El día después de mañana

03/11/2012
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“Con toda justicia, la naturaleza se venga a veces de la ingratitud de los que la han maltratado durante mucho tiempo” Galileo El mundo entero se ha visto estremecido por los devastadores efectos de múltiples fenómenos naturales (tsunamis, huracanes, inundaciones, incendios, sequías, tifones, ciclones, erupciones volcánicas, terremotos), que han asolado a poblaciones enteras, victimas de sus estragos, que han pagado con vidas y enseres, al tiempo que su incontenible e incontrastable furia arrasaron con cuanto se les interpuso a su paso (vías, puentes, puertos, plataformas marítimas, barcos, vehículos, etc). Las barreras de protección en muchos casos, como en Nueva Orleáns resultaron insuficientes para contener su demoledor impulso y cedieron, con sus funestas consecuencias. Como lo afirmó El Tiempo, a propósito de la tragedia del tsunami asiático, este “…es apenas una más en un largo rosario de estropicios que aumenta año tras año” y, lo que es peor, a juicio Kerry Emanuel, climatólogo del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), “El daño y las muertes provocadas por tormentas intensas puede incrementarse considerablemente en el futuro”. Hay quienes se apresuran a dar un parte de tranquilidad, aduciendo que tales fenómenos obedecen a unos ciclos naturales que se repiten con una cierta periodicidad y que, por lo tanto, después de la tempestad vendrá la calma. Si bien tal afirmación tiene fundamento, pues así lo muestran los registros de las secuencias históricas de los mismos que llevan las estaciones que los monitorean, es evidente que cada vez se hacen más frecuentes, duraderos e intensos tales episodios, lo cual pone de manifiesto que hay otros factores que están gravitando sobre la dinámica de ellos, que de no desaparecer seremos testigos de peores desastres, entre otras razones por la mayor vulnerabilidad humana. En efecto, mientras “En 1994 se produjeron 17 millones de sequías, en el 2002 subió a 340 millones; las hambrunas pasaron de 3´900.000 a casi 4 millones; el total de afectados por diversas catástrofes se elevó de 199 millones en 1994 a 734 millones en el 2002...Señala la ONU que en la última década murieron 609.638 personas en desastres naturales, lo que equivale al doble de las que perecieron en los diez años anteriores. Cerca de 2.700 millones de terrícolas se vieron afectados por estos fenómenos, se extendieron pestes y enfermedades y el mundo ha experimentado pérdidas por US $550.000 millones…” . París jamás olvidará el verano mortífero de 2003 que cobró la vida a 15.000 personas, la mayoría de ellos de la tercera edad! De no frenarse esta tendencia, el futuro nos deparará situaciones aún más dramáticas y desoladoras que harán de las aterradoras escenas de la superproducción cinematográfica El día después (The Day Alter Tomorrow), que se inspiró precisamente en los posibles impactos del cambio climático, un pálido reflejo de lo que nos espera ineluctablemente. Y para detener esta debacle hay que actuar ya, inmediatamente, antes de que sea demasiado tarde. SORPRENDIDOS Y ALARMADOS Como lo sostiene el experto Gustavo Wilches – Chaux, “Aunque es cierto que los huracanes aumentan o disminuyen como resultado de ciclos naturales y que ahora nos encontramos en un ciclo de ´alta´ que puede durar otros veinte años, también lo es que cada vez quedan menos dudas sobre el aporte al calentamiento de la tierra de las actividades humanas, como la contaminación y la tala…” y su correlación con tales fenómenos. Los expertos de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) no dudan en atribuir la proliferación de los huracanes, inundaciones y otros desastres naturales en diferentes partes del mundo a los cambios climáticos, a consecuencia del calentamiento global. El mismo Kerry Emanuel, del MIT, se declaró “sorprendido y alarmado”, luego de constatar en los resultados de sus más recientes estudios e investigaciones, por primera vez, cómo merced al calentamiento global las tormentas acusaron un incremento desde 1970 de 50% en cuanto a su duración y fuerza, lo cual de por sí ya es alarmante. La temperatura global durante los últimos cien años se elevó drásticamente, en 0.6 grados centígrados y se estima que de seguir la actual tendencia para el año 2050 tendríamos 0.5 grados más, al tiempo que para el 2100 estaríamos hablando ya de cifras que oscilarían entre 1.4 y 5.8! El cambio climático global y la elevación paulatina de la temperatura es explica como resultado de la afectación de la interacción entre la atmósfera, los océanos, las capas de hielo (criosfera), los organismos vivientes (biosfera) y los suelos, sedimentos y rocas (geosfera), por agentes externos. El efecto invernadero es uno de los principales factores desencadenantes de estos cambios climáticos y este, a su vez, se debe especialmente al aumento inusitado de la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera, el cual obedece sobre todo al consumo de combustibles de origen fósiles (petróleo y sus derivados, carbón y gas natural), así como a la tala y quema de los árboles. En uno y otro caso, con la combustión de los mismos se libera el dióxido de carbono, el cual definitivamente es el gas que contribuye más al calentamiento global. Este se acumula en la atmósfera, impide la salida de la radiación solar y causa el cambio climático; ella se ha venido saturando con los gases de efecto invernadero, en la medida en que la propia naturaleza se torna incapaz de absorber los crecientes volúmenes de ellos que polucionan el ambiente. Una de sus consecuencias es la conocida lluvia “ácida”, producto de la reacción entre el bióxido de azufre y el óxido de nitrógeno en la atmósfera, ambos producidos por la quema de tales combustibles a altas temperaturas, emitidos especialmente por los exostos de los automotores y las chimeneas de las usinas. Una vez que estos gases se diluyen son esparcidos a la atmósfera por la fuerza de los vientos, para regresar luego a tierra convertida en la temida lluvia “ácida”, amén de la neblina, la nieve e incluso el polvo. La lluvia “ácida”, además de ser nociva para las personas, causándoles obstrucciones en las vías respiratorias e irritación en los pulmones, tiene un alto efecto corrosivo, deteriorando seriamente los edificios y las estatuas. El “agujero” de la capa de ozono Concomitantemente con el cambio climático se viene dando otro fenómeno, tan preocupante como este, se trata de la lenta pero persistente destrucción de la capa de ozono. Esta forma parte de la atmósfera y no es otra cosa que una delgada faja de nuestra estratosfera, que actúa a manera de escudo protector que filtra e impide la exposición de los terrícolas a los rayos solares ultravioletas. En la medida que se destruye, estos alcanzan la superficie del planeta con sus letales efectos. Se acaban de cumplir, el 16 de septiembre de este año, dos décadas del descubrimiento del agujero en la capa de ozono, que crece día a día, por parte de los científicos Jonathan Shankin, Brian Gardner y Joe Farman, alertando al mundo sobre sus catastróficas consecuencias y, desde entonces, como lo afirma Jonathan “el tamaño del agujero no ha hecho más que crecer” . Ello condujo a la firma del Protocolo de Montreal en 1987, fijando metas de reducción en la producción de gases CFC (clorofluorocarbón), halones, bromuro de metilo, cuya presencia en la atmósfera se ha podido comprobar es la principal causa del adelgazamiento de la capa de ozono. Hasta ahora 180 países lo han ratificado, comprometiéndose a cumplir tales metas. El agujero de la capa de ozono cubre actualmente un área de 28 millones de kilómetros cuadrados, el doble de la extensión del territorio de los EEUU y se sitúa sobre el Antártico y el extremo de Suramérica. En los últimos 30 años la capa de ozono se ha reducido, según reportes de las cuatro estaciones científicas ubicadas en el Antártico que monitorean su evolución, entre un 20% y un 25%. Al mismo tiempo que crece el “agujero”, que ya es una tronera, en la capa de ozono, se está produciendo el deshielo del Océano Ártico. Según el Centro Nacional de Datos sobre la Nieve y el Hielo de EEUU, el pasado 19 de septiembre el área cubierta por el hielo se redujo a 5.35 millones de kilómetros, la menor cantidad desde 1978, año en que se realizaron las primeras mediciones satelitales. Ahora, la cantidad de hielo que tiene el Ártico es un 20% menos que el promedio que tuvieron las dos últimas décadas del siglo XX. De continuar esta tendencia en el verano de 2060 no habría hielo allí. Su recuperación será lenta y tomará más de 50 años la titánica tarea de retrotraernos al estado en el que se encontraba la capa de ozono en la década de los setenta del siglo pasado. En Alaska está ocurriendo otro tanto, para septiembre de este año la capa de hielo había retrocedido 258 kilómetros de sus costas. Cabe advertir que ni la perforación de la capa de ozono es la causa del calentamiento global, ni este es culpable de aquella; pero, lo que sí es obvio es que ambos fenómenos tienen efectos colaterales o secundarios severos que hacen que se refuercen mutuamente. Kyoto y el calentamiento global La Comunidad internacional tomó en serio la amenaza que cernía sobre la humanidad, sino se abocaba el cambio climático con medidas prontas y eficaces, tendientes a contrarrestar sus nefastas secuelas. Primero fue la Convención – Marco para los cambios climáticos de la ONU que tuvo lugar en 1992 y luego el 11 de diciembre de 1997 se firmó el Protocolo de Kyoto, 40 países adquirieron el compromiso de reducir en un tímido 5.2%, en promedio para el período 2008-2012, las emisiones de seis gases de efecto invernadero que provocan el calentamiento de la tierra, a saber: el CO2 (gas carbónico o dióxido de carbono), CH4 (metano), protóxido de nitrógeno (N20) y tres gases fluorados (HFC, PFC, SF6), tomando como punto de referencia los niveles de 1990. Claro, que si se excluye a los EEUU la reducción sería de sólo el 2%. El Protocolo es mucho más exigente con los países industrializados, pues son estos los mayores contaminantes y además es en ellos en donde mayormente ha venido acrecentándose las emisiones de los gases de efecto invernadero. Es así cómo entre 1990 y el 2002, el crecimiento de tales emisiones ha sido, según las Naciones Unidas, del 13% en los EEUU, del 20% en Canadá, del 12% en Japón y del 40% en España. Dada dicha disparidad entre unos y otros países industrializados, se fijaron distintos niveles de exigencia entre ellos, así: -6% para Japón y Canadá, 0% para Rusia, -8% para 15 países de la UE El propósito no era otro que tratar de este modo de conjurar los peligros que entraña el calentamiento global. Los EEUU se han mostrado renuente a acogerse al mismo y en marzo de 2001 Bush retiro la firma que había estampado su antecesor; Bill Clinton, ratificándolo, alegando que su aplicación le salía demasiado costosa y que, además, no comprometía por igual a países desarrollados y en desarrollo. Arguyó él que la incorporación de los EEUU al Protocolo aumentaría los precios de la energía y eliminaría cinco millones de empleos en el país; se atrevió, incluso a cuestionar las conclusiones científicas que vinculan los gases de efecto invernadero con la quema de los combustibles de origen fósil y el consiguiente calentamiento global. La administración Bush condicionó su apoyo en el futuro a este instrumento tan valioso a que su aplicación no cause “…daños esenciales a la economía estadounidense y ser verdaderamente mundial, es decir, involucrar a todos los países” . La Unión Europea, el Japón y Canadá, entre otros, no tuvieron inconveniente en ratificar y ceñirse al Protocolo de Kyoto, que tuvo que esperar su ratificación por parte de Rusia, el 18 de noviembre del 2004, para que entrara en todo su vigor a partir del 14 de febrero de este año. Ello, en razón de que se requería su ratificación por parte de un número no inferior a los 55 países cuyas emisiones sumaran para 1999 el 55% del total global. Hasta finales de 2003 lo habían ratificado 120 países, con un 44.2% de las emisiones, en tanto que Rusia, que aún permanecía por fuera, representaba el 17.4%. EEUU: remiso y renuente Resulta absurdo que siendo los Estados Unidos el principal contaminador del planeta, con el 21% a nivel mundial y el 40% de los países industrializados del CO2 y otras sustancias que se emiten a la atmósfera, las cuales elevan la temperatura del planeta y, por ello mismo, estaba llamado a asumir la mayor responsabilidad a la hora de emprender acciones tendientes a mitigar los efectos del calentamiento global y de propender por acciones en procura de amainar dicha tendencia, ha optado por marginarse de tales esfuerzos y preocupaciones. Las razones que se aducen son bastante peregrinas. Los EEUU no están dispuestos a renunciar a sus mayores tasas de crecimiento en aras de darle cumplimiento a las estipulaciones del Protocolo, las cuales de mantener su ritmo significaría un aumento del 35% de sus emisiones de gases contaminantes, lo cual va a contrapelo con el requerimiento que se le hizo de reducirlas en un 7%. Sin embargo, como los hechos son tozudos, el huracán Katrina se encargó de darle una dura lección a Bush. Según Lord May, Presidente de la Academia Británica de Ciencias (Royal Society), “Los daños ocasionados por el Huracán Katrina representan 1.7% del PIB y es concebible que la parte de Norteamérica del Golfo de México sea inhabitada de aquí a fin de siglo”. Y no es para menos, pues, según él, las consecuencias del calentamiento global pueden ser comparadas a las armas de destrucción masiva. Para el prestigioso economista estadounidense Jefrey Sachs una de las causas de los desastres que dejó a su paso primero el Katrina y luego el Rita, que fue aún más calamitoso, fue “…la profunda desconexión entre el conocimiento científico y las decisiones políticas…”, al desdén por los tratados tendientes a detener el calentamiento global. Él, ante el cúmulo de atentados en contra de la naturaleza, recomienda que se acuda “…a lo mejor de nuestro conocimiento científico, como factor decisivo”. Bush: el gracioso Pero, eso es pedir peras al olmo, pues, qué más puede esperarse de alguien que, como Bush ha dado sobradas pruebas no sólo de su aversión por el multilateralismo en su política exterior, sino también por la ecología y el ambiente. El mundo recuerda con estupefacción la frase que espetó tras sobrevolar en helicóptero la zona sur de Oregón, en donde tuvo lugar uno de los mayores incendios forestales de que se tenga memoria en ese Estado, que devoró 180.000 hectáreas a mediados del año anterior. “Tenemos que entender que si permitimos una concentración excesiva (de árboles) y hay un rayo, tendremos un incendio enorme…hay que reducir los bosques para evitar que los incendios forestales destruyan propiedades. Es necesario que reduzcamos los bosques en América…Hay que talar más árboles para evitar que se produzcan incendios forestales”.Semejante barrabasada parece más propia del cómico Grouch Marx que de alguien quien en algún momento de su vida hubiera pasado por la Universidad de Yale y por la Universidad de Harvard, así ellas no hubieran pasado por él. Como le ripostó el demócrata Lynn Woolsey a este propósito, “La política republicana parece ser ´corten árboles. Si no hay árboles, tampoco habrá incendios´”, por sustracción de materia, añadiría yo. Esta, que parece ser el “arma secreta” de Bush no podría sino causar hilaridad, si no fuera un chiste cruel, como lo puso en evidencia el periodista uruguayo Gerardo Iglesia, quien llevó más lejos aún la lógica “buchista” de “talar los bosques para acabar con los incendios”. El sacó como corolario que la política de Bush, el exterminador, terminaría con el hambre matando a los pobres, acabaría con las inundaciones secando los ríos, acabaría con el terrorismo siendo los EEUU los únicos terroristas. Ya en otra de sus salidas en falso, a raíz del atentado del 11 de septiembre, al declarar la “guerra eterna” en contra del terrorismo, que los terroristas “nos odian por que somos libres”, que nos podría llevar con su paranoia al siguiente silogismo: “los terroristas están llenos de odio. Nos odian por que somos libres. Acabemos con todas las libertades aquí y en todas partes y acabaremos con el terrorismo”! Los EEUU persisten en su posición de no ratificar el Protocolo de Kyoto y en la más reciente Cumbre de Montreal, Canadá, en donde se dieron cita los signatarios del mismo, ellos se dieron a la tarea de entorpecer sus deliberaciones, a tal punto que el The New York Times calificó su papel en la misma de “vergonzoso y censurable”. Allí se trataba de renovar y reforzar los compromisos adquiridos, endureciendo los requerimientos del mismo a partir del 2012, fecha esta en la que expira su vigencia. Después de mucho regateo, a duras penas se transaron por integrar un grupo abierto, para iniciar unos diálogos no vinculantes, es decir, no obligatorios; pero nada que se pareciera a negociación, a metas o fechas. Ellos insisten en que se debe abogar por las mejoras de las tecnologías asociadas al uso de combustibles de origen fósil y tecnología nuclear, pero se niegan terminantemente a discutir sobre medidas enderezadas a controlar el cambio climático, cuando a todas luces tanto las unas como las otras son complementarias y no se excluyen entre sí. Según afirmó el portavoz del Departamento de Estado de los EEUU, Richard Boucher, ellos han tomado un camino diferente al de “…otros países con restricciones en la emisión de gas invernadero bajo el Protocolo de Kyoto, pero nuestro destino es el mismo y compatible con otros esfuerzos”. Ciertamente, los EEUU asignaron US $5.800 millones, aproximadamente, a la investigación científica, a las nuevas tecnologías y a los programas del cambio climático en el año fiscal 2005. Algo es algo, dijo el diablo! Se le rebelan a Bush Es que, además, Bush no las tiene todas consigo, sobre todo en su segunda administración, en la cual su base de apoyo se encoge cada día como la piel de sapa de Balzac. Recientemente se le rebelaron los alcaldes de 173 ciudades de los EEUU, encabezados por el de la célebre Seattle, Estado de Washington, el demócrata Greg Nickels, galardonado entre 150 alcaldes con el Premio a la calidad Urbana, en el Estado de UTA, por su Iniciativa de Protección del Clima e hizo suyo el eslogan de que “No es necesario elegir entre el ambiente y la economía: es posible mejorar ambos”. También participaron de la revuelta los alcaldes de Los Ángeles, Jamen Hann y de Nueva York, Michael Bloomberg; unidos todos ellos en el propósito de ignorar la inacción ambiental federal y combatir el calentamiento del planeta, mediante el uso de tecnologías y programas innovadores en sus propias circunscripciones. Esta movilización que se inició en febrero de este año fue tomando fuerza, hasta converger en la Conferencia de Alcaldes de Estados Unidos, como se llama la coalición, el 13 de junio y en el seno de la misma aprobaron por unanimidad el Acuerdo entre Alcaldes para la Protección del Clima, “…para cumplir o superar a nivel municipal las normas establecidas en el Protocolo mediante la restauración de bosques, la contención de la expansión urbana, el desarrollo de tecnologías alternativas y la educación pública”. Este no deja de ser un duro revés para la política depredadora de Bush, el Atila contemporáneo y en un tono desafiante manifestaron que no esperarían “…a que el gobierno federal haga algo para frenar la producción de gases invernadero. Tomaremos la iniciativa a nivel local, ciudad por ciudad” . No contento con ello, acordaron también presionar a los gobiernos estaduales y federal para que cumplan con las metas del Protocolo de Kyoto e impulsar el Congreso legislativo para que apruebe la Ley de Administración del Clima, que establecería un Sistema Nacional de Intercambio de Emisiones. A pesar de la reticencia de los EEUU, en la última Cumbre del Grupo de los ocho (G-8), integrado por EEUU, Alemania, Canadá, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón y Rusia, este se comprometió a “actuar ya” para frenar el cambio climático; claro que, de no haber sido por su interferencia los compromisos hubieran sido más concretos y menos retóricos. Las organizaciones ambientalistas se lamentaron de que de ella no hubiera salido un pronunciamiento más categórico, que no se hubieran fijado objetivos claros y la falta de agenda a seguir. Empero, los términos de la Declaración final son muy dicientes: “Actuaremos con determinación y urgencia desde ahora, para cumplir nuestros objetivos compartidos y múltiples de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, mejorando el entorno medioambiental, reforzando la seguridad energética y reduciendo la contaminación del aire en conjunto con nuestros vigorosos esfuerzos para reducir la pobreza”. Como lo afirmó Greg Nickels, alcalde de Seattle, “Es inevitable que tomemos medidas sobre los gases invernadero. Cuanto más esperemos, más draconianas deberán ser esas medidas” . En ello no le falta razón, es que el mundo cada año se emiten 23 billones de toneladas de CO2, una cifra que además de escandalosa no para de aumentar vertiginosamente, debido al patrón de consumo de energía en el planeta, basado en el uso extendido de los combustibles de origen fósil (petróleo, carbón y gas, especialmente) y de sus derivados en las más disímiles actividades. Y estos seguirán constituyendo el pilar del sistema energético mundial hasta bien entrado el siglo XXI, a pesar de la tendencia al alza de sus precios. El uso de ellos, que contribuyen con el 75% de las partículas contaminantes que se encuentran en los medios urbanos, según el Banco Mundial, lleva a la muerte prematura cada año a más de un millón de personas. Así de grave es el asunto! Colombia y el coletazo del cambio climático Colombia no se puede sustraer de las consecuencias del calentamiento global, como tampoco de los esfuerzos mancomunados en los que está comprometida la Comunidad internacional para contener sus envestidas, pues si algo está globalizado de verdad es el cambio climático. También aquí nos enfrentamos a las emergencias que causan los terremotos, las avalanchas, las erupciones volcánicas, los ciclones; unas veces son las inundaciones y otras son las sequías de las que vienen acompañados fenómenos como El Niño o la Niña. Se prevé que en el 2050 la temperatura en Colombia subirá entre uno y dos grados centígrados. El 78% de los nevados desaparecerá y el 56% de los páramos del país, máxime con la desastrada política ambiental en marcha, que parece calcada al carbón de la de Bush. De hecho el desierto avanza sobre la Sierra Nevada de Santa Marta, declarada como Patrimonio de la biosfera por la UNESCO. En ese mismo lapso aumentará en 40 centímetros el nivel del mar Caribe y 60 el Pacífico. Razón suficiente para que el 64% del litoral Caribe y el 83% del Pacífico estén en inminente riesgo de recurrentes inundaciones. Y aquí, como en otros lares, todo ello obedece al maltrato que le damos a la naturaleza y a nuestra ingratitud para con ella, para utilizar la expresión de Galileo Galilei. La tala indiscriminada de bosques, los cultivos ilícitos y las fumigaciones de estos por aspersión aérea están convirtiendo hasta las reservas, los santuarios y las áreas protegidas del país en verdaderos eriales. La Ley Forestal que acaba de aprobar el Congreso de la República se encargará del resto. Según estudio por la Facultad de Ingeniería Ambiental de la Universidad de los Andes, cada año se arrojan 2.600.000 toneladas de contaminantes al ambiente de la capital de la República; el 78% de dicha carga es atribuible al transporte, tanto público como particular, el 22% remanente corresponde a la industria y a otras fuentes. Se estima que en el país, la contaminación asociada a la presencia de partículas en el aire, genera cerca de 6.000 muertes prematuras y más de 7.400 casos de bronquitis crónica anualmente. El año anterior, según reporte de la Secretaría de Salud, murieron 54 niños aquejados por enfermedades respiratorias productos de la contaminación ambiental. Ya Bogotá tiene bien ganado el ignominioso título de ser la tercera ciudad de Latinoamérica más contaminada, escoltando a Ciudad de México y Santiago de Chile y saltó del puesto 69 que ocupaba en el año 2000 al 37 que ocupa ahora entre las 100 ciudades más contaminadas del mundo, según el Banco Mundial, superando a Nueva York, Londres, Los Ángeles, Madrid o Montreal, entre otras grandes urbes. Vamos con los ojos abiertos camino al precipicio, sin que hagamos lo suficiente para evitar precipitarnos al mismo; sólo paliativos se vienen aplicando para mitigar los efectos del calentamiento global y del deterioro de la capa de ozono; falta un mayor compromiso de la Comunidad internacional. Se está imponiendo en el mundo la sustitución de los combustibles de origen fósil, no renovables y altamente contaminantes, por los biocombustibles que, además de oxigenantes, son limpios y renovables. Colombia no es la excepción y desde el 1º de noviembre de este año entró a la era de estos combustibles alternativos, empezando con la biogasolina y, muy pronto, tendremos también el biodiesel, que tanta falta le hacen al país. Las Naciones Unidas está en mora de ejercer una mayor presión para que el Protocolo de Kyoto se fortalezca y se consolide, a despecho de la administración Bush. Esta es una bomba de tiempo que puede estallar en cualquier momento, cuando menos lo pensemos y para entonces de nada nos servirá tomar la píldora del día después! Bogotá, diciembre 19 de 2005 - Amylkar D. Acosta M es Presidente de la Sociedad Colombiana de Economistas, www.amylkaracosta.com
https://www.alainet.org/es/articulo/113915

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