Discutiendo a Pierre Bordieu

Entre el estatismo y el neoliberalismo

27/07/1999
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Como se ha tratado de precisar en diversos artículos anteriormente publicados en ALAI, la ideología de la globalización, sobre todo en sus versiones economicistas, ofrece dos posibilidades: 1) la caída en el vacío político ya que después de la globalización sólo existiría caos y desintegración y 2) una nostalgia; si, incluso una idealización del "viejo capitalismo". Hasta ahora me he ocupado principalmente de discutir a autores que representan la primera posibilidad. En este artículo me ocuparé en cambio de discutir a la segunda, representada a mi juicio, por ese notable sociólogo que es Pierre Bordieu. La Revolución Conservadora Pierre Bordieu, en uno de sus discutidos ensayos (1998), sostiene que el neoliberalismo, que para él es la ideología de la globalización no representa un hecho consumado, ni mucho menos una realidad irreversible, y que por lo tanto es perfectamente posible; más aún, necesario, enfrentarlo políticamente. En consecuencias, para el, la "globalización" "es sólo un mito, en el sentido más fuerte de la palabra, una "Idea-Poder", una concepción que posee poder social y que arrastra hacia sí a muchas creencias. Es el arma decisiva en la lucha contra el welfare state" (1998, p.3). En ese mismo sentido agrega que "globalización no significa homogeneización, sino que todo lo contrario, expansión de un peque¤o número de naciones dominantes" (p.6). Es decir, para Bordieu, la globalización no significaría la fase más alta del imperialismo, sino un simple medio, ideológico y de poder del que se sirven las naciones imperialistas más tradicionales. Estamos sin duda frente a un escrito político de un escritor político que se niega a ver en la globalización el fin de la historia, como la mayoría de las teorías "globalistas". Por consiguiente, Bordieu propone alternativas políticas para enfrentar a esa globalización. Con esa intención no se puede sino estar de acuerdo. Independientemente a cuales sean las alternativas políticas que el autor propone, debe constatarse que por lo menos lleva la discusión al plano de la política, y sólo por eso, el suyo es un aporte importante. Es por esa razón que aquí me detendré a discutir las tesis políticas de Bordieu. Las tesis de Bordieu parten, a su vez, de una premisa: Que estamos frente al avance de una revolución conservadora. Pero no se trata, según su opinión, de un conservadorismo tradicional, que como ocurrió en el pasado, surgía "de la añoranza de un pasado glorificado y de arcaicos temas de las antiguas mitologías agrarias". (En cambio) "La revolución conservadora de nuevo tipo, recurre a el progreso, a la razón, a la ciencia (en este caso, la economía) a fin de justificar una restauración, que hace, al revés, aparecer al pensamiento y a la acción progresista, como arcaicos" (p.4). A diferencias también con las estrategias políticas del pasado, la revolución conservadora de nuestro tiempo no pretende, según Bordieu, ocupar el Estado, sino que todo lo contrario: deshacerse de él. Se trata, en buenas cuentas, de una revolución antiestatal. Mientras que en el pasado la guerra contra el Estado era encabezada por corrientes anarquistas y socialistas, hoy la vanguardia de esa guerra son los neoliberales o neo conservadores. Esa constatación es la que lleva a Bordieu a lanzar una consigna que recuerda en el tono, sólo en el tono, a la retórica del Manifiesto Comunista: Trabajadores, de Europa, contraed una alianza con el Estado. "En vista de las actuales condiciones" -escribe- "debe orientarse la lucha de los intelectuales, de los sindicatos, de las asociaciones, en contra del declive del Estado" (Ibid, p.7). Afortunadamente, y a diferencia de Marx, Bordieu se dirige sólo a los trabajadores de Europa, pues, si se hiciera extensiva hacia Latinoamérica su propuesta, parecería a los trabajadores una broma de mal gusto. Pero, quizás a los trabajadores de los países europeos que vienen saliendo del período de las dictaduras comunistas tampoco la idea de una alianza con el Estado, después de las experiencias que han vivido durante este siglo, les haría mucha gracia. La tesis que utiliza Bordieu para fundamentar su consigna relativa a cerrar filas en torno al Estado, es extremadamente débil. Escribe: "Esa retirada del Estado demuestra claramente que la resistencia contra las creencias neoliberales y en contra de la política neoliberal son más fuertes donde más enraizadas se encuentran las tradiciones estatales" (p.2). Lamentablemente no pone ejemplos, porque yo, por lo menos, no encuentro ninguno. Más aún, podría darse el caso que frente a un desenfrenado neoliberalismo, sean los propios neoliberales quienes clamen por el "regreso del Estado", como postula Heuser (1998). No hay, en efecto, ninguna demostración empírica ni teórica que demuestre que las políticas de inspiración neoliberal pasan necesariamente por un debilitamiento, e incluso por un declive del Estado. Incluso, para los analistas del grupo de Lisboa, la globalización pasa por la ocupación del Estado por parte de empresas económicas, teniendo lugar en su interior una alianza social muy distinta a la que imagina Bordieu. Cito: "Este es el modulo de la nueva alianza: Los empresarios requieren Estados nacionales y locales para reaccionar frente a la globalización y globalizarse ellos mismos. Los Estados necesitan empresarios globales a fin de asegurar su existencia y su legitimación como unidades políticas y 'locales'" (1997, p.107) ¿A defender al Estado? Pero, aún suponiendo que la tesis del declive del Estado es correcta, ella no lleva, automáticamente, a formular que la tarea inmediata que tienen por delante los trabajadores y "demás sectores progresistas" sea la de defender al Estado, si es que antes no nos planteamos seriamente la pregunta: ¿De qué Estado estamos hablando? Pasar por alto dicha pregunta significaría adherir a una suerte de "mecánica política" de acuerdo a la cual, si la "reacción" defiende el Estado, tu deber es atacarlo; si la "reacción" lo ataca, tu deber es defenderlo. En cualquiera de las alternativas, la política de los trabajadores, franceses en este caso, no sería autónoma, sino que estaría siempre dictada por la actitud que asume frente al Estado, su enemigo, que en el trabajo de Bordieu es "la revolución conservadora". Por lo demás, hay que convenir en algo obvio: no todo "retiro" del Estado hay que ponerlo en el inventario de la supuesta "revolución conservadora". Puede suceder que, en muchas ocasiones, el Estado no se encuentre simplemente en situación de mantener bajo su control la complejidad de los tejidos sociales que aparecen en esos espacios hacia donde ese Estado no alcanza. Pues distinta es la situación de un Estado que se retira como consecuencia del "engrandecimiento" de la sociedad civil, a otro que lo hace dejando detrás de sí un mundo incivilizado, a merced de capitalistas piratas, locales y globales, sin ley, ni patria. Cuando se escribe acerca del rol actual del Estado hay que ser cuidadoso. La presencia del Estado no garantiza de por sí el buen funcionamiento de un orden económico ni tampoco mayor justicia social. En ese sentido me parece que en algunas ocasiones, detrás de una acusación al desmontaje del Estado -deducido de la globalización, del neoliberalismo, o como dice Bordieu, de la "revolución conservadora"- se esconden nostalgias que más bien corresponden con el conservadorismo del pasado en donde primaba el ideal de un Estado que cubriera, tanto las dimensiones de la nación como las de la cultura. Un Estado, una nación, una cultura, era objetivo político de la modernidad temprana que hoy no puede ser sustentado, pues no sólo las empresas se han vuelto móviles, sino que también las culturas y por lo mismo, la fuerza de trabajo, surgiendo "espacios culturales transnacionales", para decirlo en el buen concepto de Ludger Preis (1998, p.74). Eso no significa, por supuesto, como sostienen ciertas corrientes liberales, que en el mundo globalizado desaparecen las relaciones interculturales y comunitarias, siendo reemplazadas por asociaciones individuales y virtuales. Más bien ocurre lo contrario; la idea de comunidad o de cultura, además de territorial, local y vecinal, puede ser además extraterritorial y móvil; es decir, la dimensión "comunitaria-cultural" en lugar de ser suprimida, obtiene nuevas formas de realización, espaciales y temporales, o lo que es igual: "lo mío", o lo "que es mío", no necesariamente tiene que ser "lo que está más cerca". La sociedad multicultural que en diversos países del mundo es abogada por sectores democráticos no encuentra siempre en el Estado el mejor de sus aliados; por el contrario, se trata, para tales sectores, de convertir el espacio de lo social en una unidad flexible en donde el Estado, mediante su legalidad, debe garantizar un orden común, y administrar conflictos locales, pero en ningún caso, reglamentar procesos que sólo pueden surgir en espacios "civiles". Hay que subrayar que hace ya mucho tiempo que el Estado fracasó en su proyecto de abarcar todo el espacio de la nación. Ningún Estado nacional es totalmente nacional, ya que naciones y nacionalidades cruzan los límites fijados por la soberanía estatal. Pueblos como los mayas, los quechuas, los aymaras y los kurdos, reconocen al menos tres tipos de soberanía: la territorial- intraestatal, que es donde actúan las unidades- socio culturales que son las diversas naciones y pueblos; la territorial- interestatal (ejemplo: mayas mexicanos y mayas guatemaltecos; o también: mexicanos-americanos y mexicanos-mexicanos) y la puramente cultural, que no está determinada por ningún límite geográfico. En el período de la posmodernidad no desaparecen los límites estatales; pero cada día son menos visibles. Dicho en breve: mientras la "sociedad civil" del reciente pasado se caracterizaba por cierta autonomía respecto a la ingerencia estatal, hoy se reconoce además por cierta movilidad respecto a ella. En ese punto debe ser agregado que, el "declive del Estado", producto de la globalización o de la propia incapacidad del Estado para hacerse cargo de "toda" la sociedad, ha permitido - en otros casos ha sido resultado - de la formación de unidades sociales, culturales y políticas que reclaman crecientemente mayor autonomía. Las llamadas "redes" -tema del cual nos ocuparemos en un próximo artículo- tienden a "reajustar" a la llamada sociedad "por dentro", facilitando el surgimiento de instancias sociales autoreferentes que no reclaman tanto la presencia del Estado; quizás tampoco su plena ausencia; pero al menos, una mayor flexibidad (por muy neoliberal que suene esa palabra) en las relaciones que se dan entre Estado, sociedad y cultura. La ideología restauracionista Pero Bordieu, seamos justos, se refiere a la defensa del welfare state, de donde se deduce, que su planteamiento tiene un contenido restauracionista, lo que en sí, no es negativo. Pero independientemente a que para muchos el pasado haya sido siempre mejor y que para grupos de trabajadores sindicalmente organizados el Estado de Bienestar haya dado garantías que hoy les son negadas, hay que tener cuidado frente a una extrema idealización de ese orden estatal. El Estado de Bienestar, ni en Francia ni en ninguna parte ha sido un "paraíso de los trabajadores". En ese sentido son lícita dos preguntas. La primera es si vale la pena realmente defender a ese Estado; la segunda es si es posible. Respecto a la primera pregunta hay que tener en cuenta que en muchos países los hoy tan idealizados Estados de bienestar se vieron sobrecargados por una burocracia que hacía difícil su funcionamiento, tanto económico como político. No porque muchas críticas a ese orden político hayan sido hechas por sectores neoliberales han de ser, de por sí, falsas. En muchos casos, bajo la sombra del estatismo, se cobijaban intereses de tipo corporatista. La hacienda pública pasó a quedar, en diversos países -en América Latina hay incontables ejemplos-, a disposición de gobiernos que gratificaban a sus seguidores y clientes, ya sea con remesas fiscales, ya sea con puestos públicos. Por otra parte, el "bienestar" de ese Estado no lo era para todos los trabajadores. Particularmente favorecidos fueron, en diferentes ocasiones, trabajadores del sector público y del sector industrial quienes, mediante organizaciones sindicales, pasaron a formar parte del, por Dahrendorf llamado, "pacto socialdemócrata (que a veces funcionaba mejor sin socialdemócratas), lo que traía consigo la exclusión de ejércitos de trabajadores que no pertenecían a esos sectores. Precisamente fueron los abusos, deformaciones, y exclusiones del Estado de Bienestar, factores que han llevado a la radicalización de determinadas teorías neoliberales. Por último, debe ser tenido en cuenta que entre el supuesto Estado Neoliberal (que no existe en ninguna parte en forma "pura") y el Estado de Bienestar, no hay solamente contradicciones sino que también una relación de continuidad. Las imágenes relativas a una revolución conservadora, o a una toma del poder de la política por la economía internacional, no siempre corresponden con las realidades sociales de los países europeos, varios de ellos gobernados por socialdemócratas y laboristas, y en donde muchas de las garantías correspondientes al "antiguo régimen" se mantienen en plenitud. Me parece que lo mismo puede decirse de las relaciones entre economía y política que se dan en los países latinoamericanos. Pues, por muy neoliberal o neoconservadora que sea una política, ella tiene que pasar por la discusión y el compromiso que surge de la "acción comunicativa" (Habermas) entre distintos sectores, sociales y políticos. Por supuesto, medidas neoliberales han sido aplicadas por gobiernos socialdemócratas. Pero a la inversa, gobiernos fieles a la doctrina liberal, también tienen que verse obligados a aplicar, cada cierto tiempo, medidas socialdemócratas. El neoliberalismo puro y total sólo existe en los textos. En relación a la segunda pregunta planteada, la de la posibilidad real de restauración del Estado de Bienestar, debe ser enfatizado que las relaciones estatales que caracterizan a la mayoría de los países occidentales en el pasado reciente, corresponden en gran medida con un orden socioeconómico que giraba en torno a la industria pesada y la producción y consumo de masas. Dicho orden, aún vigente -aunque cada vez menos- en varias zonas del planeta, debe hoy competir, o por lo menos coexistir, con relaciones sociales y culturales que se deducen del surgimiento de otro orden, en donde predominan, entre varias, formas microelectrónicas en la producción y en la comunicación (Mires 1996, pp.13-52). Restaurar las relaciones que primaban en el orden industrialista al que algunos autores denominan "modo fordista de producción", presupone bloquear el avance del "orden post-industrialista", algo que desde una perspectiva a mediano plazo, no parece ser posible, máxime si se tiene en cuenta que en el marco condicionado por nuevas formas de organización de la producción y del trabajo ya se han formado alianzas sociales y relaciones de poder, las que son ignoradas en términos absolutos por Bordieu. Cuando un autor, como Ulrich Menzel dictamina, por ejemplo, que la "sociedad de servicios" ya ha sido impuesta a escala mundial (hasta el punto que, según su opinión ya no es el potencial industrial sino que el grado de "terciarización" el que debe ser considerado como indicador social central) (Menzel 1998 p.218), habría que detenerse a investigar que sectores sociales se agrupan real, y tendencialmente, dentro de esas actividades, cuales son sus formas de organización, sus estratos y sus lealtades políticas. Pero, evidentemente Bordieu prefiere apelar al proletariado industrial mítico del pasado, en lugar de analizar los nuevos sectores subalternos surgidos al calor de la "revolución microelectrónica" (Mires 1996) cuyos intereses "objetivos" puede que no pasen necesariamente por la restauración del Estado de Bienestar. A fin de sustentar teóricamente a su propuesta política, Bordieu revisa radicalmente a la que fue, durante décadas, la teoría marxista del Estado. "En cada país es el Estado una parte del camino de la ocupación social de la realidad. El Ministerio del Trabajo, a modo de ejemplo, es la realidad de esa ocupación, aunque también a veces pueda ser un instrumento de represión. Y El Estado existe en la cabeza de los trabajadores en la forma de pretensión subjetiva del derecho ("ese es mi derecho"; "eso no se puede hacer conmigo") vinculado con las "conquistas sociales", etc. (Ibid,p.3). Esto es, Bordieu ha reemplazado la interpretación marxista (El Estado como instrumento de la clase dominante) por la hegeliana (El Estado interiorizado en las cabezas). Pero, en los dos casos, se ha mostrado fiel a la tradición jacobina, de donde el mismo proviene, y sin la cual la política francesa, caracterizada durante todo el período moderno por una notoria "hipertrofia estatal", sería impensable. Pues, el rasgo más característico al jacobinismo, es su fijación (en realidad: edípica) al Estado, ya sea para combatirlo, cuando el jacobinismo se encuentra afuera, ya sea para defenderlo, cuando se encuentra adentro. Sólo desde esa perspectiva jacobina es posible postular la desafortunada dicotomía, o neoliberalismo o estatismo, olvidándose que por el medio de ambos términos pueden circular miles de otras posibilidades. Al mismo tiempo, y quizás sin proponérselo, Bordieu demuestra cuan nacional, cuan local es su propuesta política en contra del neoliberalismo mundial. Es que sólo a un teórico francés se le podría ocurrir plantear una alianza de los trabajadores con el Estado. En Alemania esa alianza ha tenido lugar, quizás mejor que en Francia, pero nunca a un nivel teórico doctrinario. En Inglaterra sería, como observa el propio Bordieu, imposible. En Italia, después de Chicholina, la mafia y Berlusconi, provocaría carcajadas. En América Latina, en muchos países, antes de hacer una alianza con el Estado, habría que reinventarlo. Pero desde una perspectiva puramente francesa, es difícil criticar a Bordieu. En su país el Estado está asociado a la Revolución y a la República. Pero la Revolución Francesa ocurrió en Francia y nada más. Por eso es que la pregunta arriba formulada: ¿De qué Estado estamos hablando? adquiere relevancia en el marco de la discusión planteada por Bordieu. Dicho autor, nos está demostrando, con su propio ejemplo, que las iniciativas políticas que surgen en el espacio determinado por la llamada globalización, no pueden ser globales, sino que locales; esto es, que la política no se ha convertido, ni en Francia ni en otras partes, en una entidad abstracta, sino que sigue articulada con tradiciones que son primariamente locales. En otros países, como Inglaterra y Estados Unidos, el problema se plantea en términos exactamente inversos a los sugeridos por Bordieu; se trataría, en ambos casos, si se mira con atención el telón de fondo que acompañó a las candidaturas de Clinton y Blair respectivamente, de fortalecer tradiciones sociales y ligamentos comunitarios, en contra de la lógica de la pura razón económica. Si pienso en muchos países latinoamericanos, la primera tarea sería otra: construir "sociedad" donde todavía no existe, a fin de que el Estado no siga existiendo de modo autónomo, administrado por militares, populistas de ocasión, o políticos de baja calidad. El enemigo invencible La propuesta de Bordieu es incluso francesa en sus reminiscencias. Es imposible dejar de pensar cuando sugiere una alianza entre trabajadores, sectores democráticos y Estado, en la política del Frente Popular de los años treinta. Durante ese tiempo, a iniciativas de la Tercera Internacional, los trabajadores debieron cerrar filas, conjuntamente con todos los sectores democráticos, en contra del avance del fascismo. Pero, en este punto, hay una diferencia notable entre las condiciones políticas de los años treinta con las de fin de siglo. El fascismo, durante la década de los treinta, no era un enemigo económico, sino que político; se le podía encontrar en las calles y estaba siempre personificado. El neoliberalismo en cambio, es una fuerza económica mundial, y la revolución conservadora de la que nos habla Bourdieu, no tiene sus Dantones o Lenines; es un proceso; es un fenómeno; es invisible; y es global. Contra un enemigo de ese tipo, es imposible ganar, a menos que Bordieu opine que la revolución conservadora también se representa, política y globalmente, en individuos, partidos y asociaciones concretas. Si es así, tendría que aceptar, siguiendo ese mismo razonamiento, que en cada país del mundo la revolución conservadora se encuentra representada, y cada vez, de modo diferente. Luego, sigamos la lógica hasta el final, la revolución conservadora existiría en la medida que se representa, de modo que en ninguna parte la vamos a encontrar sin representación. En breve: las representaciones son su forma de existir. Y al llegar a este punto, donde es posible convenir que no existe ningún lugar donde neoliberales y neoconservadores existan sin representación, tal revolución, y por supuesto, la propia globalización, no sería más que una idea platónica; pero nunca una realidad concreta. Postular que existe una "revolución conservadora" independiente a sus formas de representación, sería como creer, cuando uno lee la crónica roja de los periódicos, que no son personas las que cometen crímenes, sino que la "naturaleza humana". La falsa alternativa Independientemente a cualquiera limitación que tenga la propuesta de Bordieu, ella debe ser, no obstante, considerada como un aporte que intenta llevar el tema ultra academizado de la globalización al plano de la discusión política. Por lo menos no capitula, como es corriente observar en trabajos de neoliberales y postmarxistas, frente a la supuesta autonomía de un mercado mundial, y de las también supuestas fuerzas inmodificables que ahí se representan. Al mismo tiempo, ha demostrado, y con su propio ejemplo, que las luchas sociales siguen todavía impregnadas con una retórica local que es, a fin de cuentas, resultado histórico de múltiples confrontaciones y conflictos que han tenido lugar a nivel nacional como internacional. Bordieu, como también es el caso de otros autores analizados en el presente ensayo, no ha podido, sin embargo, evitar proyectar su propia constitución ideológica hacia el problema de la globalización. Como el proviene de una tradición revolucionaria, enfoca la temática desde el punto de vista de una oposición radical frente a un enemigo común, representado hoy día, según él, por "la revolución conservadora", del mismo modo que ayer estuvo representado por el absolutismo monárquico, o por "el capitalismo mundial". Es que la tradición jacobina de donde viene Bordieu, se basa siempre en sistemas duales, y la lógica de la razón dicotómica es inherente a su discurso. A partir del mismo criterio nos explicamos porque en países como Estados Unidos, la crítica al neoliberalismo económico se realiza no buscando ni la confrontación ni una alianza con el Estado, sino que acentuando el fortalecimiento comunitario de la sociedad en contra de una economía librada a su puro arbitrio. También así se explica porqué en muchos países latinoamericanos, a partir de experiencias acumuladas en múltiples movimientos e iniciativas sociales, hay ya tradiciones de reciente data, de acuerdo a las cuales, las diversas formas de resistencia frente a aquellos imperativos que provienen de decisiones tomadas en los llamados mercados internacionales, pero también en los estados locales, surgen de múltiples redes asociativas, e incluso en las propias ONG, las que llegan donde el Estado muchas veces no puede llegar, construyendo "sociedad" donde no la hay, abriéndose así nuevos espacios para la reproducción de la intersubjetividad política. El retiro, o declive, o colapso del Estado, o como es común en América Latina, su simple ausencia, puede favorecer el desarrollo de iniciativas sociales y civiles autónomas, la creación de redes de interlocución, e incluso, nuevas instituciones locales. De acuerdo con el grupo de Lisboa: "Sólo a través de la vinculación de muchas redes socioeconómicas a través de múltiples temas, y de su proyección hacia objetivos comunes, puede esperarse de modo realista que justicia social, eficiencia económica, sustentabilidad ecológica y democracia política, sean fines alcanzables y que así el peligro de una implosión global (económica, religiosa, política o étnica) sea impedido" (1997 p.23). La dicotomía estatismo o neoliberalismo es teóricamente falsa y políticamente negativa. En el fondo, es reaccionaria, pues coloca a los neoliberales como única alternativa frente a un estatismo que no siempre ofrece muchas razones para ser defendido; es decir, hace al neoliberalismo más fuerte de lo que realmente es. En gran medida, dicha alternativa, levantada casi siempre por sectores post-marxistas, parte de una confusión frecuente: confundir neoliberalismo con "economía de mercado". El neoliberalismo es, en cambio, una posibilidad entre muchas de las que han surgido, para configurar una economía de mercado. Entre estatismo y neoliberalismo cruzan muchos ríos; muchos mares; muchos océanos. Literatura Bordieu, Pierre Arbeiter in Europa, schlieát ein Bündnis, http://www.fr.aktuell.de/fr/ (1998) Gruppe von Lissabon Grenzen des Wettbewerbs, Bundeszentrale für politische Bildung, Bonn 1997 Heuser, Uwe Jean Der Rückehr des Staates, http://bda.web.aol.com./19980205.html Menzel, Ulrich Globalisierung versus Fragmentierung, Suhrkamp, Frankfurt 1998 Mires, Fernando La revolución que nadie soñó, Nueva Sociedad, Caracas 1996 Preis, Ludger Transnationale Soziale Réume, en Beck, Ulrich (compilador) Perspektiven der Weltgesellschaft, Suhrkamp, Frankfurt 1998
https://www.alainet.org/es/articulo/104471
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