El 1º de mayo!
25/04/2005
- Opinión
“El oprobio desalienta toda reacción distinta de
la resignación mortificada” Viviane Forrester En sus albores, la clase obrera vino al mundo en medio de las tensiones sociales y de su confrontación con los caballeros de industria de la época, muchos de ellos desalmados expoliadores y depredadores de la riqueza social, que ella, con su sudor y hasta con su sangre, amasaba. Así se entiende la gesta histórica de los mártires de Chicago, cuando al enarbolar la bandera con su lema de los “tres ochos” (jornada laboral de ocho horas, ocho horas de estudio y ocho horas de descanso) no se arredraron ante las dificultades y no titubearon en inmolar sus propias vidas, persuadidos de que, como lo sentenciara uno de ellos antes de ver segada su existencia “llegará el día en que nuestro silencio será más fuerte que las voces que hoy acalláis”. Irónicamente, más de un siglo después, conquistas tan caras para la clase obrera como la reducción de la jornada de trabajo y que había hecho posible llegar a las 35 horas semanales en varios países europeos, entre ellos Francia y Alemania, ahora merced al fantasma de la “deslocalización” industrial(1) se revierten. Es así cómo, por presión de las multinacionales los sindicatos de tales países han terminado doblegándose y consintiendo en retrotraerse a la jornada de las 40 horas con la misma paga. Y todo ello lo ha logrado el gran capital sin necesidad de disparar un solo tiro y sin llevar a la horca a nadie, como les cupo en suerte a quienes desde el aciago 1886 se les conoce como los Mártires de Chicago, por liderar los meetings de protesta contra las extenuantes jornadas que tenían que resistir. Los nombres de Parsons, Spies, Engel, Fisher, Lingg, Neebe, Fielden, Schuab, junto con los Mártires de la Comuna de París, son, desde entonces, enseñas imperecederas para el proletariado de todas las latitudes. En honor a ellos, la Segunda Internacional Socialista consagró desde 1890 el 1° de Mayo como el Día Internacional del Trabajo y es justamente ésta la fecha que se conmemora año a año por parte de la clase trabajadora en los cinco continentes. El eco de las luchas lideradas por la clase obrera en Norteamérica encontró su eco en Colombia con el despunte del proletariado. Son memorables las jornadas protagonizadas por María Cano y Raúl Mahecha entre otros, así como las huelgas de los petroleros y bananeros en la primera mitad del siglo XX. Aunque futurólogos tan afamados como Alvin Toffer sostienen que tales luchas son cosa del pasado, que las mismas “son reliquias del período que ha pasado ya a la historia…Hoy en día la lucha entre capital y trabajo es parecida a una riña sobre unas tumbonas en un trasaltlántico que se hunde”, lo cierto es que ellas persisten, pues allí en donde hay opresión hay resistencia. Hay quienes con Fukuyama asumen que, superada la guerra fría, con la caída del muro de Berlín y la disolución del Campo socialista, la historia ha llegado a su fin y con ella las ideologías, las cuales según Revel no pasan de ser señales de tránsito. Pero, están muy equivocados, la historia como las ideologías siguen su curso, que no es lineal sino en forma de espiral, moviéndose siempre sobre bases renovadas, en respuesta al curso zigzagueante de los acontecimientos y el predominio de quienes son sus protagonistas. A la clase obrera colombiana la sorprende este primero de mayo en medio de su peor y más dramática encrucijada: altos niveles de desempleo y subempleo, su precarización creciente por cuenta de la flexibilización laboral, su informalización desmedida y su dispersión, dada la insoportable levedad del ser obrero en un país que se desindustrializa y se estanca sin remedio. Ello, sumado a la persecución sindical y a la criminalización de la protesta, amén del exterminio, a mansalva, de que han sido objeto sus dirigentes más caracterizados por parte de fuerzas “oscuras” ha contribuido al decaimiento del sindicalismo en Colombia, reducido ya a su mínima expresión y a su acorralamiento. Mientras los empresarios y los banqueros celebran sus exorbitantes utilidades, abultadas merced a los beneficios tributarios y a una reforma laboral que les vino como anillo al dedo, del lado de los trabajadores sólo se escuchan quejidos y lamentos por su desventura. Este es el típico juego de suma cero: unos ganan lo que otros pierden; así se seguirá acentuando la exclusión y la inequidad, a contrapelo del desarrollo sostenible de un país requerido como el que más de más elevadas tasas de crecimiento y de empleo, generadores de ingreso y de riqueza colectivos, fundamentado en la solidaridad. Por ahí no es! Bogotá, abril 26 de 2005 - Amylkar D. Acosta M es Presidente Sociedad Colombiana de Economistas. Nota: (1) Amylkar D. Acosta. El fantasma de la deslocalización. Febrero, 24 de 2005
la resignación mortificada” Viviane Forrester En sus albores, la clase obrera vino al mundo en medio de las tensiones sociales y de su confrontación con los caballeros de industria de la época, muchos de ellos desalmados expoliadores y depredadores de la riqueza social, que ella, con su sudor y hasta con su sangre, amasaba. Así se entiende la gesta histórica de los mártires de Chicago, cuando al enarbolar la bandera con su lema de los “tres ochos” (jornada laboral de ocho horas, ocho horas de estudio y ocho horas de descanso) no se arredraron ante las dificultades y no titubearon en inmolar sus propias vidas, persuadidos de que, como lo sentenciara uno de ellos antes de ver segada su existencia “llegará el día en que nuestro silencio será más fuerte que las voces que hoy acalláis”. Irónicamente, más de un siglo después, conquistas tan caras para la clase obrera como la reducción de la jornada de trabajo y que había hecho posible llegar a las 35 horas semanales en varios países europeos, entre ellos Francia y Alemania, ahora merced al fantasma de la “deslocalización” industrial(1) se revierten. Es así cómo, por presión de las multinacionales los sindicatos de tales países han terminado doblegándose y consintiendo en retrotraerse a la jornada de las 40 horas con la misma paga. Y todo ello lo ha logrado el gran capital sin necesidad de disparar un solo tiro y sin llevar a la horca a nadie, como les cupo en suerte a quienes desde el aciago 1886 se les conoce como los Mártires de Chicago, por liderar los meetings de protesta contra las extenuantes jornadas que tenían que resistir. Los nombres de Parsons, Spies, Engel, Fisher, Lingg, Neebe, Fielden, Schuab, junto con los Mártires de la Comuna de París, son, desde entonces, enseñas imperecederas para el proletariado de todas las latitudes. En honor a ellos, la Segunda Internacional Socialista consagró desde 1890 el 1° de Mayo como el Día Internacional del Trabajo y es justamente ésta la fecha que se conmemora año a año por parte de la clase trabajadora en los cinco continentes. El eco de las luchas lideradas por la clase obrera en Norteamérica encontró su eco en Colombia con el despunte del proletariado. Son memorables las jornadas protagonizadas por María Cano y Raúl Mahecha entre otros, así como las huelgas de los petroleros y bananeros en la primera mitad del siglo XX. Aunque futurólogos tan afamados como Alvin Toffer sostienen que tales luchas son cosa del pasado, que las mismas “son reliquias del período que ha pasado ya a la historia…Hoy en día la lucha entre capital y trabajo es parecida a una riña sobre unas tumbonas en un trasaltlántico que se hunde”, lo cierto es que ellas persisten, pues allí en donde hay opresión hay resistencia. Hay quienes con Fukuyama asumen que, superada la guerra fría, con la caída del muro de Berlín y la disolución del Campo socialista, la historia ha llegado a su fin y con ella las ideologías, las cuales según Revel no pasan de ser señales de tránsito. Pero, están muy equivocados, la historia como las ideologías siguen su curso, que no es lineal sino en forma de espiral, moviéndose siempre sobre bases renovadas, en respuesta al curso zigzagueante de los acontecimientos y el predominio de quienes son sus protagonistas. A la clase obrera colombiana la sorprende este primero de mayo en medio de su peor y más dramática encrucijada: altos niveles de desempleo y subempleo, su precarización creciente por cuenta de la flexibilización laboral, su informalización desmedida y su dispersión, dada la insoportable levedad del ser obrero en un país que se desindustrializa y se estanca sin remedio. Ello, sumado a la persecución sindical y a la criminalización de la protesta, amén del exterminio, a mansalva, de que han sido objeto sus dirigentes más caracterizados por parte de fuerzas “oscuras” ha contribuido al decaimiento del sindicalismo en Colombia, reducido ya a su mínima expresión y a su acorralamiento. Mientras los empresarios y los banqueros celebran sus exorbitantes utilidades, abultadas merced a los beneficios tributarios y a una reforma laboral que les vino como anillo al dedo, del lado de los trabajadores sólo se escuchan quejidos y lamentos por su desventura. Este es el típico juego de suma cero: unos ganan lo que otros pierden; así se seguirá acentuando la exclusión y la inequidad, a contrapelo del desarrollo sostenible de un país requerido como el que más de más elevadas tasas de crecimiento y de empleo, generadores de ingreso y de riqueza colectivos, fundamentado en la solidaridad. Por ahí no es! Bogotá, abril 26 de 2005 - Amylkar D. Acosta M es Presidente Sociedad Colombiana de Economistas. Nota: (1) Amylkar D. Acosta. El fantasma de la deslocalización. Febrero, 24 de 2005
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