Cinco verdades y una guerra
07/04/2003
- Opinión
Un mismo hecho puede ser interpretado de diferente modo, y cada uno de esos
modos de interpretación es, para los actores que se encuentran realmente
involucrados en ese hecho, el más verdadero.
Un actor político -de profesión o no- está obligado a defender su verdad, por
sobre otras. Es decir, el político se debe a su verdad. No así el analista
político. Naturalmente, al igual que el político, el analista político,
puede y debe tener su verdad en tanto ciudadano. Pero, porque es analista,
cuando analiza, debe considerar a todas las otras verdades, es decir, debe
tomar en cuenta la posición del mayor número posible de actores involucrados
en un hecho o en un proceso. Si no es así, no se hace análisis; se hace sólo
ideología. Y de acuerdo a Max Weber, la ideología es el peor enemigo de todo
análisis.(1)
En el presente texto, analizaré "cinco verdades" que han llegado a
articularse en torno al tema de la guerra en Iraq, y en cierto modo lo he
escrito como un aporte para una discusión que está siendo evaluada de modo
predominantemente legalista y moralista. Naturalmente: tanto legalidad y
moral son importantes en el marco de una guerra tan cruenta como la que está
ocurriendo. Pero son importantes para salir de esa guerra, no para
analizarla. Pues, no hay guerras legales ni guerras morales. Las guerras,
porque son guerras -en este punto sigo a Kant- significan una transgresión a
la norma, tanto a la legal como a la moral. No obstante, esa transgresión
puede ser también, en algunos casos, producto de una decisión legal o moral.
Y aunque la guerra implica la subordinación (no la negación) de la política,
es, en la mayoría de los casos, una decisión política.
1.- La verdad del gobierno norteamericano.
La actitud de volver a combatir militarmente al regimen iraquí nunca
despareció de la agenda norteamericana desde la guerra del Golfo. Incluso el
gobierno Clinton lo practicó sin consultar a las Naciones Unidas. No
obstante, la decisión unilateral de destruir al sistema iraquí, cueste lo que
cueste, comenzó a tomar forma definitiva a partir del 11 de septiembre; y no
porque el atentado tuviera que ver con Saddam Hussein, como se esforzó en
demostrar la propaganda de guerra norteamericana, sino porque, a partir de
esa fecha, quedó demostrada una hipótesis que todavía no alcanzaba aceptación
total en la política estadounidense. La hipótesis es la siguiente: que con
el fin de la Guerra Fría, no se inauguraba un período de distensión mundial,
donde EEUU establecería su imperio mediante su hegemonía política y cultural
(utopía finalista de Fukujama) sino que por el contrario, el mundo que
emergía después del conflicto de bloques estaba marcado por antagonismos que
el período de la Guerra Fría sólo había congelado. Más todavía: la Guerra
Fría dejó como herencia una multitud de poderes estatales beligerantes,
dotados de alta tecnología militar, y en algunos casos, como el Iraq de
Hussein (hay que agregar China, Corea del Norte, Rusia, Ukrania, Irán,
Pakistán, India, entre otros) con planificaciones atómicas de altísimo nivel.
Sólo con algunos de esos poderes podía EEUU pactar políticamente;
particularmente con Rusia y Ukrania, donde comenzaban a estructurarse medios
y modos de comunicación política del que carecen otros estados atómicos, o
China, que sólo pretende autolimitar su soberanía en un espacio regional, sin
entrar en conflicto con EEUU, de acuerdo a una suerte de coexistencia
política "a la antigua", es decir, por medio de una "paz fría".
De este modo, la política norteamericana comenzó a diagramar un programa de
doble enfrentamiento. Por una lado, la llamada guerra contra el terrorismo
internacional, que apunta, de preferencia, a derrotar al islamismo armado.
La segunda, la "guerra de desarme" que realiza en Iraq. Los miembros
restantes del "eje del mal", Irán y Corea del Norte (y probablemente se
agregará Siria), ya han sido objeto de una declaración hipotética de guerra,
la que se llevará a efecto, a menos que entren voluntariamente en un proceso
de desarme -lo que es muy difícil- o que modifiquen su retórica
antinorteamericana; lo que es más posible en el caso de Irán (el período de
extremo fanatismo está quedando atrás) que en el de Corea del Norte. Es
decir, el programa norteamericano es simple: contempla una declaración de
guerra a cualquier país controlado por una dictadura que atente, real o
potencialmente, contra la seguridad y soberanía exterior norteamericana.(2)
Pero una cosa es un programa; y otra su implantación. La guerra al regimen
de Iraq dejará un saldo de contingencias imprevisibles, lo que llevará a
nuevas configuraciones que EEUU deberá enfrentar, militar y politicamente.
En lo que se refiere a ésto último, se observa un notorio déficit en su
política exterior. En efecto; EEUU carece de política civil frente al mundo
árabe y al mundo islámico en general. Y si sólo aplica una política militar,
deberá ceder cuotas importantes de hegemonía política, sobre todo frente a
"naciones amigas" que portan otras verdades, las que de acuerdo a sus
intereses, son distintas a la "verdad norteamericana".
2.- La verdad de la dictadura de Iraq
La verdad de la dictadura iraquí surge de la mala organización política del
país. Iraq es sólo una nación formal; o mejor dicho: a diferencia de las
mayoría de las naciones, que son estados-naciones, Iraq es una nación-estado.
Surgió de la post-guerra bajo la forma de protectorado británico y adoptó, o
le fue impuesta, la forma monárquica de gobierno, de modo que el
totalitarismo de Hussein encuentra algunos antecedentes en una monarquía
absoluta de tipo mercenario y colonial.
El Estado de Hussein centraliza por medio de la coerción a diferentes
pueblos, cuya forma natural de organización es la tribu o incluso, el clan.
A ello se agregan los diversos sectores religiosos, particularmente los
sunitas y chiítas contrarios a toda forma de gobierno secular; y el de
Hussein, es uno de ellos. Más que otros países árabes, Iraq está atravesado
por la contradicción que es común a ese mundo: la que se da entre el
estatismo secular nacionalista, y el fundamentalismo islamista. Durante
mucho tiempo, los sectores religiosos fundamentalistas consideraban al Estado
de Hussein aún más peligroso que Israel y EEUU: Un enclave occidental en
medio de la "casa de Dios". No deja de ser ironía que en el marco del
contexto árabe, el de Iraq aparezca como un Estado moderno.
El que impera en Iraq es un sistema estatal de partido único y su estructura
se rige por las normas del "centralismo democrático" que caracterizaba a los
sistemas comunistas durante la Guerra Fría. Pero el Partido Baath -que es
gobierno, Estado y partido a la vez- precede a Saddam Hussein. Surgió
durante el período de la lucha anticolonial, y por momentos adhirió a la
ideología social-nacional que representaba Nasser en Egipto. Saddam Hussein
ha conferido en cambio a ese partido-Estado, una ideología nacionalista pan-
arabista, de acuerdo a la cual, a Bagdad le corresponde, según una suerte de
derecho natural, ser el centro del mundo árabe. Pero más allá de toda
ideología, la cohesión interna se encuentra basada en el extremo culto a la
personalidad de Saddam Hussein.
El proyecto de Hussein es doble: Por un lado, ha tratado de construir un
Estado de tipo corporativista -muy semejante en la forma a los estados nazi y
stalinistas- sometiendo a todas las nacionalidades y grupos religiosos que se
encuentren dentro de los arbitrarios límites de la nación iraquí, y, por otro
lado, ha tratado de desarrollar una política imperial en la región, que lleve
a ese Estado a constituirse en una suerte de núcleo vital del arabismo.
Ahora bien; para desarrollar esa estrategia, Hussein necesita asumir un lugar
de vanguardia en la lucha en contra del "sionismo" (leáse Israel) y en contra
del "imperialismo" (léase EEUU). Pero ese lugar de vanguardia puede ser
ocupado, sólo en la medida que el régimen extreme al máximo las tensiones
contra esos dos enemigos declarados, es decir, en la medida en que establezca
con ellos una relación más de guerra que de paz. Así se explica que tanto en
la Guerra del Golfo, como en la actual, Hussein haya rechazado con meticuloso
cálculo, cualquiera posibilidad de distensión, lo que se ha visto sin duda
facilitado por la política frontal que activa la administración Busch.
El frente interno ha sido disciplinado por Hussein mediante la aplicación de
una política represiva de acuerdo a la cual el Estado ocupa todos los
espacios de la vida social. Pero al mismo tiempo, después de la horrible
masacre cometida al pueblo kurdo, ha llevado a cabo algunas concesiones,
tanto culturales como territoriales. También ha neutralizado a sus enemigos
religiosos, redescubriendo el uso de la religión como arma política. En
efecto: a partir de la guerra del Golfo, cuando Hussein captó la conveniencia
de ganar a los grupos religiosos, reconociéndose el mismo, religioso, ha ido
tomando forma su proyecto de fusionar las dos tendencias antagónicas del
mundo árabe: la estatal-nacional-moderna, y la islamista, bajo el comando,
por supuesto de Saddam Hussein, su Estado, y su Partido. En otras palabras,
Hussein está a punto de convertirse en un líder militar, político y religioso
del mundo árabe; una suerte de Saladino post-moderno.
Probablemente, la verdad de Hussein puede ser realizada: pero llevando las
tensiones hasta tal extremo, que sólo podrá ocupar su definitivo liderazgo
cuando esté muerto. Ello creará un problema adicional a EEUU, pues es más
fácil declarar la guerra a los vivos que a los muertos. Estos últimos son
inmortales.
3.- La verdad británica
Para nadie es un misterio que Inglaterra y los EEUU conforman una comunidad
histórica. Desde el punto de vista político conforman además una comunidad
de valores. Después de la Guerra Fría se ha ido gestando entre ambas
naciones, una comunidad de destino. De ahí que Inglaterra habita en dos
espacios políticos a la vez. Por un lado, participa de la tradición europea
más clásica y tradicional. Por otro lado, mantiene con los EEUU una alianza
transatlántica de larguísima duración. De ahí que el propósito de Blair de
apoyar a la verdad norteamericana, es parte de un hecho mucho más profundo
que la supuesta dependencia británica respecto a los EEUU. Es parte, se
subraya, de una doctrina, basada en una misma comunidad histórica, de valores
y de destino.
La unión transatlántica, ofrece a Inglatera la posibilidad de actuar de modo
independiente a resoluciones intereuropeas, sin dejar de ser por eso un país
europeo, hecho que es aceptado tacitamente por la mayoría de los gobiernos
europeos que ven en el Reino Unido no una isla (o islas) sino que un puente
entre "dos occidentes" que participan de tradiciones y valores similares,
pero, que al mismo tiempo saben mantener sus diferencias. Tal aceptación se
deja observar en el hecho de que a pesar de las discrepancias que se observan
entre Inglaterra con otros países europeos respecto al tema de la guerra, eso
no ha afectado mayormente a las relaciones internacionales intereuropeas,
como sí ha afectado las de Francia y Alemania respecto al gobierno de EEUU.
Y la relación del laborismo inglés, con las socialdemocracias europeas,
contrarias casi todas a la guerra, sigue siendo excelente
La misma comunidad de destino respecto a EEUU se deja observar en Australia,
país que participa en la guerra de Iraq con una dotación de 2000 soldados, el
doble de lo que aportan EEUU y Gran Bretaña juntos, medido de acuerdo al
número de población.
La verdad británica ha sido seguida en Europa por los gobiernos de Italia y
de España. Pero la decisión de Berlusconi, a diferencia de la de Blair, no
obedece a ninguna posición de principios ni es parte de ninguna doctrina. Al
comienzo fue el defensor más eufórico de la guerra. Pero las masivas
demostraciones antibélicas que tuvieron lugar en Italia, hicieron decir a
Berlusconi, al fin y al cabo, un populista: "hay que escuchar la voz de la
calle". Después del pronunciamiento del Papa, guarda un sepulcral silencio.
Por el momento parece estar más preocupado del fútbol que de la guerra.
La decisión española de adoptar la verdad británica, obedece a razones más
serias. La posición de Aznar corresponde a la postura tradicional del
conservativismo español, la que no ha sido revisada después de la Guerra
Fría. No hay que olvidar tampoco que España es uno de los países que carga
un mayor número de tensiones con el mundo árabe, sobre todo con el islámico;
y no sólo por cuestiones religiosas. Por último, España, cuyo desarrollo
económico ha sido vertiginoso en el último tiempo, no está dispuesta a
someterse tan fácil a las visiones universalistas que provienen desde
Francia, país con el cual mantiene una furiosa competencia, y no siempre
leal, en los mercados europeos.
4.- La verdad de los tres
La alternativa occidental a la verdad norteamericana es representada sin
duda, por los gobiernos de Francia, Alemania y Rusia, alternativa a la que un
ingenioso periodista bautizó como "el eje del bien". Pero más allá del bien
y del mal, no se trata de un eje; ni siquiera de una alianza, sino que de un
encuentro fortuito, casi ocasional, entre tres gobiernos que por distintas
razones han alcanzado una coordinación tan extraña como interesante.
El primero de esos gobiernos que se pronunció abiertamente en contra de la
guerra, fue el alemán, y ocurrió cuando el canciller Schröder se encontraba
en plena campaña electoral, hasta el punto en que, se concuerda, no habría
sido reelegido si no hubiese asumido esa postura, es decir, Schröder escuchó
"la voz de la calle" antes que Berlusconi. Después, reelegido, radicalizó
aún más su línea, hasta el punto que, asumiendo la misma posición de Busch,
pero a la inversa, afirmó que en caso de que la ONU votara a favor de la
guerra, Alemania no la acataría. Con ello la ONU quedó deslegitimada por
lado y lado. Oportunismo político, o no, lo cierto es que la posición de
Schröder arrastró a Francia cuyo gobierno se encontraba en ese momento en una
posición indecisa y extremadamente legalista. Chirac comprendió a tiempo que
Schröder le estaba arrebatando el liderazgo europeo en materias de
alternativas frente a EEUU, algo que por tradición y doctrina, Francia no
puede permitir en Europa, y así, Francia a través de Chirac radicalizó tanto
su posición en contra de EEUU, que llegó a un momento en que ninguno de los
dos gobiernos, ni el alemán, ni el francés, podían retroceder, de tal modo
que dos políticos que nunca han sido pacifistas se vieron convertidos, sin
habérselo propuesto, y de la noche a la mañana, en líderes del pacifismo
mundial.
El pacifismo alemán aparece como uno de los movimientos sociales más fuertes
de Europa. Pero las apariencias engañan. Pese a ser numeroso, se encuentra
dividido en diversas fracciones irreconciliables. Así encontramos, en primer
lugar, un pacifismo de izquierda y socialdemócrata, formado por sectores
ideológicos que sólo protestan cuando "el imperialismo norteamericano" hace
acto de presencia. En segundo lugar, existe un pacifismo de tipo liberal,
cuyo propósito es subsumir cualquier conflicto político o militar, a una
juridicción legal que a veces no existe. En tercer lugar, un pacifismo
cristiano (en sus dos versiones: protestante y católica), que es el
hegemónico, sobre todo porque lleva la política a un plano moral y emocional,
en una nación que, como consecuencias de su pasado, se encuentra
extremadamente moralizada y emocionalizada. A esos tres pacifismos
"clásicos" se ha ido agregando en los últimos días, un curioso pacifismo
ultraconservador, portador de tradiciones agraristas, ideologicamente pan-
germanista; y, por lo mismo, esencialmente antinorteamericano,
Francia, en cambio, a diferencia de Alemania, orgullosa de su pasado, no es
ni por nada una nación pacifista. Por el contrario: es la más militarista de
todas las naciones europeas (baste recordar los experimentos atómicos que
ejecutaba en sus "atolones" ante el terror de los ecologistas de todo el
mundo). Por una parte, busca imponer su tradición política, basada en
declaraciones universales, y en cierto modo, ve a la ONU, y a la legalidad
que encarna, como una prolongación institucional de las ideas de la
Ilustración francesa. Por otro lado, se ha ido formando en Francia, desde
los tiempos de De Gaulle, el proyecto de un "alternativismo europeo" frente a
la hegemonía mundial norteamericana; con Francia a la cabeza; por supuesto.
Ese proyecto es compartido por la izquierda francesa; y ese es otro de sus
muchos puntos en común con el gaullismo.
Podría agregarse un problema adicional; aunque secundario: tanto Alemania
como Francia han dado acogida a una numerosa población musulmana; y es
evidente que ninguno de los dos países quiere verse enfrentado a un rabioso
enemigo interno. Desde esa misma perspectiva, ambos países se ofrecen para
reestablecer los lazos entre Occidente y Oriente después de la guerra. Sin
duda, para ese proyecto, ambos se encuentran muy bien posicionados. Pero no
basta la posición; hay que tener además una política respecto al mundo árabe
e islámico; y ninguno de esos dos países la tiene hasta el momento; en eso no
se diferencian de los EEUU
Y Rusia... Rusia, a través de Putin, se encuentra enfrentada a dos desafíos
que en cierto modo se contradicen: continuar el proceso de democratización en
un terreno poblado por nichos autoritarios (post-stalinistas, nacionalistas,
religiosos, mafiosos, etc) y mantener la idea de una "Gran Rusia", que
continúe siendo gravitante en el escenario mundial lo que implica, antes que
nada, marcar líneas de diferencia con EEUU. Esto último no lo puede lograr
sin establecer un sistema de alianzas, de modo que el binomio franco- alemán
fue para Putin un regalo del cielo que le permitió salir de sus indecisiones
frenta al tema de a guerra.
No se trata, entiéndase bien, de que la democracia rusa sea heredera del
imperio soviético; pero sí, tiene que sobrellevar muchas de sus cargas.
Entre éstas, se encuentran no sólo antiguos enemigos, sino que también
antiguos amigos (ayer Milosevic; hoy Saddam Hussein). Como es sabido, la
URSS consideraba al estatismo nacionalista árabe (a cuya familia pertenece
Hussein) como una de sus zonas privilegiadas de influencia, y tales
relaciones se han mantenido con Rusia en un nivel de amistad lejana; pero
amistad al fin. No obstante, esa misma carga negativa puede adquirir un
significado positivo, si es que Rusia llega a integrarse definitivamente en
las estructuras políticas europeas. Si se da esa situación, podría
convertirse en un buen intermediario europeo frente al agresivo oriente
musulmán.
En cualquier caso, no deja de ser una gran ironía histórica que Alemania,
Francia y Rusia, precisamente las naciones que en los dos últimos siglos han
cañoneado a Europa desde todos los flancos, aparezcan hoy día como
representantes de la paz mundial.
5.- La verdad de las repúblicas disidentes
No sólo es la desconfianza que despierta una Rusia repentinamente pacifista,
el hecho determinante que llevó a los gobiernos de las ex-repúblicas
socialistas europeas a apoyar la verdad norteamericana, pues eso haría
suponer que si Rusia hubiera adoptado una posición favorable a EEUU (como
estuvo a punto de ocurrir) los gobiernos de esas naciones se habrían
pronunciado en contra. Pero tan automática no es la política internacional.
Para entender la verdad de esas naciones (que a diferencia de Italia o España
cuentan, en su apoyo a EEUU, con el apoyo de la mayoría absoluta de la
población) hay que entender la génesis del proceso democrático que en ellas
tuvo lugar. En efecto, el ideal democrático que prima en esos países surgió
como negación radical a toda forma de dominación totalitaria. En el contexto
señalado, EEUU representaba la negación internacional del avance totalitario,
es decir, era el límite real que impedía al totalitarismo (valga la paradoja)
ser total. Eso explica que a partir de sus propias experiencias, el problema
de la guerra es percibido por los gobiernos y la ciudadanía de esas
repúblicas, como un enfrentamiento entre una nación democrática y otra
totalitaria, independiente a que el de Hussein sea un totalitarismo diferente
al que ellas vivieron.
La posición de las repúblicas disidentes, ha puesto además una marca que
trasciende al hecho de la guerra, pues ahora se sabe que la futura Unión
Europea no será un bloque de poder, sino una zona de diferencias y de
conflictos, es decir una zona de la política.
Comentario final:
Las cinco verdades expuestas no excluyen otras que probablemente surgirán en
el caleidoscópico orden mundial de nuestro tiempo. Entre ellas, verdades que
se encuentran latentes, pero que no pueden ser todavía articuladas
politicamente. La posición de Japón a favor de EEUU es bastante reservada,
por no decir tímida; lo mismo ocurre con la posición de China a favor de la
paz. Los gobiernos de ambos países saben que en la agenda internacional se
encuentra el tema de Corea del Norte, y en ese conflicto, a ninguno de ambos
actores les conviene encontrarse en campos de enfrentamiento opuestos. Por
lo menos, no todavía.
En la presentación de esas cinco verdades, brillapor su ausencia una "verdad
latinoamericana". Cierto es que no todas las naciones deben exponer su
posición frente a temas que nos les conciernen en términos inmediatos. Pero
si los políticos latinoamericanos hablan tanto de la globalización, deberían
tener una política más definida frente a asuntos globales. En general, la
posición de los gobiernos latinoamericanos ha sido evasiva, imprecisa, y
menos que legal: leguleya. Probablemente esos gobiernos son espejos de una
"clase" política e intelectual que aún no logra reconocer los escenarios
abiertos después de la Guerra Fría. De ahí se explica que esa "clase" siga
escindida en dos fracciones que se excluyen (aunque sólo sea verbalmente).
Por un lado, los "antimperialistas", poseedores de una retórica economicista,
donde todo hecho está explicado antes aún de que ocurra. Por otro lado,
sectores que muestran frente a EEUU un acatamiento acrítico, rayana en la
obsecuencia. Aquí no se afirma, por cierto, que la "verdad latinoamericana"
deba encontrarse necesariamente en el medio de esas dos posiciones; pero sí,
más allá de ellas.
Ese "más allá" se ve todavía muy despoblado.
* Fernando Mires, sociólogo chileno, es catedrático de la Universidad de
Oldenburg, Alemania.
Notas:
1) Esta tesis la he defendido y ampliado en mi libro Crítica de la Razón
Científica, Caracas, Nueva Sociedad 2002.
2) A la luz de este programa se disuelve la teoría causalista-economicista
en boga, a saber que EEUU hace la guerra a Iraq sólo para apoderarse del
petróleo. Naturalmente, un análisis exhaustivo de la situación, debe
evaluar el tema del petróleo, pero en su exacta relación. EEUU no
considera enemigo al régimen de Hussein porque tiene petróleo; pero, sí, es
un enemigo que tiene petróleo. Si Cuba estuviese a punto de poseer armas
de exterminio masivo, lo más probable es que EEUU le declararía también la
guerra. Entonces surgiría la tésis, nada de original, de la "guerra del
azúcar".
https://www.alainet.org/es/articulo/109163
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