Sin fronteras
02/03/2015
- Opinión
Para millones de personas en el mundo, el viajar dentro de sus países o fuera de los mismos, siempre ha sido parte de necesidades espirituales, culturales, económicas, y políticas, convirtiéndose muchas a veces en las masivas emigraciones, de las cuales da fe la propia historia de esta vieja humanidad.
Recuerdo que en mi país desde las décadas de los 30 a los 50, la oleada de emigrantes españoles y chinos, fue la más significativa, y con mayor dedicación al comercio minorista, con bodegas, quincallas, etc., estableciendo las bases para el desarrollo del comercio minorista, además de los haitianos que vinieron sobre todo al corte de caña, y coincidiendo con esas mismas décadas, se inició la emigración de los cubanos hacia otros países, sobre todo hacia los Estado Unidos de Norteamérica, en la búsqueda de mejoras económicas, donde todo parece indicar que se trata de una economía relativa y desde luego a las aspiraciones legítimas del ser humano de querer mejorar.
De lo que no cabe la menor duda es que la emigración ha tenido durante largo tiempo un peso importante en el desarrollo de las economías en los países receptores, así sucedió en los Estados Unidos de Norte América con la llegada de los irlandeses para la agricultura y los chinos para la construcción del primer ferrocarril en ese país, hoy se cuentan por millones las personas que han emigrado, se han establecido económicamente y culturalmente, aportando para el desarrollo económico, social y cultural en esos países.
Es cierto que esos procesos traen aparejados otros problemas, sobre todo cuando ocurren separaciones sentidas de las familias, desarraigos, hábitos, costumbres, prácticas religiosas, estilos de vida, culturas, y una adaptación, a lo diferente, al cambio, que independientemente que la mayoría lo logra, siempre deja sus huellas, aún mejorando su modo de vida.
En su reciente libro De la Banana Republic, a lo República, Rafael Correa Delgado, presidente de la República de Ecuador, refiriéndose a la emigración de los ecuatorianos hacia otros países, en la búsqueda de mejoras económicas, expresa y cito:; “la emigración constituye una intolerable tragedia nacional y el más fiel reflejo del fracaso económico y social del país, tragedia que ha producido una desestructuración familiar y nacional sin precedentes”, fin de la cita.
Hoy en día cobra fuerza lo que se ha venido haciendo por algunos bloques de países, como la Unión Europea, del libre movimiento de las personas, lo que se está procesando también por Unasur, y se llevará como propuesta a la reunión de Las Américas en Panamá en abril de este año, así como algunos países no exigen visas y dan facilidades para trabajo y residencias a emigrantes.
Otra arista que desde luego tiene peso importante en el flujo de personas hacia otros países, es la turística, que también mueve a millones de personas en el mundo, y no solo a los de mayores ingresos, sino también al llamado turismo pobre.
Después de haber recorrido varios países en función de estudio y/o trabajo, aprecié un común denominador, fronteras para todo, como son los construidos muros visibles e invisibles, pero todos perceptibles.
El Apóstol de la independencia de Cuba, José Martí, sentenció Nuestra Patria es una, empieza en el Río Grande y va a parar en los montes fangosos de la Patagonia.
Entonces me vino a la mente un pensamiento convertido en poema, al cual titulé fronteras.
FRONTERAS
El mundo está llenos de fronteras
Todas creadas por el hombre
Como si la vida no se viviera
Y lo humano no tuviera nombre
Son como barreras permanentes
Que van desde abajo minando
Haciendo más lejos el horizonte
Y océanos inundando
Debemos luchar sin cesar
Para fronteras eliminar
Haciendo grandes hogueras
Para sus causas quemar
Estrechemos más los lazos
Multiplicando amores
Extendiendo todos los brazos
Para unir los corazones
Donde no haga falta permiso
Para del mundo ser ciudadano
Solo así, las fronteras serán
Un triste recuerdo del pasado
Msc. Jorge Cosme Casulo
Prof. Universidad Ciencias Médicas
Santiago de Cuba, Cuba
https://www.alainet.org/es/articulo/167863
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