estar bien con todos tiene necesariamente que traicionar, alguna vez, a alguien. Traición y engaño son malas artes de la guerra, pero no de la política. Pertenecen, esas palabras, a la gramática militar, no a la de la política. La mayoría de los dictadores han sido y son grandes traidores. El reino de lo irreal El 7 de octubre de 2001 al dirigirse a la nación norteamericana, George W. Bush pronunció uno de los peores discursos que se haya escuchado de cualquier Presidente norteamericano. Se trata de un discurso esencialmente antipolítico, medido por el sentido que Kant, Schmitt, Weber, Arendt, o cualquier buen filósofo político moderno acuerdan a la palabra política: la claridad. Se trata, éste, de un modelo de obscuridad, ambigüedad e imprecisión, defectos que sintetiza, nada menos que para justificar una guerra, es decir, de acuerdo a Schmitt, de justificar la decisión política de abandonar la política, bajo el control de la política, para pasar a la acción armada. El discurso comienza actualizando el prontuario criminal de Saddam Hussein que todo el mundo conoce, y que en esencia, no se diferencia demasiado del de cualquier dictador de los muchos que asolan el mundo árabe. Después de probar que Hussein no es democrático ni bondadoso, Bush nombró las relaciones entre Saddam y Al-Quaida sin aportar ninguna prueba, sino que una simple deducción: ambos son enemigos declarados de EEUU, luego trabajan aliados. Bush sabe, sin embargo, que en el mundo hay muchos otros países y organizaciones políticas que no son sus amigos, y que no por esa razón trabajan juntos. Lo peor de todo, es que Bush desconoce las enormes diferencias que cruzan el mundo árabe, y tanto la política como en la guerra, hay que reconocer las diferencias. Sobre todo en la guerra, pues en ella hay que disparar sobre el enemigo, y no sobre cualquiera. La tercera parte del discurso toma posiciones frente a la eventualidad de que Hussein posea alguna vez armas atómicas. Como tampoco tiene pruebas, Bush pronunció una frase que ha de pasar a la antología de la antipolítica de nuestro tiempo: "En vista del evidente peligro, no podemos esperar las pruebas decisivas" En cualquier juicio legal, la decisión solamente puede realizarse sobre la base de pruebas decisivas; es una de las premisas del derecho público y del derecho internacional. Para la declaración de una guerra, donde se supone que morirán muchas personas, incluyendo población civil, Bush no puede esperar pruebas decisivas. Con esa frase, Bush no sólo procede en contra la norma, el espíritu y la letra de todo derecho, sino que ha sentado las bases para la declaración de una guerra injusta. No hay, en efecto, guerra más injusta, ni menos política, que aquella que se basa en la doctrina de la prevención, pues toda prevención, al serlo tal, no puede ser sino subjetiva. Y la política, como la guerra, han de reinar en el país de lo real. Referencias: Arendt, Hannah Macht und Gewalt, Piper, München 1996 Clausevitz, Carl von Vom Kriege, Rowolht, Hamburg 1980 Freud, Sigmund (1915) Zeitgemäßes über Krieg und Tod, Fischer, Frankfurt 1994 Mires, Fernando El fin de todas las guerras, LOM, Santiago de Chile, 2001 Schmitt, Carl Politische Theologie, Duncker & Humblot, Berlin 1993 Schmitt, Carl Verfassungslehre, Duncker & Humblot, Berlin 1993 Weber, Max Wirtschaft und Gesellschaft, Köln/Berlin 1964
https://www.alainet.org/es/articulo/109104
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