El día después de mañana
03/11/2012
- Opinión
“Con toda justicia, la naturaleza se venga a veces de la ingratitud
de los que la han maltratado durante mucho tiempo”
Galileo
El mundo entero se ha visto estremecido por los devastadores efectos
de múltiples fenómenos naturales (tsunamis, huracanes, inundaciones,
incendios, sequías, tifones, ciclones, erupciones volcánicas,
terremotos), que han asolado a poblaciones enteras, victimas de sus
estragos, que han pagado con vidas y enseres, al tiempo que su
incontenible e incontrastable furia arrasaron con cuanto se les
interpuso a su paso (vías, puentes, puertos, plataformas marítimas,
barcos, vehículos, etc).
Las barreras de protección en muchos casos, como en Nueva Orleáns
resultaron insuficientes para contener su demoledor impulso y cedieron,
con sus funestas consecuencias. Como lo afirmó El Tiempo, a propósito
de la tragedia del tsunami asiático, este “…es apenas una más en un
largo rosario de estropicios que aumenta año tras año” y, lo que es
peor, a juicio Kerry Emanuel, climatólogo del Instituto Tecnológico de
Massachussets (MIT), “El daño y las muertes provocadas por tormentas
intensas puede incrementarse considerablemente en el futuro”.
Hay quienes se apresuran a dar un parte de tranquilidad, aduciendo que
tales fenómenos obedecen a unos ciclos naturales que se repiten con
una cierta periodicidad y que, por lo tanto, después de la tempestad
vendrá la calma.
Si bien tal afirmación tiene fundamento, pues así lo muestran los
registros de las secuencias históricas de los mismos que llevan las
estaciones que los monitorean, es evidente que cada vez se hacen más
frecuentes, duraderos e intensos tales episodios, lo cual pone de
manifiesto que hay otros factores que están gravitando sobre la
dinámica de ellos, que de no desaparecer seremos testigos de peores
desastres, entre otras razones por la mayor vulnerabilidad humana.
En efecto, mientras “En 1994 se produjeron 17 millones de sequías, en
el 2002 subió a 340 millones; las hambrunas pasaron de 3´900.000 a
casi 4 millones; el total de afectados por diversas catástrofes se
elevó de 199 millones en 1994 a 734 millones en el 2002...Señala la
ONU que en la última década murieron 609.638 personas en desastres
naturales, lo que equivale al doble de las que perecieron en los diez
años anteriores. Cerca de 2.700 millones de terrícolas se vieron
afectados por estos fenómenos, se extendieron pestes y enfermedades y
el mundo ha experimentado pérdidas por US $550.000 millones…” .
París jamás olvidará el verano mortífero de 2003 que cobró la vida a
15.000 personas, la mayoría de ellos de la tercera edad! De no
frenarse esta tendencia, el futuro nos deparará situaciones aún más
dramáticas y desoladoras que harán de las aterradoras escenas de la
superproducción cinematográfica
El día después (The Day Alter Tomorrow), que se inspiró precisamente
en los posibles impactos del cambio climático, un pálido reflejo de lo
que nos espera ineluctablemente. Y para detener esta debacle hay que
actuar ya, inmediatamente, antes de que sea demasiado tarde.
SORPRENDIDOS Y ALARMADOS Como lo sostiene el experto Gustavo Wilches –
Chaux, “Aunque es cierto que los huracanes aumentan o disminuyen como
resultado de ciclos naturales y que ahora nos encontramos en un ciclo
de ´alta´ que puede durar otros veinte años, también lo es que cada
vez quedan menos dudas sobre el aporte al calentamiento de la tierra
de las actividades humanas, como la contaminación y la tala…” y su
correlación con tales fenómenos.
Los expertos de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) no dudan
en atribuir la proliferación de los huracanes, inundaciones y otros
desastres naturales en diferentes partes del mundo a los cambios
climáticos, a consecuencia del calentamiento global.
El mismo Kerry Emanuel, del MIT, se declaró “sorprendido y alarmado”,
luego de constatar en los resultados de sus más recientes estudios e
investigaciones, por primera vez, cómo merced al calentamiento global
las tormentas acusaron un incremento desde 1970 de 50% en cuanto a su
duración y fuerza, lo cual de por sí ya es alarmante. La temperatura
global durante los últimos cien años se elevó drásticamente, en 0.6
grados centígrados y se estima que de seguir la actual tendencia para
el año 2050 tendríamos 0.5 grados más, al tiempo que para el 2100
estaríamos hablando ya de cifras que oscilarían entre 1.4 y 5.8!
El cambio climático global y la elevación paulatina de la temperatura
es explica como resultado de la afectación de la interacción entre la
atmósfera, los océanos, las capas de hielo (criosfera), los organismos
vivientes (biosfera) y los suelos, sedimentos y rocas (geosfera), por
agentes externos.
El efecto invernadero es uno de los principales factores
desencadenantes de estos cambios climáticos y este, a su vez, se debe
especialmente al aumento inusitado de la concentración de dióxido de
carbono en la atmósfera, el cual obedece sobre todo al consumo de
combustibles de origen fósiles (petróleo y sus derivados, carbón y gas
natural), así como a la tala y quema de los árboles. En uno y otro
caso, con la combustión de los mismos se libera el dióxido de carbono,
el cual definitivamente es el gas que contribuye más al calentamiento
global. Este se acumula en la atmósfera, impide la salida de la
radiación solar y causa el cambio climático; ella se ha venido
saturando con los gases de efecto invernadero, en la medida en que la
propia naturaleza se torna incapaz de absorber los crecientes
volúmenes de ellos que polucionan el ambiente.
Una de sus consecuencias es la conocida lluvia “ácida”, producto de
la reacción entre el bióxido de azufre y el óxido de nitrógeno en la
atmósfera, ambos producidos por la quema de tales combustibles a altas
temperaturas, emitidos especialmente por los exostos de los
automotores y las chimeneas de las usinas. Una vez que estos gases se
diluyen son esparcidos a la atmósfera por la fuerza de los vientos,
para regresar luego a tierra convertida en la temida lluvia “ácida”,
amén de la neblina, la nieve e incluso el polvo. La lluvia “ácida”,
además de ser nociva para las personas, causándoles obstrucciones en
las vías respiratorias e irritación en los pulmones, tiene un alto
efecto corrosivo, deteriorando seriamente los edificios y las estatuas.
El “agujero” de la capa de ozono
Concomitantemente con el cambio climático se viene dando otro fenómeno,
tan preocupante como este, se trata de la lenta pero persistente
destrucción de la capa de ozono. Esta forma parte de la atmósfera y no
es otra cosa que una delgada faja de nuestra estratosfera, que actúa a
manera de escudo protector que filtra e impide la exposición de los
terrícolas a los rayos solares ultravioletas.
En la medida que se destruye, estos alcanzan la superficie del planeta
con sus letales efectos. Se acaban de cumplir, el 16 de septiembre de
este año, dos décadas del descubrimiento del agujero en la capa de
ozono, que crece día a día, por parte de los científicos Jonathan
Shankin, Brian Gardner y Joe Farman, alertando al mundo sobre sus
catastróficas consecuencias y, desde entonces, como lo afirma Jonathan
“el tamaño del agujero no ha hecho más que crecer” . Ello condujo a la
firma del Protocolo de Montreal en 1987, fijando metas de reducción en
la producción de gases CFC (clorofluorocarbón), halones, bromuro de
metilo, cuya presencia en la atmósfera se ha podido comprobar es la
principal causa del adelgazamiento de la capa de ozono. Hasta ahora
180 países lo han ratificado, comprometiéndose a cumplir tales metas.
El agujero de la capa de ozono cubre actualmente un área de 28
millones de kilómetros cuadrados, el doble de la extensión del
territorio de los EEUU y se sitúa sobre el Antártico y el extremo de
Suramérica.
En los últimos 30 años la capa de ozono se ha reducido, según reportes
de las cuatro estaciones científicas ubicadas en el Antártico que
monitorean su evolución, entre un 20% y un 25%. Al mismo tiempo que
crece el “agujero”, que ya es una tronera, en la capa de ozono, se
está produciendo el deshielo del Océano Ártico. Según el Centro
Nacional de Datos sobre la Nieve y el Hielo de EEUU, el pasado 19 de
septiembre el área cubierta por el hielo se redujo a 5.35 millones de
kilómetros, la menor cantidad desde 1978, año en que se realizaron las
primeras mediciones satelitales. Ahora, la cantidad de hielo que tiene
el Ártico es un 20% menos que el promedio que tuvieron las dos últimas
décadas del siglo XX. De continuar esta tendencia en el verano de 2060
no habría hielo allí. Su recuperación será lenta y tomará más de 50
años la titánica tarea de retrotraernos al estado en el que se
encontraba la capa de ozono en la década de los setenta del siglo
pasado. En Alaska está ocurriendo otro tanto, para septiembre de este
año la capa de hielo había retrocedido 258 kilómetros de sus costas.
Cabe advertir que ni la perforación de la capa de ozono es la causa
del calentamiento global, ni este es culpable de aquella; pero, lo que
sí es obvio es que ambos fenómenos tienen efectos colaterales o
secundarios severos que hacen que se refuercen mutuamente.
Kyoto y el calentamiento global
La Comunidad internacional tomó en serio la amenaza que cernía sobre
la humanidad, sino se abocaba el cambio climático con medidas prontas
y eficaces, tendientes a contrarrestar sus nefastas secuelas.
Primero fue la Convención – Marco para los cambios climáticos de la
ONU que tuvo lugar en 1992 y luego el 11 de diciembre de 1997 se firmó
el Protocolo de Kyoto, 40 países adquirieron el compromiso de reducir
en un tímido 5.2%, en promedio para el período 2008-2012, las
emisiones de seis gases de efecto invernadero que provocan el
calentamiento de la tierra, a saber: el CO2 (gas carbónico o dióxido
de carbono), CH4 (metano), protóxido de nitrógeno (N20) y tres gases
fluorados (HFC, PFC, SF6), tomando como punto de referencia los
niveles de 1990. Claro, que si se excluye a los EEUU la reducción
sería de sólo el 2%. El Protocolo es mucho más exigente con los países
industrializados, pues son estos los mayores contaminantes y además es
en ellos en donde mayormente ha venido acrecentándose las emisiones de
los gases de efecto invernadero. Es así cómo entre 1990 y el 2002, el
crecimiento de tales emisiones ha sido, según las Naciones Unidas, del
13% en los EEUU, del 20% en Canadá, del 12% en Japón y del 40% en
España. Dada dicha disparidad entre unos y otros países
industrializados, se fijaron distintos niveles de exigencia entre
ellos, así: -6% para Japón y Canadá, 0% para Rusia, -8% para 15 países
de la UE El propósito no era otro que tratar de este modo de conjurar
los peligros que entraña el calentamiento global.
Los EEUU se han mostrado renuente a acogerse al mismo y en marzo de
2001 Bush retiro la firma que había estampado su antecesor; Bill
Clinton, ratificándolo, alegando que su aplicación le salía demasiado
costosa y que, además, no comprometía por igual a países desarrollados
y en desarrollo. Arguyó él que la incorporación de los EEUU al
Protocolo aumentaría los precios de la energía y eliminaría cinco
millones de empleos en el país; se atrevió, incluso a cuestionar las
conclusiones científicas que vinculan los gases de efecto invernadero
con la quema de los combustibles de origen fósil y el consiguiente
calentamiento global.
La administración Bush condicionó su apoyo en el futuro a este
instrumento tan valioso a que su aplicación no cause “…daños
esenciales a la economía estadounidense y ser verdaderamente mundial,
es decir, involucrar a todos los países” .
La Unión Europea, el Japón y Canadá, entre otros, no tuvieron
inconveniente en ratificar y ceñirse al Protocolo de Kyoto, que tuvo
que esperar su ratificación por parte de Rusia, el 18 de noviembre del
2004, para que entrara en todo su vigor a partir del 14 de febrero de
este año. Ello, en razón de que se requería su ratificación por parte
de un número no inferior a los 55 países cuyas emisiones sumaran para
1999 el 55% del total global. Hasta finales de 2003 lo habían
ratificado 120 países, con un 44.2% de las emisiones, en tanto que
Rusia, que aún permanecía por fuera, representaba el 17.4%.
EEUU: remiso y renuente
Resulta absurdo que siendo los Estados Unidos el principal
contaminador del planeta, con el 21% a nivel mundial y el 40% de los
países industrializados del CO2 y otras sustancias que se emiten a la
atmósfera, las cuales elevan la temperatura del planeta y, por ello
mismo, estaba llamado a asumir la mayor responsabilidad a la hora de
emprender acciones tendientes a mitigar los efectos del calentamiento
global y de propender por acciones en procura de amainar dicha
tendencia, ha optado por marginarse de tales esfuerzos y
preocupaciones. Las razones que se aducen son bastante peregrinas.
Los EEUU no están dispuestos a renunciar a sus mayores tasas de
crecimiento en aras de darle cumplimiento a las estipulaciones del
Protocolo, las cuales de mantener su ritmo significaría un aumento del
35% de sus emisiones de gases contaminantes, lo cual va a contrapelo
con el requerimiento que se le hizo de reducirlas en un 7%. Sin
embargo, como los hechos son tozudos, el huracán Katrina se encargó de
darle una dura lección a Bush. Según Lord May, Presidente de la
Academia Británica de Ciencias (Royal Society), “Los daños ocasionados
por el Huracán Katrina representan 1.7% del PIB y es concebible que la
parte de Norteamérica del Golfo de México sea inhabitada de aquí a fin
de siglo”.
Y no es para menos, pues, según él, las consecuencias del
calentamiento global pueden ser comparadas a las armas de destrucción
masiva. Para el prestigioso economista estadounidense Jefrey Sachs una
de las causas de los desastres que dejó a su paso primero el Katrina y
luego el Rita, que fue aún más calamitoso, fue “…la profunda
desconexión entre el conocimiento científico y las decisiones
políticas…”, al desdén por los tratados tendientes a detener el
calentamiento global. Él, ante el cúmulo de atentados en contra de la
naturaleza, recomienda que se acuda “…a lo mejor de nuestro
conocimiento científico, como factor decisivo”.
Bush: el gracioso
Pero, eso es pedir peras al olmo, pues, qué más puede esperarse de
alguien que, como Bush ha dado sobradas pruebas no sólo de su aversión
por el multilateralismo en su política exterior, sino también por la
ecología y el ambiente.
El mundo recuerda con estupefacción la frase que espetó tras
sobrevolar en helicóptero la zona sur de Oregón, en donde tuvo lugar
uno de los mayores incendios forestales de que se tenga memoria en ese
Estado, que devoró 180.000 hectáreas a mediados del año anterior.
“Tenemos que entender que si permitimos una concentración excesiva (de
árboles) y hay un rayo, tendremos un incendio enorme…hay que reducir
los bosques para evitar que los incendios forestales destruyan
propiedades. Es necesario que reduzcamos los bosques en América…Hay
que talar más árboles para evitar que se produzcan incendios
forestales”.Semejante barrabasada parece más propia del cómico Grouch
Marx que de alguien quien en algún momento de su vida hubiera pasado
por la Universidad de Yale y por la Universidad de Harvard, así ellas
no hubieran pasado por él. Como le ripostó el demócrata Lynn Woolsey a
este propósito, “La política republicana parece ser ´corten árboles.
Si no hay árboles, tampoco habrá incendios´”, por sustracción de
materia, añadiría yo. Esta, que parece ser el “arma secreta” de Bush
no podría sino causar hilaridad, si no fuera un chiste cruel, como lo
puso en evidencia el periodista uruguayo Gerardo Iglesia, quien llevó
más lejos aún la lógica “buchista” de “talar los bosques para acabar
con los incendios”. El sacó como corolario que la política de Bush, el
exterminador, terminaría con el hambre matando a los pobres, acabaría
con las inundaciones secando los ríos, acabaría con el terrorismo
siendo los EEUU los únicos terroristas. Ya en otra de sus salidas en
falso, a raíz del atentado del 11 de septiembre, al declarar la
“guerra eterna” en contra del terrorismo, que los terroristas “nos
odian por que somos libres”, que nos podría llevar con su paranoia al
siguiente silogismo: “los terroristas están llenos de odio. Nos odian
por que somos libres. Acabemos con todas las libertades aquí y en
todas partes y acabaremos con el terrorismo”!
Los EEUU persisten en su posición de no ratificar el Protocolo de
Kyoto y en la más reciente Cumbre de Montreal, Canadá, en donde se
dieron cita los signatarios del mismo, ellos se dieron a la tarea de
entorpecer sus deliberaciones, a tal punto que el The New York Times
calificó su papel en la misma de “vergonzoso y censurable”. Allí se
trataba de renovar y reforzar los compromisos adquiridos, endureciendo
los requerimientos del mismo a partir del 2012, fecha esta en la que
expira su vigencia. Después de mucho regateo, a duras penas se
transaron por integrar un grupo abierto, para iniciar unos diálogos no
vinculantes, es decir, no obligatorios; pero nada que se pareciera a
negociación, a metas o fechas.
Ellos insisten en que se debe abogar por las mejoras de las
tecnologías asociadas al uso de combustibles de origen fósil y
tecnología nuclear, pero se niegan terminantemente a discutir sobre
medidas enderezadas a controlar el cambio climático, cuando a todas
luces tanto las unas como las otras son complementarias y no se
excluyen entre sí. Según afirmó el portavoz del Departamento de Estado
de los EEUU, Richard Boucher, ellos han tomado un camino diferente al
de “…otros países con restricciones en la emisión de gas invernadero
bajo el Protocolo de Kyoto, pero nuestro destino es el mismo y
compatible con otros esfuerzos”.
Ciertamente, los EEUU asignaron US $5.800 millones, aproximadamente, a
la investigación científica, a las nuevas tecnologías y a los
programas del cambio climático en el año fiscal 2005. Algo es algo,
dijo el diablo!
Se le rebelan a Bush
Es que, además, Bush no las tiene todas consigo, sobre todo en su
segunda administración, en la cual su base de apoyo se encoge cada día
como la piel de sapa de Balzac. Recientemente se le rebelaron los
alcaldes de 173 ciudades de los EEUU, encabezados por el de la célebre
Seattle, Estado de Washington, el demócrata Greg Nickels, galardonado
entre 150 alcaldes con el Premio a la calidad Urbana, en el Estado de
UTA, por su Iniciativa de Protección del Clima e hizo suyo el eslogan
de que “No es necesario elegir entre el ambiente y la economía: es
posible mejorar ambos”. También participaron de la revuelta los
alcaldes de Los Ángeles, Jamen Hann y de Nueva York, Michael Bloomberg;
unidos todos ellos en el propósito de ignorar la inacción ambiental
federal y combatir el calentamiento del planeta, mediante el uso de
tecnologías y programas innovadores en sus propias circunscripciones.
Esta movilización que se inició en febrero de este año fue tomando
fuerza, hasta converger en la Conferencia de Alcaldes de Estados
Unidos, como se llama la coalición, el 13 de junio y en el seno de la
misma aprobaron por unanimidad el Acuerdo entre Alcaldes para la
Protección del Clima, “…para cumplir o superar a nivel municipal las
normas establecidas en el Protocolo mediante la restauración de
bosques, la contención de la expansión urbana, el desarrollo de
tecnologías alternativas y la educación pública”.
Este no deja de ser un duro revés para la política depredadora de Bush,
el Atila contemporáneo y en un tono desafiante manifestaron que no
esperarían “…a que el gobierno federal haga algo para frenar la
producción de gases invernadero. Tomaremos la iniciativa a nivel local,
ciudad por ciudad” . No contento con ello, acordaron también presionar
a los gobiernos estaduales y federal para que cumplan con las metas
del Protocolo de Kyoto e impulsar el Congreso legislativo para que
apruebe la Ley de Administración del Clima, que establecería un
Sistema Nacional de Intercambio de Emisiones. A pesar de la reticencia
de los EEUU, en la última Cumbre del Grupo de los ocho (G-8),
integrado por EEUU, Alemania, Canadá, Francia, Gran Bretaña, Italia,
Japón y Rusia, este se comprometió a “actuar ya” para frenar el cambio
climático; claro que, de no haber sido por su interferencia los
compromisos hubieran sido más concretos y menos retóricos. Las
organizaciones ambientalistas se lamentaron de que de ella no hubiera
salido un pronunciamiento más categórico, que no se hubieran fijado
objetivos claros y la falta de agenda a seguir. Empero, los términos
de la Declaración final son muy dicientes: “Actuaremos con
determinación y urgencia desde ahora, para cumplir nuestros objetivos
compartidos y múltiples de reducir las emisiones de gases de efecto
invernadero, mejorando el entorno medioambiental, reforzando la
seguridad energética y reduciendo la contaminación del aire en
conjunto con nuestros vigorosos esfuerzos para reducir la pobreza”.
Como lo afirmó Greg Nickels, alcalde de Seattle, “Es inevitable que
tomemos medidas sobre los gases invernadero. Cuanto más esperemos, más
draconianas deberán ser esas medidas” . En ello no le falta razón, es
que el mundo cada año se emiten 23 billones de toneladas de CO2, una
cifra que además de escandalosa no para de aumentar vertiginosamente,
debido al patrón de consumo de energía en el planeta, basado en el uso
extendido de los combustibles de origen fósil (petróleo, carbón y gas,
especialmente) y de sus derivados en las más disímiles actividades. Y
estos seguirán constituyendo el pilar del sistema energético mundial
hasta bien entrado el siglo XXI, a pesar de la tendencia al alza de
sus precios. El uso de ellos, que contribuyen con el 75% de las
partículas contaminantes que se encuentran en los medios urbanos,
según el Banco Mundial, lleva a la muerte prematura cada año a más de
un millón de personas. Así de grave es el asunto!
Colombia y el coletazo del cambio climático
Colombia no se puede sustraer de las consecuencias del calentamiento
global, como tampoco de los esfuerzos mancomunados en los que está
comprometida la Comunidad internacional para contener sus envestidas,
pues si algo está globalizado de verdad es el cambio climático.
También aquí nos enfrentamos a las emergencias que causan los
terremotos, las avalanchas, las erupciones volcánicas, los ciclones;
unas veces son las inundaciones y otras son las sequías de las que
vienen acompañados fenómenos como El Niño o la Niña.
Se prevé que en el 2050 la temperatura en Colombia subirá entre uno y
dos grados centígrados. El 78% de los nevados desaparecerá y el 56% de
los páramos del país, máxime con la desastrada política ambiental en
marcha, que parece calcada al carbón de la de Bush. De hecho el
desierto avanza sobre la Sierra Nevada de Santa Marta, declarada como
Patrimonio de la biosfera por la UNESCO. En ese mismo lapso aumentará
en 40 centímetros el nivel del mar Caribe y 60 el Pacífico. Razón
suficiente para que el 64% del litoral Caribe y el 83% del Pacífico
estén en inminente riesgo de recurrentes inundaciones. Y aquí, como en
otros lares, todo ello obedece al maltrato que le damos a la
naturaleza y a nuestra ingratitud para con ella, para utilizar la
expresión de Galileo Galilei.
La tala indiscriminada de bosques, los cultivos ilícitos y las
fumigaciones de estos por aspersión aérea están convirtiendo hasta las
reservas, los santuarios y las áreas protegidas del país en verdaderos
eriales. La Ley Forestal que acaba de aprobar el Congreso de la
República se encargará del resto. Según estudio por la Facultad de
Ingeniería Ambiental de la Universidad de los Andes, cada año se
arrojan 2.600.000 toneladas de contaminantes al ambiente de la capital
de la República; el 78% de dicha carga es atribuible al transporte,
tanto público como particular, el 22% remanente corresponde a la
industria y a otras fuentes.
Se estima que en el país, la contaminación asociada a la presencia de
partículas en el aire, genera cerca de 6.000 muertes prematuras y más
de 7.400 casos de bronquitis crónica anualmente. El año anterior,
según reporte de la Secretaría de Salud, murieron 54 niños aquejados
por enfermedades respiratorias productos de la contaminación ambiental.
Ya Bogotá tiene bien ganado el ignominioso título de ser la tercera
ciudad de Latinoamérica más contaminada, escoltando a Ciudad de México
y Santiago de Chile y saltó del puesto 69 que ocupaba en el año 2000
al 37 que ocupa ahora entre las 100 ciudades más contaminadas del
mundo, según el Banco Mundial, superando a Nueva York, Londres, Los
Ángeles, Madrid o Montreal, entre otras grandes urbes. Vamos con los
ojos abiertos camino al precipicio, sin que hagamos lo suficiente para
evitar precipitarnos al mismo; sólo paliativos se vienen aplicando
para mitigar los efectos del calentamiento global y del deterioro de
la capa de ozono; falta un mayor compromiso de la Comunidad
internacional.
Se está imponiendo en el mundo la sustitución de los combustibles de
origen fósil, no renovables y altamente contaminantes, por los
biocombustibles que, además de oxigenantes, son limpios y renovables.
Colombia no es la excepción y desde el 1º de noviembre de este año
entró a la era de estos combustibles alternativos, empezando con la
biogasolina y, muy pronto, tendremos también el biodiesel, que tanta
falta le hacen al país.
Las Naciones Unidas está en mora de ejercer una mayor presión para que
el Protocolo de Kyoto se fortalezca y se consolide, a despecho de la
administración Bush. Esta es una bomba de tiempo que puede estallar en
cualquier momento, cuando menos lo pensemos y para entonces de nada
nos servirá tomar la píldora del día después!
Bogotá, diciembre 19 de 2005
- Amylkar D. Acosta M es Presidente de la Sociedad Colombiana de
Economistas,
www.amylkaracosta.com
https://www.alainet.org/es/articulo/113915
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